viernes, 7 de febrero de 2014

4° Lectura TOBÍAS 4


1 Aquel día, Tobit se acordó del dinero que había dejado en depósito a Gabael, en Ragués de Media,
2 y pensó: «Ya que he pedido la muerte, haría bien en llamar a mi hijo Tobías para hablarle de ese dinero antes de morir».
3 Entonces llamó a su hijo Tobías y, cuando este se presentó, le dijo: «Entiérrame dignamente. Honra a tu madre, y no la abandones ningún día de su vida. Trata de complacerla y no la entristezcas.
4 Acuérdate, hijo mío, de todos los peligros a que estuvo expuesta por tu causa, mientras te llevaba en su seno. Y cuando muera, entiérrala junto a mí en la misma tumba.
5 Acuérdate del Señor todos los días de tu vida, hijo mío, y no peques deliberadamente ni quebrantes sus mandamientos. Realiza obras de justicia todos los días de tu vida y no sigas los caminos de la injusticia.
6 Porque si vives conforme a la verdad, te irá bien en todas tus obras
7 como a todos los que practican la justicia. Da la limosna de tus bienes y no lo hagas de mala gana. No apartes tu rostro del pobre y el Señor no apartará su rostro de ti.
8 Da limosna según la medida de tus posibilidades: si tienes poco, no temas dar de lo poco que tienes.
9 Así acumularás un buen tesoro para el día de la necesidad.
10 Porque la limosna libra de la muerte e impide caer en las tinieblas:
11 la limosna es, para todos los que la hacen, una ofrenda valiosa a los ojos del Altísimo.
12 Cuídate, hijo mío, de toda unión ilegítima y, sobre todo, elige una mujer del linaje de tus padres. No tomes por esposa a una extranjera, que no pertenezca a la tribu de tu padre, porque nosotros somos hijos de profetas. Acuérdate, hijo mío, de Noé, de Abraham, de Isaac y de Jacob, nuestros antiguos padres: ellos eligieron sus esposas entre las mujeres de sus parientes. Por eso fueron bendecidos en sus hijos y su descendencia poseerá la tierra en herencia.
13 Por lo tanto, hijo mío, prefiere a tus hermanos; no te muestres orgulloso con los hijos y las hijas de tu pueblo, rehusando tomar una esposa entre ellos. Porque el orgullo acarrea la ruina y un gran desorden, y la ociosidad lleva a la decadencia y a la miseria; ella es, en efecto, madre de la penuria.
14 No retengas hasta el día siguiente el salario de un trabajador; retribúyele inmediatamente y, si sirves a Dios, él te lo retribuirá. Hijo mío, vigila todas tus acciones y muéstrate siempre educado.
15 No hagas a nadie lo que no te agrada a ti. No bebas hasta embriagarte y que la embriaguez no te acompañe en el camino.
16 Comparte tu pan con los que tienen hambre y tus vestidos con los que están desnudos. Da limosna de todo lo que te sobra y no lo hagas de mala gana.
17 Ofrece tu pan sobre la tumba de los justos, pero no lo des a los pecadores.
18 Pide consejo a las personas sensatas y no desprecies un buen consejo.
19 En cualquier circunstancia bendice al Señor, tu Dios; pídele que dirija tus pasos y que todos tus caminos y todos tus proyectos lleguen a feliz término. Porque ningún pueblo posee la sabiduría, sino que es el Señor el que da todos los bienes: él humilla a quien quiere, hasta lo más profundo del Abismo. Hijo mío, acuérdate de estos preceptos, y que nunca se borren de tu corazón.
20 Y ahora, quiero hacerte saber que yo dejé en depósito a Gabael, hijo de Gabrí, en Ragués de Media, diez talentos de plata.
21 No te preocupes de que nos hayamos empobrecido. Tú tienes una riqueza muy grande si temes a Dios, si evitas cualquier pecado y si haces lo que agrada al Señor, tu Dios».

