lunes, 30 de junio de 2014

3° Lectura. Oseas 4

Capítulo 4
Escuchen la palabra del Señor, israelitas, porque el Señor tiene un pleito con los habitantes del país; ya no hay fidelidad, ni amor, ni conocimiento de Dios en el país. 2 Sólo perjurio y engaño, asesinato y robo, adulterio y extorsión, y los crímenes sangrientos se suceden uno tras otro. 3 Por eso, el país está de duelo y languidecen todos sus habitantes; hasta los animales del campo y los pájaros del cielo, y aún los peces del mar, desaparecerán. 4 ¡No, que nadie acuse ni haga reproches! ¡Mi pleito es contigo, sacerdote! 5 Tú tropezarás en pleno día; también el profeta tropezará en la noche junto contigo, y yo haré perecer a tu madre. 6 Mi pueblo perece por falta de conocimiento. Porque tú has rechazado el conocimiento, yo te rechazaré de mi sacerdocio; porque has olvidado la instrucción de tu Dios, también yo me olvidaré de tus hijos. 7 Todos, sin excepción, pecaron contra mí, cambiaron su Gloria por la Ignominia. 8 Se alimentan con el pecado de mi pueblo y están ávidos de su iniquidad. 9 Pero al sacerdote le sucederá lo mismo que al pueblo: yo le pediré cuenta de su conducta y le retribuiré sus malas acciones. 10 Comerán, pero no se saciarán, se prostituirán, pero no aumentarán, porque han abandonado al Señor, para entregarse a la prostitución. 11 El vino y el mosto hacen perder la razón. 12 Mi pueblo consulta a su pedazo de madera y su vara lo adoctrina, porque un espíritu de prostitución lo extravía y se han prostituido lejos de su Dios. 13 Sacrifican en las cumbres de las montañas y queman incienso sobre las colinas, bajo la encina, el álamo y el terebinto, porque su sombre es agradable. Por eso se prostituyen las hijas de ustedes y sus nueras cometen adulterio. 14 Pero yo no pediré cuenta a sus hijas por su prostitución ni a sus nueras por su adulterio, porque ellos mismos se van aparte con prostitutas y ofrecen sacrificios con las consagradas a la prostitución. ¡Así, un pueblo que no entiende va la ruina! 15 ¡Si tú te prostituyes, Israel, que al menos Judá no se haga culpable! ¡No vayan a Guilgal, no suban a Bet Aven, ni juren por la vida del Señor! 16 Sí, Israel se ha vuelto obstinado como una vaca empacada. ¿Puede ahora el Señor apacentarlos como a corderos en campo abierto? 17 Israel está apegado a los ídolos: ¡déjalo! 18 Cuando terminan de embriagarse se entregan a la prostitución; sus jefes aman la Ignominia. 19 El viento los envolverá con sus alas y se avergonzarán de sus sacrificios

