lunes, 10 de febrero de 2014

3° Lectura SALMOS 41


SALMO 41
Del maestro de coro. Salmo de David.
2 Feliz el que se ocupa del débil y del pobre:
el Señor lo librará en el momento del peligro.
3 El Señor lo protegerá y le dará larga vida,
lo hará dichoso en la tierra
y no lo entregará a la avidez de sus enemigos.
4 El Señor lo sostendrá en su lecho de dolor
y le devolverá la salud.
5 Yo dije: «Ten piedad de mí, Señor,
sáname, porque pequé contra ti».
6 Mis enemigos sólo me auguran desgracias:
«¿Cuándo se morirá y desaparecerá su nombre?».
7 Si alguien me visita, habla con falsedad,
recoge malas noticias y las divulga al salir.
8 Mis adversarios se juntan para murmurar contra mí,
y me culpan de los males que padezco, diciendo:
9 «Una enfermedad incurable ha caído sobre él;
ese que está postrado no volverá a levantarse».
10 Hasta mi amigo más íntimo, en quien yo confiaba,
el que comió mi pan, se puso contra mí.
11 Pero tú, Señor, ten piedad de mí;
levántame y les daré su merecido.
12 En esto reconozco que tú me amas,
en que mi enemigo no canta victoria sobre mí.
13 Tú me sostuviste a causa de mi integridad,
y me mantienes para siempre en tu presencia.
14 ¡Bendito sea el Señor, el Dios de Israel,
desde siempre y para siempre!
¡Amén! ¡Amén!

2° Lectura ÉXODO 3-4


Capítulo 3
El llamado de Dios a Moisés
1 Moisés, que apacentaba las ovejas de su suegro Jetró, el sacerdote de Madián, llevó una vez el rebaño más allá del desierto y llegó a la montaña de Dios, al Horeb.
2 Allí se le apareció el Angel del Señor en una llama de fuego, que salía de en medio de la zarza. Al ver que la zarza ardía sin consumirse,
3 Moisés pensó: «Voy a observar este grandioso espectáculo. ¿Por qué será que la zarza no se consume?».
4 Cuando el Señor vio que él se apartaba del camino para mirar, lo llamó desde la zarza, diciendo: «¡Moisés, Moisés!». «Aquí estoy», respondió el.
5 Entonces Dios le dijo: «No te acerques hasta aquí. Quítate las sandalias, porque el suelo que estás pisando es una tierra santa».
6 Luego siguió diciendo: «Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob». Moisés se cubrió el rostro porque tuvo miedo de ver a Dios.
La misión de Moisés
7 El Señor dijo: «Yo he visto la opresión de mi pueblo, que está en Egipto, y he oído los gritos de dolor, provocados por sus capataces. Sí, conozco muy bien sus sufrimientos.
8 Por eso he bajado a librarlo del poder de los egipcios y a hacerlo subir, desde aquel país, a una tierra fértil y espaciosa, a una tierra que mana leche y miel, al país de los cananeos, los hititas, los amorreos, los perizitas, los jivitas y los jebuseos.
9 El clamor de los israelitas ha llegado hasta mi y he visto cómo son oprimidos por los egipcios.
10 Ahora ve, yo te envío al Faraón para que saques de Egipto a mi pueblo, a los israelitas».
11 Pero Moisés dijo a Dios: «¿Quién soy yo para presentarme ante el Faraón y hacer salir de Egipto a los israelitas?».
12 «Yo estaré contigo, les dijo a Dios, y esta es la señal de que soy yo el que te envía: después que hagas salir de Egipto al pueblo, ustedes darán culto a Dios en esta montaña».
La revelación del Nombre divino y la promesa de liberación
13 Moisés dijo a Dios: «Si me presento ante los israelitas y les digo que el Dios de sus padres me envió a ellos, me preguntarán cual es su nombre. Y entonces, ¿qué les responderé?».
14 Dios dijo a Moisés: «Yo soy el que soy». Luego añadió: «Tú hablarás así a los israelitas: «Yo soy» me envió a ustedes».
15 Y continuó diciendo a Moisés: «Tú hablarás así a los israelitas: El Señor, el Dios de sus padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob, es el que me envía. Este es mi nombre para siempre y así será invocado en todos los tiempos futuros.
16 Ve a reunir a los ancianos de Israel y diles: El Señor, el Dios de sus padres, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, se me apareció y me dijo: «Yo los he visitado y he visto cómo los maltrataban los egipcios.
17 Por eso decidí librarlos de la opresión que sufren en Egipto, para llevarlos al país de los cananeos, los hititas, los amorreos, los perizitas, los jivitas y los jebuseos, a una tierra que mana leche y miel».
18 Ellos te escucharán, y tú irás a presentarte ante el rey de Egipto, junto con los ancianos de Israel. Entonces le dirás: «El Señor, el Dios de los hebreos, vino a nuestro encuentro. Y ahora tenemos que realizar una marcha de tres días por el desierto, para ofrecer sacrificios al Señor, nuestro Dios».
19 Ya sé que el rey de Egipto no los dejará partir, si no es obligado por la fuerza.
20 Pero yo extenderé mi mano y castigaré a Egipto, realizando ante ellos toda clase de prodigios. Así él los dejará partir,
21 y haré que este pueblo se gane el favor de los egipcios, de manera que cuando ustedes salgan, no se vayan con las manos vacías.
22 Por eso, cada mujer pedirá a su vecina y a la que se hospeda en su casa, objetos de plata y oro, y también vestidos, y se los pondrán a sus hijos e hijas. Así despojarán a los egipcios.

