viernes, 7 de febrero de 2014

1° Lectura HEBREOS 3-4


Capítulo 3
1 Por lo tanto, hermanos, ustedes que han sido santificados y participan de un mismo llamado celestial, piensen en Jesús, el Apóstol y Sumo Sacerdote de la fe que profesamos.
2 El es fiel a Dios, que lo constituyó como tal, así como también lo fue Moisés en toda la casa de Dios.
3 Porque él fue considerado digno de una gloria superior a la de Moisés, en la misma medida en que la dignidad del constructor es superior a la de la casa.
4 Porque toda casa tiene su constructor, y el constructor de todas las cosas es Dios.
5 Moisés fue fiel en toda su casa, en calidad de servidor, para dar testimonio de lo que debía anunciarse,
6 mientras que Cristo fue fiel en calidad de Hijo, como jefe de la casa de Dios. Y esa casa somos nosotros, con tal que conservemos la seguridad y la esperanza de la que nos gloriamos.
7 Por lo tanto, como dice el Espíritu Santo: "Si hoy escuchan su voz,
8 no endurezcan su corazón como en el tiempo de la Rebelión, el día de la Tentación en el desierto,
9 cuando sus padres me tentaron poniéndome a prueba, aunque habían visto mis obras
10 durante cuarenta años. Por eso me irrité contra aquella generación, y dije: Su corazón está siempre extraviado y no han conocido mis caminos.
11 Entonces entrarán en mi Reposo".
12 Tengan cuidado, hermanos, no sea que alguno de ustedes tenga un corazón tan malo que se aparte del Dios viviente por su incredulidad.
13 Antes bien, anímense mutuamente cada día mientras dure este hoy, a fin de que nadie se endurezca, seducido por el pecado.
14 Porque hemos llegado a ser partícipes de Cristo, con tal que mantengamos firmemente hasta el fin nuestra actitud inicial.
15 Cuando la Escritura dice: "Si hoy escuchan su voz, no endurezcan su corazón como en el tiempo de la Rebelión",
16 ¿quiénes son los que se rebelaron después de haberlo escuchado? ¿No son todos aquellos que salieron de Egipto conducidos por Moisés?
17 ¿Y contra quiénes se irritó Dios durante cuarenta años? ¿No fue contra los que habían pecado y cuyos cadáveres quedaron tendidos en el desierto?
18 ¿Y a quiénes juró Dios que no entrarían en su Reposo, sino a los mismos que le habían desobedecido?
19 Así vemos que aquellos no pudieron entrar por su falta de fe.


Capítulo 4
1 Temamos, entonces, mientras permanece en vigor la promesa de entrar en el Reposo de Dios, no sea que alguno de ustedes se vea excluido.
2 Porque también nosotros, como ellos, hemos recibido una buena noticia; pero la Palabra que ellos oyeron no les sirvió de nada, porque no se unieron por la fe a aquellos que la aceptaron.
3 Nosotros, en cambio, los que hemos creído, vamos hacia aquel Reposo del cual se dijo: "Entonces juré en mi indignación: Jamás entrarán en mi Reposo". En realidad, las obras de Dio estaban concluidas desde la creación del mundo,
4 ya que en cierto pasaje se dice acerca del séptimo día de la creación: Y Dios descansó de todas sus obras en el séptimo día;
5 y en este, a su vez, se dice: Jamás entrarán en mi Reposo.
6 Ahora bien, sabemos que la entrada a ese Reposo está reservada a algunos, y que los primeros que recibieron la buena noticia no entraron en él, a causa de su desobediencia.
7 Por eso, Dios nuevamente fija un día –un hoy– cuando muchos años después, dice por boca de David las palabras ya citadas: "Si hoy escuchan su voz, no endurezcan su corazón".
8 Porque si Josué hubiera introducido a los israelitas en ese Reposo, Dios no habría hablado después acerca de otro día.
9 Queda, por lo tanto, reservado un Reposo, el del séptimo día, para el Pueblo de Dios.
10 Y aquel que entra en el Reposo de Dios descansa de sus trabajos, como Dios descansó de los suyos.
11 Esforcémonos, entonces, por entrar en ese Reposo, a fin de que nadie caiga imitando aquel ejemplo de desobediencia.
12 Porque la Palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que cualquier espada de doble filo: ella penetra hasta la raíz del alma y del espíritu, de las articulaciones y de la médula, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón.
13 Ninguna cosa creada escapa a su vista, sino que todo está desnudo y descubierto a los ojos de aquel a quien debemos rendir cuentas.
14 Y ya que tenemos en Jesús, el Hijo de Dios, un Sumo Sacerdote insigne que penetró en el cielo, permanezcamos firmes en la confesión de nuestra fe.
15 Porque no tenemos un Sumo Sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades; al contrario él fue sometido a las mismas pruebas que nosotros, a excepción del pecado.
16 Vayamos, entonces, confiadamente al trono de la gracia, a fin de obtener misericordia y alcanzar la gracia de un auxilio oportuno.

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