viernes, 4 de abril de 2014

4° Lectura. 1° Macabeos 1: 20-64

Después de derrotar a Egipto, emprendió el camino de regreso, el año ciento cuarenta y tres, y subió contra Israel, llegando a Jerusalén con un poderoso ejército. 21 Antíoco penetró arrogantemente en el Santuario y se llevó el altar de oro, el candelabro con todas sus lámparas, 22 la mesa de los panes de la ofrenda, los vasos para las libaciones, las copas, los incensarios de oro, el cortinado y las coronas, y arrasó todo el decorado de oro que recubría la fachada del Templo. 23 Tomó también la plata, el oro, los objetos de valor y todos los tesoros que encontró escondidos. 24 Cargó con todo eso y regresó a su país, después de haber causado una gran masacre y de haberse jactado insolentemente. 25 Una gran consternación se extendió por todo Israel. 26 Gimieron los jefes y los ancianos, languidecieron las jóvenes y los jóvenes, la belleza de las mujeres se marchitó. 27 El recién casado entonó un canto fúnebre; sentada en el lecho nupcial, la esposa estuvo de duelo. 28 Tembló la tierra por sus habitantes, y toda la casa de Jacob se cubrió de vergüenza. 29 Dos años después, el rey envió a las ciudades de Judá un recaudador de impuestos, que se presentó en Jerusalén con un poderoso ejército. 30 El les habló amistosamente, pero con la intención de engañarlos, y después que se ganó su confianza, atacó sorpresivamente a la ciudad y le asestó un terrible golpe, causando numerosas víctimas entre los israelitas. 31 Luego saqueó la ciudad, la incendió, y arrasó sus casas y la muralla que la rodeaba. 32 Sus hombres tomaron prisioneros a las mujeres y a los niños y se adueñaron del ganado. 33 Después, levantaron en torno a la Ciudad de David una muralla alta y resistente, protegida por torres poderosas, y la convirtieron en su Ciudadela. 34 Allí establecieron un grupo de gente impía, sin fe y sin ley, que se fortificó en ese lugar. 35 Lo proveyeron de armas y víveres, y depositaron allí el botín que habían reunido en el saqueo a Jerusalén. Así se convirtieron en una permanente amenaza. 36 Esto llegó a ser una acechanza para el Santuario, una cruel y constante hostilidad para Israel. 37 Derramaron sangre inocente alrededor del Templo y profanaron el Lugar santo. 38 A causa de ellos, huyeron los habitantes de Jerusalén y la Ciudad se convirtió en una colonia de extranjeros: se volvió extraña para los que nacieron en ella y sus propios hijos la abandonaron. 39 Su Santuario quedó devastado como un desierto, sus fiestas se transformaron en duelo, sus sábados en motivo de burla y su honor en desprecio. 40 Tan grande fue su vergüenza como lo había sido su gloria, y su grandeza dio paso a la aflicción. 41 El rey promulgó un decreto en todo su reino, ordenando que todos formaran un solo pueblo 42 y renunciaran a sus propias costumbres. Todas las naciones se sometieron a la orden del rey 43 y muchos israelitas aceptaron el culto oficial, ofrecieron sacrificios a los ídolos y profanaron el sábado. 44 Además, el rey envió mensajeros a Jerusalén y a las ciudades de Judá, con la orden escrita de que adoptaran las costumbres extrañas al país: 45 los holocaustos, los sacrificios y las libaciones debían suprimirse en el Santuario; los sábados y los días festivos debían ser profanados; 46 el Santuario y las cosas santas debían ser mancillados; 47 debían erigirse altares, recintos sagrados y templos a los ídolos, sacrificando cerdos y otros animales impuros; 48 los niños no debían ser circuncidados y todos debían hacerse abominables a sí mismos con toda clase de impurezas y profanaciones, 49 olvidando así la Ley y cambiando todas las prácticas. 50 El que no obrara conforme a la orden del rey, debía morir. 51 En estos términos escribió a todo su reino. Además nombró inspectores sobre todo el pueblo, y ordenó a las ciudades de Judá que ofrecieran sacrificios en cada una de ellas. 52 Mucha gente del pueblo, todos los que abandonaban la Ley, se unieron a ellos y causaron un gran daño al país, 53 obligando a Israel a esconderse en toda clase de refugios. 54 El día quince del mes de Quisleu, en el año ciento cuarenta y cinco, el rey hizo erigir sobre el altar de los holocaustos la Abominación de la desolación. También construyeron altares en todos las ciudades de Judá. 55 En las puertas de las casas y en las plazas se quemaba incienso. 56 Se destruían y arrojaban al fuego los libros de la Ley que se encontraban, 57 y al que se descubría con un libro de la Alianza en su poder, o al que observaba los preceptos de la Ley, se lo condenaba a muerte en virtud del decreto real. 58 Valiéndose de su fuerza, se ensañaban continuamente contra los israelitas sorprendidos en contravención en las diversas ciudades. 59 El veinticinco de cada mes, se ofrecían sacrificios en el ara que se alzaba sobre el altar de los holocaustos. 60 A las mujeres que habían circuncidado a sus hijos se las mataba, conforme al decreto, 61 con sus criaturas colgadas al cuello. La misma suerte corrían sus familiares y todos los que habían intervenido en la circuncisión. 62 Sin embargo, muchos israelitas se mantuvieron firmes y tuvieron el valor de no comer alimentos impuros; 63 prefirieron la muerte antes que mancharse con esos alimentos y quebrantar la santa alianza, y por eso murieron. 64 Y una gran ira se descargó sobre Israel.

