martes, 4 de febrero de 2014

3° Lectura SALMO 35




De David.
Combate, Señor, a los que me atacan,
pelea contra los que me hacen la guerra.
2 Toma el escudo y el broquel,
levántate y ven en mi ayuda;
3 empuña la lanza y la jabalina
para enfrentar a mis perseguidores;
dime: «Yo soy tu salvación».
4 Que sufran una derrota humillante
los que intentan quitarme la vida;
que vuelvan la espalda confundidos
los que traman mi perdición.
5 Que sean como la paja ante el viento,
mientras el Angel del Señor los arrastra;
6 que su camino sea oscuro y resbaladizo,
mientras el Angel del Señor los persigue.
7 Porque me tendieron sus redes sin motivo
y me cavaron una fosa mortal:
8 ¡que los sorprenda un desastre imprevisto;
que sean atrapados por sus propias redes,
y caigan en la fosa que ellos mismos cavaron!
9 Pero yo me alegraré en el Señor,
me regocijaré por su victoria;
10 todo mi ser proclamará:
«Señor, no hay nadie igual a ti;
tú libras al débil de las manos del más fuerte,
y al pobre, de aquel que lo despoja».
11 Se presentan contra mí testigos falsos;
me piden cuenta de cosas que ignoro;
12 me devuelven mal por bien,
dejando mi alma desolada.
13 Yo, en cambio, cuando ellos estaban enfermos,
me cubría con ropas de penitente,
afligía mi alma con ayunos
y oraba con la cabeza inclinada.
14 Ellos eran para mí como un amigo o un hermano,
y yo andaba triste y abatido,
como quien llora la muerte de su madre.
15 Pero cuando tropecé ellos se alegraron,
se juntaron todos contra mí
y me golpearon sorpresivamente;
me desgarraban sin cesar,
16 se burlaban de mí con crueldad
y rechinaban contra mí sus dientes.
17 Señor, ¿cuánto tiempo vas a tolerarlo?
Líbrame de los animales rugientes,
salva mi vida de los leones;
18 y te daré gracias en la gran asamblea,
te alabaré en medio de una multitud.
19 ¡Que no canten victoria mis enemigos traicioneros,
ni se guiñen el ojo los que me odian sin motivo!
20 Ellos no hablan de paz,
sino que atacan a los oprimidos de la tierra;
traman planes engañosos
21 y se ríen de mí a carcajadas, diciendo:
«Lo hemos visto con nuestros propios ojos».
22 Tú también lo has visto, Señor, no te calles;
no te quedes lejos de mí, Señor;
23 ¡despiértate, levántate, Dios mío,
Señor mío, defiende mi causa!
24 Júzgame según tu justicia, Señor;
Dios mío, que no canten victoria sobre mí;
25 que no piensen: «Se cumplió nuestro deseo»,
ni digan: «Lo hemos devorado».
26 Que sufran una derrota humillante
los que se alegran de mi desgracia;
que se cubran de confusión y de vergüenza
los que se envalentonan contra mí.
27 Canten, en cambio, y alégrense,
los que desean mi triunfo;
los que desean mi felicidad,
repitan siempre: «¡Qué grande es el Señor
que en la paz de su siervo se complace!».
28 Entonces mi lengua pregonará tu justicia,
y cada día proclamaré tu alabanza.

