jueves, 13 de febrero de 2014

4° Lectura TOBÍAS 7

1 Cuando llegaron a Ecbátana, Tobías dijo: «Hermano Azarías, llévame directamente a la casa de nuestro hermano Ragüel». El ángel lo llevó, y encontraron a Ragüel sentado a la puerta del patio. Ellos lo saludaron primero, y él les respondió: «¡Salud, hermanos, sean bienvenidos!». Y los hizo pasar a su casa.
2 Luego dijo a su mujer Edna: «¡Cómo se parece este joven a mi hermano Tobit!».
3 Edna les preguntó: «¿De dónde son, hermanos?». Ellos les respondieron: «Somos de los hijos de Neftalí deportados a Nínive».
4 «¿Conocen ustedes a nuestro hermano Tobit?», les dijo ella. «Sí, lo conocemos», le respondieron. Ella les preguntó: «¿Cómo está?».
5 «Vive todavía y está bien», le dijeron. Y Tobías agregó: «Es mi padre».
6 Ragüel se levantó de un salto, lo besó y lloró.
7 Después le dijo: «¡Bendito seas, hijo mío! Tienes un padre excelente. Es una gran desgracia que un hombre tan justo y generoso haya quedado ciego». Y echándose al cuello de su hermano Tobías, se puso a llorar.
8 También lloró su mujer Edna y su hija Sara.
9 Luego mataron un cordero del rebaño y los recibieron cordialmente. Después de lavarse y bañarse, se pusieron a comer. Entonces Tobías dijo a Rafael: «Hermano Azarías, dile a Ragüel que me dé por esposa a mi hermana Sara».
10 Ragüel lo oyó y dijo al joven: «Come y bebe, y disfruta de esta noche, porque nadie tiene más derecho que tú, hermano, a casarse con mi hija Sara. Ni siquiera yo puedo dársela a otro, ya que tú eres mi pariente más cercano. Pero ahora, hijo mío, te voy a hablar con toda franqueza.
11 Ya se la he dado a siete de nuestros hermanos, y todos murieron la primera noche que iban a tener relaciones con ella. Por el momento, hijo mío, come y bebe; el Señor intervendrá en favor de ustedes».
12 Pero Tobías le replicó: «No comeré ni beberé hasta que hayas tomado una decisión sobre este asunto». Ragüel le respondió: «¡Está bien! Ella te corresponde a ti según lo prescrito en la Ley de Moisés, y el Cielo decreta que te sea dada. Recibe a tu hermana. Desde ahora, tú eres su hermano y ella es tu hermana. A partir de hoy es tuya para siempre. Que el Señor los asista esta noche, hijo mío, y les conceda su misericordia y su paz».
13 Ragüel hizo venir a su hija Sara. Cuando ella llegó, la tomó de la mano y se la entregó a Tobías, diciendo: «Recíbela conforme a la Ley y a lo que está prescrito en el Libro de Moisés, que mandan dártela por esposa. Tómala y llévala sana y salva a la casa de tu padre. ¡Que el Dios del cielo los conduzca en paz por el buen camino!»
14 Después llamó a la madre y le pidió que trajera una hoja de papiro. En ella redactó el contrato matrimonial, por el que entregaba a su hija como esposa de Tobías, conforme a lo prescrito en la Ley de Moisés. Después empezaron a comer y a beber.
15 Ragüel llamó a su esposa Edna y le dijo: «Hermana, prepara la otra habitación, y llévala allí a Sara».
16 Ella fue a preparar la habitación, como se lo había dicho su esposo, llevó allí a Sara y se puso a llorar. Luego enjugó sus lágrimas y le dijo: «¡Animo, hija mía! ¡Que el Señor del cielo cambie tu pena en alegría!». Y salió.