3° Lectura SALMO 38


SALMO 38
Salmo de David. En memoria.
2 Señor, no me reprendas por tu enojo
ni me castigues por tu indignación.
3 Porque me han traspasado tus flechas
y tu brazo se descargó sobre mí:
4 no hay parte sana en mi carne,
a causa de tu furor.
No hay nada intacto en mis huesos,
a causa de mis pecados;
5 me siento ahogado por mis culpas:
son como un peso que supera mis fuerzas.
6 Mis heridas hieden y supuran,
a causa de mi insensatez;
7 estoy agobiado, decaído hasta el extremo,
y ando triste todo el día.
8 Siento un ardor en mis entrañas,
y no hay parte sana en mi carne;
9 estoy agotado, deshecho totalmente,
y rujo con más fuerza que un león.
10 Tú, Señor, conoces todos mis deseos,
y no se te ocultan mis gemidos:
11 mi corazón palpita, se me acaban las fuerzas
y me falta hasta la luz de mis ojos.
12 Mis amigos y vecinos se apartan de mis llagas,
mis parientes se mantienen a distancia;
13 los que atentan contra mí me tienden lazos,
y los que buscan mi ruina me amenazan de muerte;
todo el día proyectan engaños.
14 Pero yo, como un sordo, no escucho;
como un mudo, no abro la boca:
15 me parezco a uno que no oye
y no tiene nada que replicar.
16 Yo espero en ti, Señor:
tú me responderás, Señor, Dios mío.
17 Sólo te pido que no se rían de mí,
ni se aprovechen cuando tropiecen mis pies.
18 Porque estoy a punto de caer
y el dolor no se aparta de mí:
19 sí, yo confieso mi culpa
y estoy lleno de pesar por mi pecado.
20 Mi enemigos mortales son fuertes;
y son muchos los que me odian sin motivo,
21 los que me retribuyen con maldades
y me atacan porque busco el bien.
22 Pero tú, Señor, no me abandones,
Dios mío, no te quedes lejos de mí;
23 ¡apresúrate a venir en mi ayuda,
mi Señor, mi salvador!

2° Lectura GÉNESIS 48


Capítulo 48
 
La bendición de Efraím y Manasés
1 Después de estos acontecimientos, José recibió esta noticia: «Tu padre está enfermo». Entonces llevó a sus dos hijos, Manasés y Efraím,
2 y se hizo anunciar a su padre: «Tu hijo José ha venido a verte». Israel, haciendo un esfuerzo, se sentó en su lecho,

3 y dijo a José: «El Dios Todopoderoso se me apareció, en Luz, en la tierra de Canaán, y me bendijo,
4 diciendo: «Yo te haré fecundo y numeroso, haré nacer de ti una asamblea de pueblos, y daré esta tierra a tu descendencia después de ti, en posesión perpetua».
5 Ahora bien, los dos hijos que tuviste en Egipto antes que yo viniera a reunirme contigo, serán mis hijos. Efraím y Manasés serán míos, como lo son Rubén y Simeón.
6 Los que nacieron después de ellos, en cambio, serán tuyos, y serán llamados con el nombre de sus hermanos para recibir su herencia.
7 Yo quiero que así sea, porque a mi regreso de Padán, mientras íbamos por la tierra de Canaán, a poca distancia de Efratá, se me murió tu madre Raquel, y yo la sepulté allí, junto al camino de Efratá, es decir, de Belén».
8 Al ver a los hijos de José, Israel preguntó: «Y estos, ¿quiénes son?».
9 «Son mis hijos, los que Dios me dio aquí», respondió José a su padre. Este añadió: «Acércamelos, para que yo los bendiga».
10 José los puso junto a Israel, que ya no veía, porque sus ojos se habían debilitado a causa de su edad avanzada, y él los besó y los abrazó.
11 Luego Israel dijo a José: «Yo pensaba que nunca más volvería a ver tu rostro, y ahora Dios me permite ver también tu descendencia».
12 José los retiró de las rodillas de Israel y se inclinó profundamente;
13 después los tomó a los dos, a Efraím con su mano derecha, para que estuviera a la izquierda de Israel, y a Manasés con su mano izquierda, para que estuviera a la derecha de Israel, y se los presentó.
14 Pero Israel, entrecruzando sus manos, puso la derecha sobre la cabeza de Efraím, que era el menor, y la izquierda sobre la cabeza de Manasés, aunque este era el primogénito,
15 y los bendijo, diciendo: «El Dios en cuya presencia caminaron mis padres, Abraham e Isaac, el Dios que fue mi pastor, desde mi nacimiento hasta el día de hoy,
16 el ángel que me rescató de todo mal, bendiga a estos jóvenes, para que en ellos sobreviva mi nombre y el de mis padres, Abraham e Isaac, y lleguen a ser una gran multitud sobre la tierra».
17 Cuando José advirtió que su padre tenía puesta la mano derecha sobre la cabeza de Efraím, no le pareció bien. Entonces tomó la mano de su padre para pasarla de la cabeza de Efraím a la de Manasés,
18 y dijo a su padre: «Así no, padre, porque el primogénito es el otro; coloca tu mano derecha sobre su cabeza».
19 Pero su padre se resistió con estas palabras: «Ya lo sé, hijo mío, ya lo sé. También de él nacerá un pueblo, y también él será grande. Pero su hermano menor lo aventajará, y de él descenderán naciones enteras».
20 Y aquel día pronunció sobre ellos esta bendición: «Por ti Israel pronunciará esta bendición: ¡Que Dios te haga como Efraím y Manasés!». Y puso a Efraím delante de Manasés.
21 Finalmente, Israel dijo a José: «Yo estoy a punto de morir, pero Dios estará con ustedes y los hará volver a la tierra de sus padres.
22 Yo, por mi parte, te doy una franja de tierra más que a tus hermanos, la que arrebaté a los amorreos con mi espada y con mi arco».

