lunes, 9 de junio de 2014
3° Lectura. Salmos 69
Capítulo 69
2 ¡Sálvame, Dios mío,
porque el agua me llega a la garganta!
3 Estoy hundido en el fango del Abismo
y no puedo hacer pie;
he caído en las aguas profundas,
y me arrastra la corriente.
4 Estoy exhausto de tanto gritar,
y mi garganta se ha enronquecido;
se me ha nublado la vista
de tanto esperar a mi Dios.
5 Más numerosos que los cabellos de mi cabeza
son los que me odian sin motivo;
más fuertes que mis huesos,
los que me atacan sin razón.
¡Y hasta tengo que devolver
lo que yo no he robado!
6 Dios mío, tú conoces mi necedad,
no se te ocultan mis ofensas.
7 Que no queden defraudados por mi culpa
los que esperan en ti, Señor del universo;
que no queden humillados por mi causa
los que te buscan, Dios de Israel.
8 Por ti he soportado afrentas
y la vergüenza cubrió mi rostro;
9 me convertí en un extraño para mis hermanos,
fui un extranjero para los hijos de mi madre:
10 porque el celo de tu Casa me devora,
y caen sobre mí los ultrajes de los que te agravian.
11 Cuando aflijo mi alma con ayunos,
aprovechan para insultarme;
12 cuando me visto de penitente,
soy para ellos un motivo de risa;
13 los que están a la puerta murmuran contra mí,
y los bebedores me hacen burla con sus cantos.
14 Pero mi oración sube hasta ti, Señor,
en el momento favorable:
respóndeme, Dios mío, por tu gran amor,
sálvame, por tu fidelidad.
15 Sácame del lodo para que no me hunda,
líbrame de los que me odian
y de las aguas profundas;
16 que no me arrastre la corriente,
que no me trague el Abismo,
que el Pozo no se cierre sobre mí.
17 Respóndeme, Señor, por tu bondad y tu amor,
por tu gran compasión vuélvete a mí;
18 no te ocultes el rostro a tu servidor,
respóndeme pronto, porque estoy en peligro.
19 Acércate a mi y rescátame,
líbrame de mis enemigos:
20 tú conoces mi afrenta, mi vergüenza y mi deshonra,
todos mis enemigos están ante ti.
21 La vergüenza me destroza el corazón,
y no tengo remedio.
Espero compasión y no la encuentro,
en vano busco un consuelo:
22 pusieron veneno en mi comida,
y cuando tuve sed me dieron vinagre.
23 Que su mesa se convierta en una trampa,
y sus manjares, en un lazo;
24 que se nuble su vista y no vean
y sus espaldas se queden sin fuerza.
25 Descarga sobe ellos tu indignación,
que los alcance el ardor de tu enojo;
26 que sus poblados se queden desiertos
y nadie habite en sus carpas.
27 Porque persiguen al que tú has castigado
y aumentan los dolores del que tú has herido.
28 Impútales una culpa tras otra,
no los declares inocentes;
29 bórralos del Libro de la Vida,
que no sean inscritos con los justos.
30 Yo soy un pobre desdichado, Dios mío,
que tu ayuda me proteja:
31 así alabaré con cantos el nombre de Dios,
y proclamaré su grandeza dando gracias;
32 esto agradará al Señor más que un toro,
más que un novillo con cuernos y pezuñas.
33 Que lo vean los humildes y se alegren,
que vivan los que buscan a Dios:
34 porque el Señor escucha a los pobres
y no desprecia a sus cautivos.
35 Que lo alaben el cielo, la tierra y el mar,
y todos los seres que se mueven en ellos;
36 porque Dios salvará a Sión
y volverá a edificar las ciudades de Judá:
37 el linaje de sus servidores la tendrá como herencia,
y los que aman su nombre morarán en ella.
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2° Lectura. 1° Samuel 26
Unos hombres de Zif se presentaron a Saúl, en Guibeá, para decirle: «David está escondido en la colina de Jaquilá, frente a la estepa».
2 Entonces Saúl bajó al desierto de Zif con tres mil hombres, lo más selecto de Israel, para buscar a David en el desierto.
3 Saúl acampó junto al camino, en la colina de Jaquilá, que está frente a la estepa, y David estaba en el desierto,
4 David envió unos espías y así supo que Saúl había llegado realmente.
5 Luego fue al lugar donde acampaba Saúl y observó el sitio donde estaban acostados Saúl y Abner, hijo de Ner, el jefe de su ejército: Saúl estaba acostado en el centro, y la tropa acampaba alrededor de él.