3° Lectura. Job 4

Capítulo 4
Entonces Elifaz de Temán tomó la palabra y dijo: 2 ¿Se atrevería alguien a hablarte, estando tú tan deprimido? Pero ¿quién puede contener sus palabras? 3 Tú has aleccionado a mucha gente y has fortalecido las manos debilitadas; 4 tus palabras sostuvieron al que tropezaba y has robustecido las rodillas vacilantes. 5 Pero ahora te llega el turno, y te deprimes, te ha tocado a ti, y estás desconcertado. 6 ¿Acaso tu piedad no te infunde confianza y tu vida íntegra no te da esperanza? 7 Recuerda esto: ¿quién pereció siendo inocente o dónde fueron exterminados los hombres rectos? 8 Por lo que he visto, los que cultivan la maldad y siembran la miseria, cosechan eso mismo: 9 ellos perecen bajo el aliento de Dios, desaparecen al soplo de su ira. 10 Los leones cesan de rugir y bramar y los dientes de sus cachorros son quebrados; 11 el león perece por falta de presa] y las crías de la leona se dispersan. 12 Una palabra me llegó furtivamente, su leve susurro cautivó mis oídos. 13 Entre las pesadillas de las visiones nocturnas, cuando un profundo sopor invada a los hombres. 14 me sobrevino un temor, un escalofrío, que estremeció todos mis huesos: 15 una ráfaga de viento para sobre mi rostro, eriza los pelos de mi cuerpo; 16 alguien está de pie, pero no reconozco su semblante, es sólo una forma delante de mis ojos; hay un silencio, y luego oigo una voz: 17 ¿Puede un mortal ser justo ante Dios? ¿Es puro un hombre ante su Creador? 18 Si él no se fía de sus propios servidores y hasta en sus ángeles encuentra errores, 19 ¡cuánto más en los que habitan en casas de arcilla, y tienen sus cimientos en el polvo! Ellos son aplastados como una polilla, 20 de la noche a la mañana quedan pulverizados: sin que nadie se preocupe, perecen para siempre. 21 ¿No se les arranca la estaca de su carpa, y mueren por falta de sabiduría?