2° Lectura GÉNESIS 44




La última prueba de José a sus hermanos
1 Después José dio a su mayordomo esta orden: «Llena de víveres las bolsas de estos hombres, hasta que estén bien repletas, y antes de cerrarlas, coloca en ellas el dinero de cada uno.
2 En la bolsa del más joven, además del dinero que pagó por su ración, pondrás también mi copa de plata». El mayordomo hizo lo que José le había indicado,
3 y al día siguiente, apenas amaneció, hicieron salir a los hombres con sus asnos.
4 Ellos salieron de la ciudad, y cuando todavía no se habían alejado, José dijo a su mayordomo: «Corre ahora mismo detrás de esos hombres, y apenas los alcances, les dirás: «¿Por qué devuelven mal por bien, y por qué me han robado la copa de plata?
5 Esa es la copa que mi señor usa para beber y con la que consulta los presagios. Ustedes se han comportado pésimamente».
6 Apenas los alcanzó, el mayordomo les repitió estas palabras.
7 Pero ellos respondieron: «¿Cómo puedes, señor, afirmar tales cosas? Lejos de nosotros comportarnos de esa manera.
8 Nosotros te trajimos de vuelta desde Canaán el dinero que encontramos en nuestras bolsas. ¿Cómo íbamos entonces a robar plata u oro de la casa de tu señor?
9 Si la copa se llega a encontrar en poder de alguno de nosotros, el que la tenga morirá, y todos los demás seremos tus esclavos».
10 «Está bien, respondió, que sea como ustedes dicen, pero mi esclavo será únicamente aquel en cuyo poder se encuentre la copa. Los demás quedarán libres de todo cargo».
11 Entonces ellos se apresuraron a bajar sus bolsas, y cada uno abrió la suya.
12 El mayordomo las registró, empezando por la del mayor y terminando por la del menor, y la copa fue hallada en la bolsa de Benjamín.
13 Al ver esto, ellos rasgaron sus vestiduras; luego volvieron a cargar sus asnos y regresaron a la ciudad.
14 Cuando Judá y sus hermanos entraron en la casa de José, este todavía se encontraba allí. Ellos se postraron ante él con el rostro en tierra,
15 y entonces José les preguntó: «¿Acaso ustedes ignoraban que un hombre como yo sabe recurrir a la adivinación?».
16 Judá respondió: «¿Qué podemos decirte, señor? ¿Qué excusa podemos alegar, o cómo vamos a probar nuestra inocencia? Es Dios el que ha puesto al descubierto nuestra maldad. Aquí nos tienes: somos tus esclavos, tanto nosotros como aquel en cuyo poder estaba la copa».
17 Pero José replicó» «¡Lejos de obrar de ese modo! Mi esclavo será solamente el que tenía la copa. Los demás podrán regresar tranquilamente a la casa de su padre».
La intervenciónde Judá en favor de Benjamín
18 Judá se acercó para decirle: «Permite, señor, que tu servidor diga una palabra en tu presencia, sin impacientarte conmigo, ya que tú y el Faraón son una misma cosa.
19 Tú nos preguntaste si nuestro padre vivía aún y si teníamos otro hermano.
20 Nosotros te respondimos: Tenemos un padre que ya es anciano, y un hermano menor, hijo de su vejez. El hermano de este último murió, y él es el único hijo de la madre de estos dos que ha quedado vivo; por eso nuestro padre siente por él un afecto muy especial.
21 Tú nos dijiste: «Tráiganlo aquí, porque lo quiero conocer».
22 Y aunque nosotros te explicamos que el muchacho no podía dejar a su padre, porque si se alejaba de él, su padre moriría,
23 tú nos volviste a insistir: «Si no viene con ustedes su hermano menor, no serán admitidos nuevamente en mi presencia».
24 Cuando regresamos a la casa de nuestro padre, tu servidor, le repetimos tus mismas palabras.
25 Pero un tiempo después, nuestro padre nos dijo: «Vayan otra vez a comprar algunos víveres».
26 Nosotros respondimos: «Así no podemos ir. Lo haremos únicamente si nuestro hermano menor viene con nosotros, porque si él no nos acompaña, no podemos comparecer delante de aquel hombre».
27 Nuestro padre, tu servidor, nos respondió: «Ustedes saben muy bien que mi esposa predilecta me dio dos hijos.
28 Uno se fue de mi lado; yo tuve que reconocer que las fieras lo habían despedazado, y no volví a verlo más.
29 Si ahora ustedes me quitan también a este, y le sucede una desgracia, me harán bajar a la tumba lleno de aflicción».
30 Por eso, si me presento ante mi padre sin el muchacho, a quien él tanto quiere,
31 apenas vea que falta su hijo, morirá; y nosotros lo habremos hechos bajar a la tumba lleno de aflicción.
32 Además, yo me he hecho responsable del muchacho ante mi padre, diciendo: «Si no te lo devuelvo sano y salvo, seré culpable ante ti todo el resto de mi vida.
33 Por eso, deja que yo me quede como esclavo tuyo en lugar del muchacho, y que él se vuelva con sus hermanos.
34 ¿Cómo podré regresar si el muchacho no me acompaña? Yo no quiero ver la desgracia que caerá sobre mi padre».