Capítulo 4
El poder dado por Dios a Moisés
1 Pero Moisés respondió: «Y si se niegan a creerme, y en lugar de hacerme caso, me dicen: «No es cierto que el Señor se te ha aparecido»?».
2 Entonces el Señor le preguntó: «¿Qué tienes en la mano?». «Un bastón», respondió Moisés.
3 «Arrójalo al suelo», le ordenó el Señor. Y cuando lo arrojó el suelo, el bastón se convirtió en una serpiente. Moisés retrocedió atemorizado,
4 pero el Señor le volvió a decir: «Extiende tu mano y agárrala por la cola». Así lo hizo, y cuando la tuvo en su mano, se transformó nuevamente en un bastón.
5 «Así deberás proceder, añadió el Señor, para que crean que el Señor, el Dios de tus padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob, se te ha aparecido».
6 Después el Señor siguió diciéndole: «Mete tu mano en el pecho». El puso su mano en el pecho; y al sacarla, estaba cubierta de lepra, blanca como la nieve.
7 En seguida el Señor le ordenó: «Vuelve a poner tu mano en el pecho». Así lo hizo Moisés; y cuando la retiró, ya había recuperado nuevamente su color natural.
8 Entonces el Señor le dijo: «Si se niegan a creerte y no se convencen ante la evidencia del primer prodigio, el segundo los convencerá.
9 Y si a pesar de estos dos prodigios permanecen incrédulos y no te escuchan, saca del Nilo un poco de agua y derrámala en la tierra; y al caer en la tierra, el agua que saques del Nilo se convertirá en sangre».
Aarón, intérprete de Moisés
10 Moisés dijo al Señor: «Perdóname, Señor, pero yo nunca he sido una persona elocuente: ni antes, ni a partir del momento en que tú me hablaste. Yo soy torpe para hablar y me expreso con dificultad».
11 El Señor le respondió: «¿Quién dio al hombre una boca? ¿Y
quién hace al hombre mudo o sordo, capaz de ver o ciego? ¿No soy yo, el Señor?
12 Ahora ve: yo te asistiré siempre que hables y te indicaré lo que debes decir».
13 Pero Moisés insistió: «Perdóname, Señor, encomienda a otro esta misión».
14 El Señor se enojó con Moisés y exclamó: «¿Acaso no tienes a tu hermano Aarón, el levita? Yo sé que él tiene facilidad de palabra. Ahora justamente viene a tu encuentro, y al verte se llenará de alegría.
15 Tú le hablarás y harás que sea tu portavoz. Yo los asistiré siempre que ustedes hablen, y les indicaré lo que deben hacer.
16 El hablará al pueblo en tu nombre; será tu portavoz y tú serás un Dios para él.
17 Lleva también en tu mano este bastón, porque con él realizarás los prodigios».
El regreso de Moisés a Egipto
18 Luego Moisés se alejó de allí y al regresar a la casa de Jetró, su suegro, le dijo: «Permíteme volver a Egipto, donde están mis hermanos. Quiero ver si viven todavía». Jetró le respondió: «Puedes ir en paz».
19 El Señor dijo a Moisés en Madián: «Regresa a Egipto, porque ya han muerto todos los que querían matarte».
20 Moisés tomó a su mujer y a sus hijos, los hizo montar en un asno, y emprendió el camino de regreso a Egipto. En su mano llevaba el bastón de Dios.
21 El Señor le dijo: «Mientras regresas a Egipto, considera todos los prodigios que yo te di el poder de realizar: tú los harás delante del Faraón. Pero yo voy a endurecer el corazón del Faraón, y él no dejará salir al pueblo.
22 Entonces tú le dirás: Así habla el Señor: «Israel es mi hijo primogénito.
23 Yo te he dicho que dejes partir a mi pueblo, para que me rinda culto. Pero ya que te niegas a hacerlo, castigaré con la muerte a tu hijo primogénito».
La circuncisión del hijo de Moisés
24 Cuando hizo un alto en el camino para pasar la noche, el Señor lo atacó e intentó matarlo.
25 Pero Sipora tomó un cuchillo de piedra, cortó el prepucio de su hijo, y con él tocó los pies de Moisés diciendo: «Tú eres para mí un esposo de sangre».
26 Y el Señor se apartó de él. Ella había dicho: «esposo de sangre», a causa de la circuncisión.
El encuentro de Moisés con Aarón
27 Mientras tanto, el Señor había dicho a Aarón: «Ve al desierto para encontrarte con Moisés». Aarón partió, y cuando lo encontró en la montaña de Dios, lo besó.
28 Moisés lo informó acerca de la misión que el Señor le había confiado, y de todos los prodigios que le había mandado realizar.
29 Después fueron los dos juntos y reunieron a todos los ancianos de los israelitas.
30 Aarón les expuso las palabras que el Señor había dicho a Moisés, y este realizó los prodigios a la vista del pueblo.
31 El pueblo creyó; y cuando oyeron que el Señor había visitado a los israelitas y había visto su opresión, se postraron en señal de adoración.