2° Lectura. Deuteronomio 1-2

Capítulo 1
Ubicación geográfica del discurso
Estas son las palabras que Moisés dirigió a todo Israel al otro lado del Jordán, en el desierto, en la Arabá. frente a Suf, entre Parán, Tofel y Labán, Jaserot y Dizahab. 2 –Desde el Horeb hasta Cades Barné, hay once días de camino por las montañas del Seír–. 3 En el cuadragésimo año, el primer día del undécimo mes, Moisés habló a los israelitas, como el Señor se lo habla ordenado. 4 Después de haber derrotado a Sijón, rey de los amorreos que residía en Jesbón, y a Og, rey de Basán, que residía en Astarot y Edrei. 5 Al otro lado del Jordán, en territorio de Moab, Moisés comenzó a exponer esta Ley, diciendo. Mirada histórica retrospectiva: la partida del Horeb 6 El Señor, nuestro Dios, nos habló en el Horeb en estos términos. Ya han estado bastante tiempo en esta montaña. 7 Den vuelta y pónganse en camino, para ir a la montaña de los amorreos y a todas las regiones vecinas: la Montaña, la Sefelá, el Négueb y la costa marítima –es decir la tierra del Canaán– y el Líbano, hasta el Gran Río, el río, el río Eufrates. 8 Yo pongo el país delante de ustedes: vayan a tomar posesión de la tierra que el Señor juró dar a sus padres. a Abraham, a Isaac y a Jacob, y a sus descendientes después de ellos.

 La institución de los jueces 9 En aquel tiempo, yo les dije: «Yo solo no puedo hacerme cargo de todos ustedes». 10 El Señor, su Dios, los ha multiplicado de tal manera, que hoy ustedes son numerosos como las estrellas del cielo. 11 ¡Qué el Señor, el Dios de sus padres, los haga aún mil veces más numerosos y los bendiga, como lo ha prometido! 12 ¿Cómo podré, entonces, cargar yo solo con el peso de todos ustedes y ocuparme también de sus litigios? 13 Designen para cada una de sus tribus a hombres sabios, prudentes y experimentados. y yo los pondré al frente de ustedes». 14 Ustedes me respondieron: «Tu propuesta nos parece buena». 15 Entonces tomé de entre los jefes de las tribus a unos hombres sabios y experimentados y los puse al frente de ustedes como jefes de mil, de cien, de cincuenta y de diez hombres, y como escribas para las tribus. 16 Al mismo tiempo, di esta orden a los jueces: «Escuchen a sus hermanos y hagan justicia, cuando tengan un pleito entre ellos o con un extranjero. 17 No sean parciales en los juicios: escuchen a los humildes lo mismo que a los poderosos. No se dejen intimidar por nadie, porque el juicio pertenece a Dios. Y cuando se les presente un caso demasiado difícil, diríjanse a mí, para que yo lo resuelva». 18 Así les indiqué aquella vez todo lo que ustedes debían hacer.

