lunes, 5 de mayo de 2014

2° Lectura. Jueces 4-5

Capítulo 4
Débora y Barac: la opresión de los cananeos
Después que murió Ehúd, los israelitas volvieron a hacer lo que es malo a los ojos del Señor, 2 y él los entregó en manos de Iabín;, rey de Canaán, que reinaba en Jasor. El jefe de su ejército era Sísara, que vivía en Jaróset Ha Goím. 3 Los israelitas clamaron al Señor, porque Iabín tenía novecientos carros de hierro y había oprimido duramente a los israelitas durante veinte años. 4 En aquel tiempo, juzgaba a Israel una profetisa llamada Débora, esposa de Lapidot. 5 Ella se sentaba debajo de la palmera de Débora, entre Ramá y Betel, en la montaña de Efraím, y los israelitas acudían a ella para resolver sus litigios. 6 Débora mandó llamar de Quédes de Neftalí a Barac, hijo de Abinóam, y le dijo: «El Señor, el Dios de Israel, te ordena lo siguiente: «Ve a reunir en el monte Tabor a diez mil hombres de la tribu de Neftalí y de la tribu de Zabulón. 7 Yo atraeré hacia ti, al torrente Quisón, a Sísara, Jefe del ejército de Iabín, con sus carros y sus tropas, y los pondré en tus manos». 8 Barac le respondió: «Si tú vienes conmigo, iré; pero si no vienes, no iré». 9 Ella le dijo: «Yo iré contigo; pero entonces la gloria de la campaña que vas a emprender no será para ti, porque el Señor pondrá a Sísara en manos de una mujer». Débora fue a Quédes junto con Barac, 10 y él convocó en Quédes a Zabulón y a Neftalí. Lo siguieron diez mil hombres, y también Débora subió con él. 11 Jéber, el quenita, se había separado de Caín, de los descendientes de Jobab, el suegro de Moisés, y había extendido su campamento hasta le encina de Saananím, cerca de Quédes. La derrota y la muerte de Sísara 12 Cuando informaron a Sísara que Barac, hijo de Abinóam, había subido al monte Tabor, 13 aquel reunió todos sus carros de guerra –novecientos carros de hierro– y a toda la gente de que disponía, y los condujo desde Jaróset Ha Goím hasta el torrente de Quisón. 14 Débora dijo a Barac: «Levántate, porque ha llegado el día en que el Señor pondrá en tus manos a Sísara. El Señor va delante de ti». Entonces Barac bajó del monte Tabor, al frente de los diez mil hombres, 15 y el Señor hizo que Sísara, todos sus carros y todo su ejército huyeran despavoridos delante de Barac. Sísara se bajó de su carro de guerra y huyó a pie. 16 Barac persiguió a los carros y al ejército hasta Jaróset Ha Goím, y todo el ejército de Sísara cayó al filo de la espada. No quedó ni un solo sobreviviente. 17 Mientras tanto, Sísara huyó a pie hasta la carpa de Jael, la esposa de Jéber, el quenita, porque Iabín, rey de Jasor, y el clan de Jéber, el quenita, estaban en buenas relaciones. 18 Jael le salió al encuentro y le dijo: «Ven, Señor mío, pasa por aquí. No temas». El entró en su carpa, y ella lo tapó con una manta. 19 El le dijo: «Por favor, dame un poco de agua, porque tengo sed». Ella abrió un recipiente donde había leche y le dio a beber. Luego lo volvió a cubrir. 20 El le siguió diciendo: «Quédate a la entrada de la carpa, y si viene alguien y te pregunta: «¿Hay aquí algún hombre?, respóndele que no». 21 Pero Jael, la esposa de Jéber, sacó una estaca de la carpa, tomó en su mano un martillo y, acercándose a él sigilosamente, le clavó la estaca en la sien, hasta hundirla en la tierra. Sísara estaba profundamente dormido, agotado por el cansancio. Cuando ya estaba muerto, 22 llegó Barac, que venía persiguiendo a Sísara. Jael le salió al encuentro y le dijo: «Ven y te mostraré al hombre que buscas». El entró junto con ella, y vio a Sísara que yacía muerto, con la estaca clavada en la sien. 23 Así humilló Dios aquel día a Iabín, rey de Canaán, delante de los israelitas. 24 El dominio de los israelitas sobre Iabín, rey de Canaán, se fue haciendo cada vez más fuerte, hasta que lo exterminaron por completo.