1° Lectura LUCAS 24:13-53

13 Ese mismo día, dos de los discípulos iban a un pequeño pueblo llamado Emaús, situado a unos diez kilómetros de Jerusalén.
14 En el camino hablaban sobre lo que había ocurrido.
15 Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos.
16 Pero algo impedía que sus ojo lo reconocieran.
17 El les dijo: «¿Qué comentaban por el camino?». Ellos se detuvieron, con el semblante triste,
18 y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: «¡Tú eres el único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días!».
19 «¿Qué cosa?», les preguntó. Ellos respondieron: «Lo referente a Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo,
20 y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron.
21 Nosotros esperábamos que fuera él quien librara a Israel. Pero a todo esto ya van tres días que sucedieron estas cosas.
22 Es verdad que algunas mujeres que están con nosotros nos han desconcertado: ellas fueron de madrugada al sepulcro
23 y al no hallar el cuerpo de Jesús, volvieron diciendo que se les había aparecido unos ángeles, asegurándoles que él está vivo.
24 Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y encontraron todo como las mujeres habían dicho. Pero a él 
no lo vieron».
25 Jesús les dijo: «¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas!
26 ¿No será necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?»
27 Y comenzando por Moisés y continuando en todas las Escrituras lo que se refería a él.
28 Cuando llegaron cerca del pueblo adonde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante.
29 Pero ellos le insistieron: «Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba». El entró y se quedó con ellos.
30 Y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se lo dio.
31 Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero él había desaparecido de su vista.
32 Y se decían: «¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?».
33 En ese mismo momento, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí encontraron reunidos a los Once y a los demás que estaban con ellos,
34 y estos les dijeron: «Es verdad, ¡el Señor ha resucitado y se apareció a Simón!».
35 Ellos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
36 Todavía estaban hablando de esto, cuando Jesús se apareció en medio de ellos y les dijo: «La paz esté con ustedes».
37 Atónitos y llenos de temor, creían ver un espíritu,
38 pero Jesús les preguntó: «¿Por qué están turbados y se les presentan esas dudas?
39 Miren mis manos y mis pies, soy yo mismo. Tóquenme y vean. Un espíritu no tiene carne ni huesos, como ven que yo tengo».
40 Y diciendo esto, les mostró sus manos y sus pies.
41 Era tal la alegría y la admiración de los discípulos, que se resistían a creer. Pero Jesús les preguntó: «¿Tienen aquí algo para comer?».
42 Ellos le presentaron un trozo de pescado asado;
43 él lo tomó y lo comió delante de todos.
44 Después les dijo: «Cuando todavía estaba con ustedes, yo les decía: Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos».
45 Entonces les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras,
46 y añadió: «Así esta escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día,
47 y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados.
48 Ustedes son testigos de todo esto.
49 Y yo les enviaré lo que mi Padre les ha prometido. Permanezcan en la ciudad, hasta que sean revestidos con la fuerza que viene de lo alto».
50 Después Jesús los llevó hasta las proximidades de Betania y, elevando sus manos, los bendijo.
51 Mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo.
52 Los discípulos, que se habían postrado delante de él, volvieron a Jerusalén con gran alegría,
53 y permanecían continuamente en el Templo alabando a Dios.

Lecturas del 4 de Febrero