 La llegada a Cades Barné 19 Después partimos del Horeb, y comenzamos a recorrer el desierto inmenso y temible que ustedes han visto. Ibamos hacia la montaña de los amorreos, como el Señor, nuestro Dios, nos lo había ordenado, y llegamos a Cades Barné. La exploración de Canaán 20 Entonces yo les dije: «Ya han llegado a la montaña de los amorreos, que nos da el Señor. nuestro Dios. 21 El Señor, tu Dios, pone este país delante de ustedes: sube a tomar posesión de él, según te lo ha dicho el Señor, el Dios de tus padres. No temas ni te acobardes». 22 Pero ustedes se acercaron a mí para decirme: «Enviemos delante de nosotros algunos hombres para que exploren la región y nos informen sobre el camino que debemos tomar y sobre las ciudades a las que debemos entrar». 23 La idea me pareció buena, y yo designé a doce de ustedes, uno por cada tribu. 24 Ellos se dirigieron hacia la región montañosa y llegaron al valle de Escol. Después de haber inspeccionado la montaña. 25 Regresaron trayendo en sus manos frutos de esa región, y nos presentaron este informe: «La tierra que nos da el Señor, nuestro Dios, es excelente». El temor y la protesta de los israelitas 26 Pero ustedes se negaron a subir y se rebelaron contra la orden del Señor, su Dios. 27 Se pusieron a murmurar en sus carpas, diciendo: «El Señor nos aborrece; por eso nos hizo salir de Egipto para entregarnos a los amorreos y destruirnos. 28 ¿Adónde iremos? Nuestros hermanos nos dejaron sin aliento, cuando nos dijeron: «Son gente más grande y más alta que nosotros; las ciudades son enormes y están provistas de murallas que se elevan hasta el cielo. Allí vimos también a los anaquitas». La exhortación de Moisés a confiar en el Señor 29 Entonces yo les dije: «No se acobarden ni les tengan miedo. 30 El Señor, su Dios, que va delante de ustedes, combatirá por ustedes, como lo hizo en Egipto ante sus propios ojos. 31 Y también en el desierto. donde tú viste que el Señor, tu Dios, te conducía como un padre conduce a su hijo, a lo largo de todo el camino que recorriste hasta llegar a este lugar». 32 Y a pesar de todo, ustedes no tuvieron confianza en el Señor, su Dios. 33 Que los precedía durante la marcha para buscarles un lugar donde acampar; de noche en el fuego, mostrándose el camino que debían seguir, y de día en la nube. 

 La indignación del Señor y el castigo del pueblo 34 Al oír lo que ustedes decían, el Señor se irritó y pronunció este juramento: 35 «Ni uno solo de los hombres de esta generación perversa verá la hermosa tierra que yo juré dar a sus padres. 36 El único que podrá verla es Caleb, el hijo de Iefuné. A él y a sus hijos les daré la tierra que sus pies han pisado, porque él ha sido siempre fiel al Señor». 37 Y por culpa de ustedes, el Señor se indignó también contra mí, y me dijo: «Tampoco tú entrarás. 38 El que entrará es Josué, tu ayudante. Infúndele valor, por él deberá poner a Israel en posesión de la tierra. 39 Y también entrarán los niños –esos que según ustedes iban a ser presa del enemigos– los hijos de ustedes, que aún no saben distinguir lo bueno de lo malo; a ellos les daré la tierra y ellos la poseerán. 40 En cuanto a ustedes, den vuelta y avancen hacia el desierto, en dirección al Mar Rojo». 41 Ustedes me dijeron: «Hemos pecado contra el Señor. Pero ahora estamos dispuestos a subir y a combatir como el Señor, nuestro Dios, nos ha ordenado». Cada uno de ustedes de equipó con sus armas, creyendo que era fácil subir a la montaña. 42 Pero el Señor me dijo: «Ordénales que no suban a combatir, porque yo no estoy más en medio de ellos. Si lo hacen, serán derrotados por sus enemigos». 43 Yo les transmití la advertencia, pero ustedes no me escucharon y, rebelándose contra la palabra del Señor, tuvieron la osadía de escalar la montaña. 44 Entonces los amorreos que habitan en esa montaña les salieron al encuentro, los persiguieron como abejas, y los derrotaron en la región de Seír hasta llegar a Jormá. 45 Cuando ustedes regresaron, se pusieron a llorar delante del Señor, pero él no los escuchó ni les hizo caso. 46 Y así tuvieron que permanecer en Cades durante tanto tiempo.