Capítulo 5
El canto de Débora y Barac: Preludio

Aquel día, Débora y Barac entonaron este canto: 2 «Porque en Israel van con los cabellos sueltos, porque el pueblo se ofreció voluntariamente, ¡bendigan al Señor! 3 ¡Escuchen, reyes! ¡Presten oído, príncipes! Yo voy a cantar, voy a cantar al Señor, celebraré al Señor, el Dios de Israel. 4 Señor, cuando tú saliste de Seír, cuando avanzabas desde las estepas de Edom, tembló la tierra, fluyeron los cielos, y hasta las nubes se deshicieron en torrentes; 5 se diluyeron las montañas, delante del Señor –el del Sinaí– delante del Señor, el Dios de Israel. La situación de Israel antes de la batalla 6 En los días de Samgar, hijo de Anat, en los días de Jael, estaban desiertos los caminos; los que antes iban por los senderos tomaban por sendas desviadas. 7 Ya no había más jefes, no había ni uno solo en Israel, hasta que te levantaste tú, Débora, hasta que te levantaste tú, madre en Israel. 8 La gente elegía dioses nuevos, la guerra ya estaba a las puertas; no se veía ni un escudo ni una lanza entre cuarenta mil hombres de Israel. Invitación a celebrar la victoria 9 Mi corazón está con los caudillos de Israel, con los voluntarios del pueblo. ¡Bendigan al Señor! 10 Ustedes, los que cabalgan en asnas blancas, montados sobre tapices, y los que marchan por el camino, ¡atiendan bien! 11 ¡Escuchen a los arqueros junto a los pozos de agua! Allí se narran los actos de justicia del Señor, las gestas de su dominio en Israel, cuando el pueblo del Señor bajó a las Puertas. Las tribus reunidas para el combate 12 ¡Despierta, Débora, despierta! ¡Sí, despierta, entona un canto! ¡Arriba, Barac, llévate a tus cautivos, hijo de Abinóam! 13 Entonces bajó el resto de los nobles, el pueblo del Señor bajó en mi defensa con los héroes. 14 Lo mejor de Efraím está en el valle, detrás de ti va Benjamín, entre tus tropas. De Maquir bajaron los caudillos, y de Zabulón, los que empuñan el bastón de mando. 15 Los príncipes de Isacar están con Débora: sí, Isacar, firme junto a Barac, se lanza tras sus pasos en el valle. Reproches contra las tribus no combatientes Junto a los arroyos de Rubén hay grandes deliberaciones 16 ¿Por qué estás sentado entre los corrales, oyendo los silbidos de los que arrean los rebaños? Junto a los arroyos de Rubén se hacen muchas indagaciones. 17 Galaad ve tranquilo al otro lado del Jordán y Dan ¿por qué se queda en las naves? Aser habita a la orilla del mas y vive tranquilo en sus embarcaderos. Elogio de Zabulón y Neftalí 18 Zabulón es un pueblo que desafía la muerte, igual que Neftalí, sobre las alturas del campo. El relato de la batalla 19 Llegaron los reyes al combate: entonces combatieron los reyes de Canaán, en Taanac, junto a las aguas de Meguido, pero no recogieron plata como botín. 20 Desde el cielo combatieron las estrellas, desde sus órbitas combatieron contra Sísara. 21 ¡El torrente Quisón los arrastró, el antiguo torrente, el torrente Quisón! ¡Avanza, alma mía, con denuedo! 22 Los cascos de los caballos martillaron el suelo, al galope, al galope de sus corceles. La muerte de Sísara 23 ¡Maldigan a Meroz, dice el Angel del Señor, sí, maldigan a sus habitantes! Porque no acudieron en auxilio del Señor, en auxilio del Señor, junto a los héroes. 24 ¡Bendita entre las mujeres sea Jael, la mujer de Jéber, el quenita! ¡Bendita entre las mujeres que habitan en carpas! 25 Sísara pidió agua, ella le dio leche, le ofreció cuajada en taza de príncipe 26 Extendió su mano hacia la estaca, y su derecha, hacia el martillo de los trabajadores; martilló a Sísara, le partió la cabeza, le machacó y le atravesó la sien. 27 El se desplomó a sus pies, cayó y quedó tendido; se desplomó, cayó a sus pies, allí donde se desplomó, yace aniquilado. La consternación de la madre de Sísara 28 La madre de Sísara se asoma por la ventana, a través del enrejado, y se lamenta: «¿Por qué tarda en llegar su carro? ¿Por qué se han retrasado sus carros de combate?» 29 La más sagaz de sus princesas le responde, y ella misma se repite estas palabras: 30 «Seguro que están recogiendo y repartiendo el botín; una cautiva, dos cautivas para cada guerrero, paños de colores como botín para Sísara, una tela, dos telas recamadas para mi cuello». Conclusión 31 ¡Qué así desaparezcan todos tus enemigos, Señor, y los que te aman sean como el sol cuando despunta con toda su fuerza!». Y hubo paz en el país durante cuarenta años.