3° Lectura PROVERBIOS 3

1 Hijo mío, no olvides mi enseñanza, y que tu corazón observe mis mandamientos,
2 porque ellos te aportarán largos días, años de vida y prosperidad.
3 Que nunca te abandonen la buena fe y la lealtad: átalas a tu cuello. escríbelas sobre la tabla de tu corazón,
4 y encontrarás favor y aprobación a los ojos de Dios y de los hombres.
5 Confía en el Señor y de todo corazón y no te apoyes en tu propia inteligencia;
6 reconócelo a él en todos sus caminos y él allanará tus senderos.
7 No seas sabio a tus propios ojos, teme al Señor y apártate del mal:
8 eso será un remedio para tu carne y savia para tus huesos.
9 Honra al Señor con tus bienes y con las primicias de todas tus ganancias:
10 así tus graneros se llenarán de trigo y tus lagares desbordarán de vino nuevo.
11 No desprecies, hijo mío, la corrección del Señor, ni te disgustes cuando él te reprende,
12 porque el Señor reprende a los que ama como un padre a su hijo muy querido.
13 ¡Feliz el hombre que encontró la sabiduría y el que obtiene la inteligencia,
14 porque ganarla vale más que la plata y ella rinde más que el oro fino!
15 Es más preciosa que las perlas y nada apetecible se le puede igualar.
16 En su mano derecha hay larga vida, y en su izquierda, riqueza y gloria.
17 Sus caminos son caminos deliciosos y todos sus senderos son apacibles.
18 Es un árbol de vida para los que se aferran a ella y los que la retienen son felices.
19 Por la sabiduría, el Señor fundó la tierra, por la inteligencia, afianzó los cielos;
20 por su ciencia brotaron los océanos y las nubes destilan el rocío.
21 Conserva, hijo mío, la prudencia y la reflexión; que ellas no se aparten de tus ojos.
22 Ellas serán vida para tu alma y gracia para tu cuello.
23 Entonces irás seguro por el camino y tu pie no tropezará.
24 Si te acuestas, no temblarás, y una vez acostado, tu sueño será agradable.
25 No temerás ningún sobresalto ni a los malvados que llegan como una tormenta.
26 Porque el Señor será tu seguridad y preservará tu pie de la trampa.
27 No niegues un beneficio al que lo necesite, siempre que esté en tus manos hacerlo.
28 No digas a tu prójimo: «Vuelve después, mañana te daré», si tienes con qué ayudarlo.
29 No trames el mal contra tu prójimo, mientras vive confiado junto a ti.
30 No litigues con un hombre sin motivo, si no te ha causado ningún mal.
31 No envidies al hombre violento ni elijas ninguno de sus caminos.
32 Porque el hombre perverso es abominable para el Señor, y él reserva su intimidad para los rectos.
33 La maldición del Señor está en la casa del malvado, pero él bendice la morada de los justos.
34 El se burla de los insolentes y concede su favor a los humildes.
35 Los sabios heredarán la gloria, pero los necios cargarán con la ignominia.