1° Lectura HEBREOS 7


1 Este Melquisedec, que era rey de Salem, sacerdote de Dios, el Altísimo, salió al encuentro de Abraham cuando este volvía de derrotar a los reyes y lo bendijo;
2 y Abraham le entregó la décima parte de todo el botín. el nombre de Melquisedec significa, en primer término, «rey de justicia» y él era, además, rey de Salem, es decir, «rey de paz».
3 De él no se menciona ni padre ni madre ni antecesores, ni comienzo ni fin de su vida: así, a semejanza del Hijo de Dios, él es sacerdote para siempre.
4 Consideren ahora la grandeza de aquel a quien el mismo patriarca Abraham entregó como diezmo lo mejor del botín.
5 A los descendientes de Leví que reciben el sacerdocio, la Ley les manda percibir el diezmo del pueblo, esto es, de sus propios hermanos, que sin embargo pertenecen como ellos a la descendencia de Abraham.
6 Pero Melquisedec, que no tenía ascendencia común con ellos, recibió de Abraham el diezmo y bendijo al depositario de las promesas.
7 Ahora bien, no cabe duda que corresponde al superior bendecir al inferior.
8 Además, en el caso de los descendientes de Leví, los que perciben el diezmo son hombres mortales, mientras que en el caso de Melquisedec, se trata de alguien de quien se atestigua que vive.
9 Por último, se puede decir que el mismo Leví, a quien corresponde percibir los diezmos, pagó los suyos a Melquisedec en la persona de Abraham,
10 porque, en cierto sentido, Leví ya estaba en el cuerpo de su padre Abraham cuando Melquisedec le salió al encuentro.
11 Por lo tanto, si se podía alcanzar la perfección por medio del sacerdocio levítico, sobre el cual se funda la Ley dada al pueblo, ¿qué necesidad había entonces de que surgiera otro sacerdote, según el orden de Melquisedec y no según el orden de Aarón?
12 Porque el cambio de sacerdocio implica necesariamente un cambio de Ley.
13 De hecho, Jesús, de quien se dicen estas cosas, pertenecía a una tribu que no era la de Leví, ninguno de cuyos miembros se dedicó al servicio del altar.
14 Porque es sabido que nuestro Señor desciende de Judá, y de esa tribu, nunca habló Moisés al referirse a los sacerdotes.
15 Y esto se hace más evidente aún, si se tiene en cuenta que este nuevo sacerdote, a semejanza de Melquisedec,
16 se constituye, no según la disposición de una ley meramente humana, sino según el poder de una vida indestructible.
17 De él se ha atestiguado: "Tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec".
18 De esta manera queda derogada la disposición anterior, en razón de su ineficacia e inutilidad
19 –ya que la Ley es incapaz de conducir a la perfección– y se introduce una esperanza mejor, que nos permite acercarnos a Dios.
20 Además, todo esto ha sido confirmado con un juramento. Porque, mientras los descendientes de Leví fueron instituidos sacerdotes sin la garantía de un juramento,
21 Jesús lo fue con un juramento, el de aquel que le dijo: "Juró el Señor y no se arrepentirá: Tú eres sacerdote para siempre".
22 Por lo tanto, Jesús ha llegado a ser el garante de una Alianza superior.
23 Los otros sacerdotes tuvieron que ser muchos, porque la muerte les impedía permanecer;
24 pero Jesús, como permanece para siempre, posee un sacerdocio inmutable.
25 De ahí que él puede salvar en forma definitiva a los que se acercan a Dios por su intermedio, ya que vive eternamente para interceder por ellos.
26 El es el Sumo Sacerdote que necesitábamos: santo, inocente, sin mancha, separado de los pecadores y elevado por encima del cielo.
27 El no tiene necesidad, como los otros sumos sacerdotes, de ofrecer sacrificios cada día, primero por sus pecados, y después por los del pueblo. Esto lo hizo de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo.


28 La Ley, en efecto, establece como sumos sacerdotes a hombres débiles; en cambio, la palabra del juramento –que es posterior a la Ley– establece a un Hijo que llegó a ser perfecto para siempre.