2° Lectura. 2° Samuel 24

Capítulo 24
Saúl perdonado por David
David subió de allí y se estableció en los sitios bien protegidos de Engadí. 2 Cuando Saúl volvió a perseguir a los filisteos, le dieron esta noticia: «David está en el desierto de Engadí». 3 Entonces reunió a tres mil hombres seleccionados entre todo Israel y partió en busca de David y sus hombres, hacia las Peñas de las Cabras salvajes. 4 Al llegar a los corrales de ovejas que están junto al camino, donde había una cueva, Saúl entró a hacer sus necesidades. En el fondo de la cueva, estaban sentados David y sus hombres. 5 Ellos le dijeron: «Este es el día en que el Señor te dice: "Yo pongo a tu enemigo en tus manos; tú lo tratarás como mejor te parezca"». Entonces David se levantó y cortó sigilosamente el borde del manto de Saúl. 6 Pero después le remordió la conciencia, por haber cortado el borde del manto de Saúl, 7 y dijo a sus hombres: «¡Dios me libre de hacer semejante cosa a mi señor, el ungido del Señor! ¡No extenderé mi mano contra él, porque es el ungido del Señor!». 8 Con estas palabras, David retuvo a sus hombres y no dejó que se abalanzaran sobre Saúl. Así Saúl abandonó la cueva y siguió su camino. La recriminación de David a Saúl 9 Después de esto, David se levantó, salió de la cueva y gritó detrás de Saúl: «¡Mi señor, el rey!». Saúl miró hacia atrDavid, iclinándose con el rostro en tierra, se postró 10 y le dijo: «¿Por qué haces caso a los rumores de la gente, cuando dicen que David busca tu ruina? 11 Hoy has visto con tus propios ojos que el Señor te puso en mis manos dentro de la cueva. Aquí se habló de matarte, pero yo tuve compasión de ti y dije: "No extenderé mi mano contra mi señor, porque es el ungido del Señor". 12 ¡Mira, padre mío, sí, mira en mi mano el borde de tu manto! Si yo corté el borde de tu manto y no te maté, tienes que comprender que no hay en mí ni perfidia ni rebeldía, y que no he pecado contra ti. ¡Eres tú el que me acechas para quitarme la vida! 13 Que el Señor juzgue entre tú y yo, y que él me vengue de ti. Pero mi mano no se alzará contra ti. 14 "La maldad engendra maldad", dice el viejo refrán. Pero yo no alzaré mi mano contra ti. 15 ¿Detrás de quién ha salido el rey de Israel? ¿A quién estás persiguiendo? ¡A un perro muerto! ¡A una pulga! 16 ¡Que el Señor sea el árbitro y juzgue entre tú y yo; que él examine y defienda mi causa, y me haga justicia, librándome de tu mano!». 17 Cuando David terminó de dirigir estas palabras a Saúl, este exclamó: «¿No es esa tu voz, hijo mío, David?», y prorrumpió en sollozos. 18 Luego dijo a David: «La justicia está de tu parte, no de la mía. Porque tú me has tratado bien y yo te he tratado mal. 19 Hoy sí que has demostrado tu bondad para conmigo, porque el Señor me puso en tus manos y tú no me mataste. 20 Cuando alguien encuentra a su enemigo, ¿lo deja seguir su camino tranquilamente? ¡Que el Señor te recompense por el bien que me has hecho hoy! 21 Ahora sé muy bien que tú serás rey y que la realeza sobre Israel se mantendrá firme en tus manos. 22 Júrame, entonces, que el Señor, que no extirparás mi descendencia después de mí, ni borrarás el nombre de mi familia». 23 Así se lo juró David a Saúl, y este se fue a su casa, mientras David y sus hombres subían a su refugio.

1° Lectura. Marcos 10:32-52

Mientras iban de camino para subir a Jerusalén, Jesús se adelantaba a sus discípulos; ellos estaban asombrados y los que lo seguían tenían miedo. Entonces reunió nuevamente a los Doce y comenzó a decirles lo que le iba a suceder: 33 «Ahora subimos a Jerusalén; allí el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas. Lo condenarán a muerte y lo entregarán a los paganos: 34 ellos se burlarán de él, lo escupirán, lo azotarán y lo matarán. Y tres días después, resucitará». 35 Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, se acercaron a Jesús y le dijeron: «Maestro, queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir». 36 El les respondió: «¿Qué quieren que haga por ustedes?». 37 Ellos le dijeron: «Concédenos sentarnos uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, cuando estés en tu gloria». 38 Jesús le dijo: «No saben lo que piden. ¿Pueden beber el cáliz que yo beberé y recibir el bautismo que yo recibiré?». 39 «Podemos», le respondieron. Entonces Jesús agregó: «Ustedes beberán el cáliz que yo beberé y recibirán el mismo bautismo que yo. 40 En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes han sido destinados». 41 Los otros diez, que habían oído a Santiago y a Juan, se indignaron contra ellos. 42 Jesús los llamó y les dijo: «Ustedes saben que aquellos a quienes se considera gobernantes, dominan a las naciones como si fueran sus dueños, y los poderosos les hacen sentir su autoridad. 43 Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; 44 y el que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos. 45 Porque el mismo Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud». 46 Después llegaron a Jericó. Cuando Jesús salía de allí, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud, el hijo de Timeo –Bartimeo, un mendigo ciego– estaba sentado junto al camino. 47 Al enterarse de que pasaba Jesús, el Nazareno, se puso a gritar: «¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!». 48 Muchos lo reprendían para que se callara, pero él gritaba más fuerte: «¡Hijo de David, ten piedad de mí!». 49 Jesús se detuvo y dijo: «Llámenlo». Entonces llamaron al ciego y le dijeron: «¡Animo, levántate! El te llama». 50 Y el ciego, arrojando su manto, se puso de pie de un salto y fue hacia él. 51 Jesús le preguntó: «¿Qué quieres que haga por ti?. El le respondió: «Maestro, que yo pueda ver». 52 Jesús le dijo: «Vete, tu fe te ha salvado». En seguida comenzó a ver y lo siguió por el camino.