Capítulo 2
El paso por Edóm y Moab

Después dimos vuelta y nos pusimos en camino hacia el desierto, en dirección al Mar Rojo, como me lo había dicho el Señor. Durante muchos días estuvimos dando vueltas alrededor del macizo de Seír. 2 Hasta que por fin el Señor me dijo: 3 «Basta ya de dar vueltas alrededor de esta montaña. Ahora diríjanse hacia el norte. 4 Comunica esta orden al pueblo: Ustedes van a pasar por la región de Seír, donde viven sus hermanos, los descendientes de Esaú, los cuales desconfían de ustedes. Pero atiendan bien: 5 No los provoquen, porque yo no les daré nada de su territorio, no siquiera el espacio que ocupa la huella de una pisada, ya que el macizo de Seír se lo he dado en posesión a Esaú. 6 Cómprenles con dinero el alimento que necesitan para comer, y páguenles también el agua que deban. 7 Porque el Señor, tu Dios, te ha bendecido en todas tus empresas, y te ha protegido mientras caminabas por este gran desierto. Ya hace cuarenta años que el Señor, tu Dios, está contigo y nunca te faltó nada». 8 Por la ruta de la Arabá, que viene de Elat y de Esión Guéber, bordeamos la región de Seír, donde viven nuestros hermanos, los descendientes de Esaú. Luego dimos vuelta y tomamos el camino del desierto de Moab. 9 Entonces el Señor me dijo: «Tampoco ataques a Moab ni lo provoques a la guerra, porque no te daré ninguna fracción de su territorio, ya que la posesión de Ar se la he dado a los descendientes de Lot». 10 –Antiguamente habían estado allí los emíes, un pueblo fuerte, numeroso y de elevada estatura como los anaquitas. 11 Tanto ellos como los anaquitas eran tenidos por gigantes, pero los moabitas los llaman emíes. 12 En Seír, en cambio, primero estuvieron los hurritas; pero los descendientes de Esaú los desposeyeron y los exterminaron, instalándose en lugar de ellos, como lo hizo Israel con la tierra que el Señor le dio en posesión–. 13 «Y ahora, ordenó el Señor, reanuden la marcha y crucen el torrente Zéred». 

 La llegada a la Transjordania Entonces pasamos el torrente Zéred. 14 Desde que salimos de Cades Barné hasta que cruzamos el torrente Zéred, transcurrieron treinta y ocho años: el tiempo suficiente para que muriera toda aquella generación de guerreros, como el Señor se lo había jurado. 15 Porque el Señor puso su mano sobre ellos, hasta hacerlos desaparecer por completo del campamento. 16 Cuando ya no quedó en medio del pueblo ninguno de aquellos guerreros –porque todos habían muerto–. 17 El Señor me habló en estos términos: 18 «Ahora vas a pasar por Ar, que está en las fronteras de Moab. 19 Y luego te vas a enfrentar con los amonitas. No los ataques ni los provoques, porque yo no te daré en posesión ninguna fracción de su territorio, ya que se lo he dado en posesión a los descendientes de Lot». 20 –También este era considerado un país de gigantes. En efecto, allí habitaron antiguamente los gigantes que los amonitas llaman zamzumíes. 21 Eran un pueblo fuerte, numeroso y de elevada estatura como los anaquitas; pero el Señor los destruyó por medio de los amonitas, que los desposeyeron y se establecieron en lugar de ellos. 22 Lo mismo había hecho con los descendientes de Esaú, que habitan en Seír, cuando por medio de ellos destruyó a los hurritas; de esta manera, aquellos desposeyeron a los hurritas y se establecieron en su lugar hasta el día de hoy. 23 En cuanto a los avitas, que habitaban en los poblados hasta Gaza, fueron exterminados por los caftoritas, provenientes de Caftor, los cuales se establecieron en lugar de ellos–. 24 Luego el Señor añadió: «Reanuden la marcha y crucen el torrente Arnón. Yo te entrego a Sijón, rey de Jesbón, el amorreo, con todo su país. Prepárate para iniciar la conquista y provócalo a la guerra. 25 A partir de este momento, haré que el pánico y el terror se apoderen de todos los pueblos que están bajo el cielo: el que oiga hablar de ti, temblará y se estremecerá de espanto». 