2° Lectura ÉXODO 9-10

Capítulo 9
La quinta plaga: la mortandad del ganado
1 El Señor dijo a Moisés: «Ve a presentarte ante el Faraón y dile: «Así habla el Señor, el Dios de los hebreos: Deja que mi pueblo salga a rendirme culto.
2 Porque si te resistes a dejarlo partir y sigues reteniéndolo,
3 la mano del Señor enviará una peste mortífera contra el ganado que está en los campos: contra los caballos, los asnos, los camellos, los bueyes y el ganado menor.
4 Pero el Señor hará una distinción entre el ganado de Israel y el de Egipto, de manera que no morirá ni uno solo de los animales que pertenecen a Israel».
5 Y el Señor fijó un plazo, diciendo: «Mañana cumpliré esta amenaza contra el país».
6 En efecto, al día siguiente el Señor cumplió su palabra y entonces murió todo el ganado de Egipto. A los israelitas, en cambio, no se les murió ni un solo animal.
7 Y cuando el Faraón ordenó que hicieran un recuento, se comprobó que los israelitas no habían perdido ni una sola cabeza de ganado. A pesar de eso, el Faraón se obstinó y no dejó partir al pueblo.
La sexta plaga: las úlceras
8 El Señor dijo a Moisés y a Aarón: «Recojan un puñado el hollín que se forma en los hornos, y que Moisés lo arroje hacia el cielo, en la presencia del Faraón.
9 Ese hollín se convertirá en un polvo que se expandirá por todo el territorio de Egipto y producirá úlceras purulentas en los hombres y en los animales».
10 Ellos recogieron el hollín y se presentaron ante el Faraón. Moisés lo arrojó hacia el cielo, y tanto los hombres como los animales se cubrieron de úlceras.
11 Los magos no pudieron enfrentarse con Moisés a causa de las úlceras que les habían salido como a todos los demás egipcios.
12 Pero el Señor endureció el corazón del Faraón, y él no los escuchó, como el Señor había predicho a Moisés.
La séptima plaga: el granizo
13 Luego el Señor dijo a Moisés: «Mañana bien temprano preséntate al Faraón y dile: «Así habla el Señor, el Dios de los hebreos: Deja que mi pueblo salga a rendirme culto.
14 Porque esta vez estoy dispuesto a enviar todas mis plagas contra ti, contra tus servidores y contra todo tu pueblo, para que sepas que no hay nadie como yo en toda la tierra.
15 Si yo hubiera extendido mi mano y enviado una peste contra ti y contra tu pueblo, ya habrías desaparecido de la tierra.
16 Pero preferí dejarte con vida, para mostrarte mi poder y para que mi Nombre sea pregonado por toda la tierra.
17 ¡Y todavía tienes la audacia de oponerte a mi pueblo para impedir su partida!
18 Pero mañana, a esta misma hora, haré caer sobre Egipto una terrible granizada, como no la hubo desde su fundación hasta el presente.
19 Por eso, ordena que pongan bajo techo tu ganado y todo lo que tengas al aire libre, porque todo lo que esté al aire libre, porque todo lo que esté al aire libre y no se encuentre bajo techo –sea hombre o animal– morirá víctima del granizo».
20 Algunos servidores del Faraón, atemorizados por la palabra del Señor, pusieron bajo techo a sus esclavos y su ganado;
21 pero otros no hicieron caso de esta amenaza y dejaron en el campo a sus esclavos y su ganado.
22 Entonces el Señor dijo a Moisés: «Extiende tu mano hacia el cielo, y que caiga el granizo sobre la gente, los animales y la vegetación que crece en los campos, en todo el territorio de Egipto».
23 Moisés extendió su bastón hacia el cielo, y el Señor envió truenos y granizo. Cayeron rayos sobre la tierra, y el Señor hizo llover granizo sobre Egipto.
24 El granizo y el fuego que formaba remolinos en medio de él, se precipitaron con tal violencia, que nunca hubo en Egipto nada semejante desde que comenzó a ser una nación.
25 El granizo mató a todos los hombres y animales que se encontraban al aire libre en el territorio de Egipto, arrasó toda la vegetación de los campos y destrozó todos los árboles.
26 Sólo se libró el granizo la región de Gosen, donde habitaban los israelitas.
27 El Faraón mandó llamar a Moisés y a Aarón, y les dijo: «Esta vez debo confesar mi pecado. El Señor tiene razón, mientras que yo y mi pueblo estamos equivocados.
28 Rueguen al Señor que haga cesar los truenos y el granizo, y yo los dejaré partir. Ya no tendrán que permanecer aquí más tiempo.
29 Moisés respondió: «Apenas salga de la ciudad, extenderé mis manos al Señor, y cesarán los truenos y no habrá más granizo, para que sepas que la tierra pertenece al Señor.
30 Sin embargo, yo sé muy bien que ni tú ni tus servidores temen todavía al Señor Dios».
31 En aquella oportunidad fueron destruidos el lino y la cebada, porque la cebada ya había echado espigas, y el lino estaba florecido.
32 El trigo y el espelta, en cambio, como son tardíos, escaparon a la destrucción.
33 Después que se alejó del Faraón, Moisés salió de la ciudad y extendió sus manos al Señor. Entonces cesaron los truenos y el granizo, y no cayó más lluvia sobre la tierra.
34 Pero cuando el Faraón vio que la lluvia, el granizo y los truenos habían cesado, reincidió en su pecado y endureció su corazón, lo mismo que sus servidores.
35 El Faraón se obstinó y no dejó partir a los israelitas, como el Señor lo había predicho por medio de Moisés.