1° Lectura HEBREOS 3-4


Capítulo 3
1 Por lo tanto, hermanos, ustedes que han sido santificados y participan de un mismo llamado celestial, piensen en Jesús, el Apóstol y Sumo Sacerdote de la fe que profesamos.
2 El es fiel a Dios, que lo constituyó como tal, así como también lo fue Moisés en toda la casa de Dios.
3 Porque él fue considerado digno de una gloria superior a la de Moisés, en la misma medida en que la dignidad del constructor es superior a la de la casa.
4 Porque toda casa tiene su constructor, y el constructor de todas las cosas es Dios.
5 Moisés fue fiel en toda su casa, en calidad de servidor, para dar testimonio de lo que debía anunciarse,
6 mientras que Cristo fue fiel en calidad de Hijo, como jefe de la casa de Dios. Y esa casa somos nosotros, con tal que conservemos la seguridad y la esperanza de la que nos gloriamos.
7 Por lo tanto, como dice el Espíritu Santo: "Si hoy escuchan su voz,
8 no endurezcan su corazón como en el tiempo de la Rebelión, el día de la Tentación en el desierto,
9 cuando sus padres me tentaron poniéndome a prueba, aunque habían visto mis obras
10 durante cuarenta años. Por eso me irrité contra aquella generación, y dije: Su corazón está siempre extraviado y no han conocido mis caminos.
11 Entonces entrarán en mi Reposo".
12 Tengan cuidado, hermanos, no sea que alguno de ustedes tenga un corazón tan malo que se aparte del Dios viviente por su incredulidad.
13 Antes bien, anímense mutuamente cada día mientras dure este hoy, a fin de que nadie se endurezca, seducido por el pecado.
14 Porque hemos llegado a ser partícipes de Cristo, con tal que mantengamos firmemente hasta el fin nuestra actitud inicial.
15 Cuando la Escritura dice: "Si hoy escuchan su voz, no endurezcan su corazón como en el tiempo de la Rebelión",
16 ¿quiénes son los que se rebelaron después de haberlo escuchado? ¿No son todos aquellos que salieron de Egipto conducidos por Moisés?
17 ¿Y contra quiénes se irritó Dios durante cuarenta años? ¿No fue contra los que habían pecado y cuyos cadáveres quedaron tendidos en el desierto?
18 ¿Y a quiénes juró Dios que no entrarían en su Reposo, sino a los mismos que le habían desobedecido?
19 Así vemos que aquellos no pudieron entrar por su falta de fe.


Capítulo 4
1 Temamos, entonces, mientras permanece en vigor la promesa de entrar en el Reposo de Dios, no sea que alguno de ustedes se vea excluido.
2 Porque también nosotros, como ellos, hemos recibido una buena noticia; pero la Palabra que ellos oyeron no les sirvió de nada, porque no se unieron por la fe a aquellos que la aceptaron.
3 Nosotros, en cambio, los que hemos creído, vamos hacia aquel Reposo del cual se dijo: "Entonces juré en mi indignación: Jamás entrarán en mi Reposo". En realidad, las obras de Dio estaban concluidas desde la creación del mundo,
4 ya que en cierto pasaje se dice acerca del séptimo día de la creación: Y Dios descansó de todas sus obras en el séptimo día;
5 y en este, a su vez, se dice: Jamás entrarán en mi Reposo.
6 Ahora bien, sabemos que la entrada a ese Reposo está reservada a algunos, y que los primeros que recibieron la buena noticia no entraron en él, a causa de su desobediencia.
7 Por eso, Dios nuevamente fija un día –un hoy– cuando muchos años después, dice por boca de David las palabras ya citadas: "Si hoy escuchan su voz, no endurezcan su corazón".
8 Porque si Josué hubiera introducido a los israelitas en ese Reposo, Dios no habría hablado después acerca de otro día.
9 Queda, por lo tanto, reservado un Reposo, el del séptimo día, para el Pueblo de Dios.
10 Y aquel que entra en el Reposo de Dios descansa de sus trabajos, como Dios descansó de los suyos.
11 Esforcémonos, entonces, por entrar en ese Reposo, a fin de que nadie caiga imitando aquel ejemplo de desobediencia.
12 Porque la Palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que cualquier espada de doble filo: ella penetra hasta la raíz del alma y del espíritu, de las articulaciones y de la médula, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón.
13 Ninguna cosa creada escapa a su vista, sino que todo está desnudo y descubierto a los ojos de aquel a quien debemos rendir cuentas.
14 Y ya que tenemos en Jesús, el Hijo de Dios, un Sumo Sacerdote insigne que penetró en el cielo, permanezcamos firmes en la confesión de nuestra fe.
15 Porque no tenemos un Sumo Sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades; al contrario él fue sometido a las mismas pruebas que nosotros, a excepción del pecado.
16 Vayamos, entonces, confiadamente al trono de la gracia, a fin de obtener misericordia y alcanzar la gracia de un auxilio oportuno.

Lecturas 7 de Febrero