 La conquista del reino de Sijón 26 Desde el desierto de Quedemot envié mensajeros a Sijón, rey de Jesbón, con la siguiente propuesta de paz: 27 «Déjame pasar por tu país. Iré por el camino, sin desviarme ni a la derecha ni a la izquierda. 28 Véndeme las provisiones necesarias para comer, y darme también a cambio de dinero, agua para beber. Te pido solamente que me dejes pasar. 29 Como ya me han dejado los descendientes de Esaú, que viven en Seír, y los moabitas de Ar. Así podré cruzar el Jordán y llegar a la tierra que nos da el Señor, nuestro Dios». 30 Pero Sijón, rey de Jesbón, se negó a dejarnos pasar por su territorio, porque el Señor, tu Dios, había ofuscado su espíritu y endurecido su corazón, a fin de ponerlo en tus manos, como lo está todavía hoy. 31 Entonces el Señor me dijo: «He decidido entregarte a Sijón con todo su país. Empieza la conquista apoderándose de su territorio». 32 Sijón nos salió al paso con todas sus tropas, dispuesto a librarnos batalla en Iasá. 33 Pero el Señor lo puso en nuestras manos y lo derrotamos, a él con sus hijos y todas sus tropas. 34 Nos apoderamos de todas sus ciudades y las consagramos al exterminio, sacrificando a hombres, mujeres y niños, sin dejar ningún sobreviviente. 35 Nos reservamos como botín solamente el ganado y los despojos de las ciudades conquistadas. 36 Desde Aroer, en la ribera del Arnón –incluyendo la ciudad que está en el valle– hasta Galaad, no hubo para nosotros ninguna ciudad inexpugnable: el Señor. nuestro Dios, nos entregó todo. 37 Pero no te acercaste al país de los amonitas: toda la ribera del torrente laboc, las ciudades de la montaña y todos los lugares que el Señor, nuestro Dios, te había prohibido.

1° Lectura. Mateo 26:25-46


Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: «Tomen y coman, esto es mi Cuerpo». 27 Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, diciendo: «Beban todos de ella, 28 porque esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos para la remisión de los pecados. 29 Les aseguro que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta el día en que beba con ustedes el vino nuevo en el Reino de mi Padre». 

 30 Después del canto de los Salmos, salieron hacia el monto de los Olivos. 31 Entonces Jesús les dijo: «Esta misma noche, ustedes se van a escandalizar a causa de mí. Porque dice la Escritura: Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas del rebaño. 32 Pero después que yo resucite, iré antes que ustedes a Galilea». 33 Pedro, tomando la palabra, le dijo: «Aunque todos se escandalicen por tu causa, yo no me escandalizaré jamás». 34 Jesús le respondió: «Te aseguro que esta misma noche, antes que cante el gallo, me habrás negado tres veces». 35 Pedro le dijo: «Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré». Y todos los discípulos dijeron lo mismo. 36 Cuando Jesús llegó con sus discípulos a una propiedad llamada Getsemaní, les dijo: «Quédense aquí, mientras yo voy allí a orar». 37 Y llevando con él a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y a angustiarse. 38 Entonces les dijo: «Mi alma siente una tristeza de muerte. Quédense aquí, velando conmigo». 39 Y adelantándose un poco, cayó con el rostro en tierra, orando así: «Padre mío, si es posible, que pase lejos de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya». 40 Después volvió junto a sus discípulos y los encontró durmiendo. Jesús dijo a Pedro: «¿Es posible que no hayan podido quedarse despiertos conmigo, ni siquiera una hora? 41 Estén prevenidos y oren para no caer en tentación, porque el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil». 42 Se alejó por segunda vez y suplicó: «Padre mío, si no puede pasar este cáliz sin que yo lo beba, que se haga tu voluntad». 43 Al regresar los encontró otra vez durmiendo, porque sus ojos se cerraban de sueño. 44 Nuevamente se alejó de ellos y oró por tercera vez, repitiendo las mismas palabras. 45 Luego volvió junto a sus discípulos y les dijo: «Ahora pueden dormir y descansar: ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. 46 ¡Levántense! ¡Vamos! Ya se acerca el que me va a entregar».