Capítulo 10
La octava plaga: las langostas
1 El Señor dijo a Moisés: «Ve a presentarte delante del Faraón, porque yo mismo hice que se obstinaran, él y sus servidores, a fin de realizar estos signos en medio de ellos.
2 Así podrás contar a tus hijos y a tus nietos con qué rigor traté a los egipcios y qué signos realicé entre ellos, y ustedes sabrán que yo soy el Señor».
3 Moisés y Aarón se presentaron ante el Faraón y le dijeron: «Así habla el Señor, el Dios de los hebreos: «¿Hasta cuando te resistirás a humillarte delante de mí? Deja que mi pueblo salga a rendirme culto.
4 Porque si te niegas a dejarlo partir, mañana enviaré contra tu país una invasión de langostas.
5 Ellas cubrirán de tal manera la superficie del suelo, que nadie lo podrá ver. Devorarán el resto que se salvó del granizo y acabarán con todos los árboles que crecen en los campos.
6 Invadirán tus palacios, las residencias de tus servidores y las casas de todos los egipcios. Tus padres y tus abuelos nunca experimentaron una cosa igual, desde que se instalaron en el país hasta el día de hoy». Y dándose vuelta, Moisés se alejó de la presencia del Faraón.
7 Los servidores del Faraón le dijeron: «¿Hasta cuando este hombre será un peligro para nosotros? Deja que esa gente salga a rendir culto al Señor su Dios. ¿O todavía no te has dado cuenta de que Egipto está al borde de la ruina?».
8 Moisés y Aarón fueron conducidos nuevamente a la presencia del Faraón, y este les anunció: «Pueden ir a rendir culto al Señor. Pero antes especifiquen quiénes son los que van a ir.».
9 Moisés le respondió: «Iremos con nuestros jóvenes y nuestros ancianos, con nuestros hijos y nuestras hijas, con nuestras ovejas y nuestras vacas, porque celebraremos una fiesta en honor del Señor».
10 «¡Que el Señor esté con ustedes, así como yo los dejo partir con sus familias!», replicó el Faraón. «Sean testigos ustedes mismos de su mala fe.
11 ¡Así no! Que vayan los hombres solos a rendir culto al Señor, ya que eso pretenden». Y en seguida los echaron de la presencia del Faraón.
12 El Señor dijo a Moisés: «Extiende tu mano sobre el territorio de Egipto, para que las langostas invadan el país y devoren toda la vegetación que dejó el granizo».
13 Moisés extendió su bastón sobre el territorio de Egipto, y el Señor envió sobre el país el viento del este, que sopló todo aquel día y toda la noche. Cuando llegó la mañana, el viento ya había traído las langostas.
14 Las langostas invadieron todo el país y se abatieron sobre el territorio de Egipto en una cantidad tal, que nunca se había visto una invasión semejante, y nunca más volvería a verse.
15 Cubrieron la superficie de todo el país, de manera que este quedó a oscuras; devoraron toda la vegetación y todos los frutos de los árboles que se habían salvado del granizo; y en todo el territorio de Egipto no quedó ni siguiera una brizna de verdor en los árboles y en las plantas del campo.
16 El Faraón hizo venir de inmediato a Moisés y Aarón, y les dijo: «He pecado contra el Señor, su Dios, y contra ustedes.
17 Por eso, perdona una vez más mi pecado, y rueguen al Señor, su Dios, para que al menos aparte de mí esta plaga mortífera.»
18 Moisés se alejó de la presencia del Faraón y oró al Señor.
19 Entonces el Señor cambió la dirección del viento, que comenzó a soplar desde el oeste. Y lo hizo con tanta fuerza, que barrió con las langostas y las precipitó en el Mar Rojo. Así no quedó ni una sola langosta en el territorio de Egipto.
20 Pero el Señor endureció el corazón del Faraón, y él no dejó partir a los israelitas.
La novena plaga: las tinieblas
21 El Señor dijo a Moisés: «Extiende tu mano hacia el cielo, para que Egipto se cubra de una oscuridad tan densa que se pueda palpar».
22 Moisés extendió su mano hacia el cielo, y una profundo oscuridad cubrió todo el territorio de Egipto durante tres días.
23 Todo ese tiempo estuvieron sin verse unos a otros y sin que nadie pudiera moverse de su sitio. Pero en las viviendas de los israelitas había luz.
24 Luego el Faraón llamó a Moisés y le dijo: «Vayan a rendir culto al Señor. Podrán acompañarlos sus familias, pero quedarán aquí sus ovejas y sus vacas».
25 Moisés replicó: «Entonces tú nos tendrás que dar las víctimas para los sacrificios y holocaustos que ofreceremos al Señor, nuestro Dios.
26 ¡No! También nuestro ganado vendrá con nosotros. Ni un solo animal quedará aquí, porque nosotros queremos tomar de lo nuestro para rendir culto al Señor, nuestro Dios. Por otra parte, hasta que no lleguemos al lugar señalado, no sabremos cómo rendirle culto».
27 El Señor endureció el corazón del Faraón, y él no quiso dejarlos partir.
28 El Faraón dijo a Moisés: «¡Fuera de aquí! Y no te atrevas a comparecer otra vez en mi presencia, porque apenas lo hagas, morirás».
29 Moisés respondió: «Tú mismo lo has dicho. No te volveré a ver».