6 David preguntó a Ajimélec, el hitita, y a Abisai, hijo de Seruiá, y hermano de Joab: «¿Quién quiere bajar conmigo hasta el campamento de Saúl?». Abisai respondió: «Yo bajaré contigo».
7 David y Abisai llegaron de noche, mientras Saúl estaba acostado, durmiendo en el centro del campamento. Su lanza estaba clavada en tierra, a su cabecera, y Abner y la tropa estaban acostados alrededor de él.
Saúl perdonado otra vez por David
8 Abisai dijo a David: «Dios ha puesto a tu enemigo en tus manos. Déjame clavarlo en tierra con la lanza, de una sola vez; no tendré que repetir el golpe».
9 Pero David replicó a Abisai: «¡No, no lo mates! ¿Quién podría atentar impunemente contra el ungido del Señor?».
10 Y añadió: «¡Por la vida del Señor, ha de ser el mismo Señor el que lo hiera, sea cuando le llegue la hora de morir, o cuando baje a combatir y perezca!
11 ¡Líbreme el Señor de atentar contra su ungido! Ahora toma la lanza que está a su cabecera y el jarro de agua, y vámonos».
12 David tomó la lanza y el jarro de agua que estaban a la cabecera de Saúl, y se fueron. Nadie vio ni se dio cuenta de nada, ni se despertó nadie, porque estaban todos dormidos: un profundo sueño, enviado por el Señor, había caído sobre ellos.
El reproche de David a Saúl
13 Luego David cruzó al otro lado y se puso en la cima del monte, a lo lejos, de manera que había un gran espacie entre ellos.
14 Y empezó a gritar a la tropa y a Abner, hijo de Ner: «Abner, ¿vas a responderme?». Abner respondió: «¿Quién eres tú, que gritas al rey?».
15 David dijo a Abner: «¿No eres todo un hombre? ¿Quién hay como tú en Israel? ¿Por qué entonces no has custodiado al rey, tu señor? Porque uno del pueblo ha venido a matar al rey, tu señor.
16 ¡No te has comportado nada bien! ¡Por la vida del Señor, ustedes merecen la muerte, porque no han custodiado a su señor, el ungido del Señor! ¡Fíjate ahora dónde está la lanza del rey y el jarro de agua que él tenía a su cabecera!».
17 Saúl reconoció la voz de David y exclamó: «¿No es esa tu voz, David, hijo mío?». «Sí, dijo David, es mi propia voz, rey, mi señor».
18 Y en seguida añadió: «¿Por qué mi señor persigue así a su servidor? ¿Qué hice yo? ¿Qué hay de malo en mis manos?
19 Que mi señor, el rey, se digne escuchar ahora las palabras de su servidor: Si es el Señor el que te instiga contra mí, que le sea aceptable el aroma de una oblación. Pero si son los hombres, ¡malditos sean delante del Señor!, porque hoy me expulsan y me impiden participar de la herencia del Señor, diciéndome: «¡Ve a servir a otros dioses!».
20 Que ahora mi sangre no caiga en tierra lejos del rostro del Señor, porque el rey de Israel se ha puesto en campaña para buscar a una pulga, como quien persigue una perdiz en las montañas».
21 Saúl exclamó entonces: «¡He pecado! ¡Vuelve, David, hijo mío! Ya no te haré ningún mal, porque hoy mi vida ha sido preciosa a tus ojos. ¡Sí, he sido un necio, me he equivocado por completo!
22 David respondió, diciendo: «¡Aquí está la lanza del rey! Que cruce uno de los muchachos y la recoja.
23 El Señor le pagará a cada uno según su justicia y su lealtad. Porque hoy el Señor te entregó en mis manos, pero yo no quise atentar contra el ungido del Señor.
24 Hoy yo he mostrado un gran aprecio por tu vida: ¡que el Señor muestre el mismo aprecio por la mía y me libre de todo peligro!».
25 Entonces Saúl le dijo: «¡Bendito seas, David, hijo mío! Sí, tú harás grandes cosas y seguro que triunfarás». Luego David siguió su camino, y Saúl regresó a su casa.
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1° Lectura. Romanos 14
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