3° Lectura. Job 35

Capítulo 35
Elihú tomó la palabra y dijo: 2 ¿Piensas que estás en tu derecho, al decir: «Soy más justo que Dios»? 3 Porque tú dices: «¿De qué me sirve, qué gano yo con no pecar?». 4 Pero yo te dará una respuesta, a ti y a tus amigos contigo. 5 Mira hacia el cielo y contempla, observa las nubes: ¡son más altas que tú! 6 Si pecas, ¿qué daño le causas? Con tus muchas rebeldías, ¿qué le puedes hacer? 7 Si eres justo, ¿qué le das o qué recibe él de tu mano? 8 ¡A un hombre como tú afecta tu maldad, y tu justicia, a un simple mortal! 9 Se grita bajo el peso de la opresión, se pide auxilio contra el brazo de los poderosos. 10 Pero nadie dice: «¿Dónde está Dios, mi Creador, el que hace resonar cantos en la noche, 11 el que nos instruye más que a las bestias de la tierra y nos hace más sabios que a los pájaros del cielo?». 12 Entonces, por más que griten, él no responde, a causa del orgullo de los malvados. 13 ¡No, Dios no escucha las cosas vanas, el Todopoderoso no se da por aludido! 14 Menos aún cuando tú dices que no lo ves, que hay un juicio pendiente ante él, y que tú lo esperas. 15 Y ahora, porque su enojo no castiga y él no tiene muy en cuenta las rebeldías, 16 Job ha abierto su boca en vano, y es por ignorancia que se excede en el hablar.

1° Lectura. Hechos 16:16-40

Un día, mientras nos dirigíamos al lugar de oración, nos salió al encuentro una muchacha poseída de un espíritu de adivinación, que daba mucha ganancia a sus patrones adivinando la suerte. 17 Ella comenzó a seguirnos, a Pablo y a nosotros, gritando: «Esos hombres son los servidores del Dios Altísimo, que les anuncian a ustedes el camino de la salvación». 18 Así lo hizo durante varios días, hasta que al fin Pablo se cansó y, dándose vuelta, dijo al espíritu: «Yo te ordeno en nombre de Jesucristo que salgas de esta mujer», y en ese mismo momento el espíritu salió de ella. 19 Pero sus patrones, viendo desvanecerse las esperanzas y de lucro, se apoderaron de Pablo y de Silas, los arrastraron hasta la plaza pública ante las autoridades, 20 y llevándolos delante de los magistrados, dijeron: «Esta gente está sembrando la confusión en nuestra ciudad. Son unos judíos 21 que predican ciertas costumbres que nosotros, los romanos, no podemos admitir ni practicar». 22 La multitud se amotinó en contra de ellos, y los magistrados les hicieron arrancar la ropa y ordenaron que los azotaran. 23 Después de haberlos golpeado despiadadamente, los encerraron en la prisión, ordenando al carcelero que los vigilara con mucho cuidado. 24 Habiendo recibido esta orden, el carcelero los encerró en una celda interior y les sujetó los pies en el cepo. 25 Cerca de la medianoche, Pablo y Silas oraban y cantaban alabanzas de Dios, mientras los otros prisioneros los escuchaban. 26 De pronto, la tierra comenzó a temblar tan violentamente que se conmovieron los cimientos de la cárcel, y en un instante, todas las puertas se abrieron y las cadenas de los prisioneros se soltaron. 27 El carcelero se despertó sobresaltado y, al ver abiertas las puertas de la prisión, desenvainó su espada con la intención de matarse, creyendo que los prisioneros se habían escapado. 28 Pero Pablo le gritó: «No te hagas ningún mal, estamos todos aquí». 29 El carcelero pidió unas antorchas, entró precipitadamente en la celda y, temblando, se echó a los pies de Pablo y de Silas. 30 Luego los hizo salir y les preguntó: «Señores, ¿qué debo hacer para alcanzar la salvación?». 31 Ellos le respondieron: «Cree en el Señor Jesús y te salvarás, tú y toda tu familia». 32 En seguida le anunciaron la Palabra del Señor, a él y a todos los de su casa. 33 A esa misma hora de la noche, el carcelero los atendió y curó sus llagas. Inmediatamente después, fue bautizado junto con toda su familia. 34 Luego los hizo subir a su casa y preparó la mesa para festejar con los suyos la alegría de haber creído en Dios. 35 Cuando amaneció, los magistrados enviaron a los inspectores para que dijeran al carcelero: «Deja en libertad a esos hombres». 36 El carcelero comunicó entonces a Pablo» «Los magistrados me mandan decir que los deje en libertad; por lo tanto, salgan y vayan en paz». 37 Pero Pablo respondió a los inspectores: «Ellos nos hicieron azotar públicamente sin juicio previo, a nosotros que somos ciudadanos romanos, y nos pusieron en la cárcel. ¡Y ahora nos quieren hacer salir a escondidas! ¡De ninguna manera! Que vengan ellos en persona a dejarnos en libertad». 38 Los inspectores repitieron estas palabras a los magistrados; estos, al enterarse de que eran ciudadanos romanos, se asustaron 39 y fueron a tratar amigablemente con ellos. Luego los pusieron en libertad y los invitaron a alejarse de la ciudad. 40 Cuando salieron de la prisión, Pablo y Silas fueron a la casa de Lidia, donde volvieron a ver a los hermanos y los exhortaron. Después partieron