1° Lectura HEBREOS 9:23-28 - 10: 1-18


23 Ahora bien, si las figuras de las realidades celestiales debieron ser purificadas de esa manera, era necesario que esas mismas realidades también lo fueran, pero con sacrificios muy superiores.
24 Cristo, en efecto, no entró en un Santuario erigido por manos humanas –simple figura del auténtico Santuario– sino en el cielo, para presentarse delante de Dios en favor nuestro.
25 Y no entró para ofrecerse así mismo muchas veces, como lo hace el Sumo Sacerdote que penetra cada año en el Santuario con una sangre que no es la suya.
26 Porque en ese caso, hubiera tenido que padecer muchas veces desde la creación del mundo. En cambio, ahora él se ha manifestado una sola vez, en la consumación de los tiempos, para abolir el pecado por medio de su Sacrificio.
27 Y así como el destino de los hombres es morir una sola vez, después de lo cual viene el Juicio,
28 así también Cristo, después de haberse ofrecido una sola vez para quitar los pecados de la multitud, aparecerá por segunda vez, ya no en relación con el pecado, sino para salvar a los que lo esperan.

Capítulo 10
1 La Ley, en efecto –al no tener más que la sombra de los bienes futuros y no la misma realidad de las cosas– con los sacrificios repetidos año tras año en forma ininterrumpida, es incapaz de perfeccionar a aquellos que se acercan a Dios.
2 De lo contrario, no se hubieran ofrecido más esos sacrificios, porque los que participan de ellos, al quedar purificados una vez para siempre, ya no tendrían conciencia de ningún pecado.
3 En cambio, estos sacrificios renuevan cada año el recuerdo del pecado,
4 porque es imposible que la sangre de toros y chivos quite los pecados.
5 Por eso, Cristo, al entrar en el mundo, dijo: "Tú no has querido sacrificio ni oblación; en cambio, me has dado un cuerpo.
6 No has mirado con agrado los holocaustos ni los sacrificios expiatorios.
7 Entonces dije: Aquí estoy, yo vengo –como está escrito de mí en el libro de la Ley– para hacer, Dios, tu voluntad".
8 El comienza diciendo: "Tú no has querido ni has mirado con agrado los sacrificios, los holocaustos, ni los sacrificios expiatorios", a pesar de que están prescritos por la Ley.
9 Y luego añade: "Aquí estoy, yo vengo para hacer tu voluntad". Así declara abolido el primer régimen para establecer el segundo.
10 Y en virtud de esta voluntad quedamos santificados pro la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha de una vez para siempre.
11 Cada sacerdote se presenta diariamente para cumplir su ministerio y ofrecer muchas veces los mismos sacrificios, que son totalmente ineficaces para quitar el pecado.
12 Cristo, en cambio, después de haber ofrecido por los pecados un único Sacrificio, se sentó para siempre a la derecha de Dios,
13 donde espera que sus enemigos sean puestos debajo de sus pies.
14 Y así, mediante una sola oblación, él ha perfeccionado para siempre a los que santifica.
15 El Espíritu Santo atestigua todo esto, porque después de haber anunciado:
16 "Esta es la Alianza que haré con ellos después de aquellos días, dice el Señor: Yo pondré mis leyes en su corazón y las grabaré en su conciencia,
17 y no me acordaré más de sus pecados ni de sus iniquidades".
18 Y si los pecados están perdonados, ya no hay necesidad de ofrecer por ellos ninguna oblación.