jueves, 24 de abril de 2014

4° Lectura. 1° Macabeos 6:43-63

Mientras tanto, Eleazar, llamado Avarán, vio a un elefante pertrechado con una cota real, que sobresalía entre todos los demás, y pensó que en él iba el rey. 44 Entonces sacrificó su propia vida para salvar a su pueblo y adquirir una fama imperecedera. 45 Corrió resueltamente hacia él, al través del batallón, matando a derecha e izquierda. Así se abrió paso a un lado y a otro 46 y se deslizó por debajo del elefante, clavándole su espada. Al desplomarse por tierra el animal, cayó sobre él y lo mató. 47 Pero los judíos, al ver el poderío del rey y el empuje de sus tropas, emprendieron la retirada. 48 El ejército real subió a Jerusalén, al encuentro de los judíos, y el rey acampó frente a Judea y al monte Sión. 49 El hizo la paz con los habitantes de Betsur, que abandonaron la ciudad por carecer de víveres para resistir el asedio, ya que aquel era un año sabático para la tierra. 50 El rey ocupó Betsur y dejó allí una guarnición para su defensa. 51 Durante mucho tiempo estuvo sitiando el Santuario. Levantó contra él ballestas y torres de asalto, lanzallamas y catapultas, lanza flechas y hondas. 52 Los sitiados, por su parte, construyeron armas similares para el contraataque, y así resistieron mucho tiempo. 53 Pero, al fin, se agotaron los víveres almacenados, porque era el séptimo año y, además, porque los refugiados en Judea, provenientes de las naciones, habían consumido las últimas reservas. 54 Así no quedaron en el Santuario más que unos pocos hombres, porque se hacía sentir el hambre. Los demás se dispersaron, cada uno por su lado. 55 Mientras tanto, Lisias se enteró de que Filipo –a quien el rey Antíoco había encargado antes de morir que educara a su hijo Antíoco, para que fuera rey – 56 había vuelto de Persia y de Media con las tropas que acompañaron al rey, y trataba de tomar el poder. 57 Por eso pensó que era necesario partir en seguida y dijo al rey, a los capitanes del ejército y a los soldados: «Cada día estamos peor y escasean los víveres; el lugar que asediamos está bien fortificado y nos urgen los asuntos del reino. 58 Tendamos la mano a estos hombres, y hagamos la paz con ellos y con toda su nación. 59 Dejemos que vivan según sus costumbres tradicionales, ya que se han irritado y han hecho todas estas cosas, porque nosotros hemos tratado de abolirlas». 60 El rey y los capitanes aprobaron la propuesta, y el rey mandó ofrecer la paz a los sitiados. Estos la aceptaron, 61 y el rey y los capitanes se comprometieron con un juramento. 62 Con esta garantía salieron de la fortaleza y el rey subió al monte Sión. Pero al ver las fortificaciones de aquel lugar, violó el juramento que había hecho y ordenó destruir la muralla que lo rodeaba. 63 Luego partió rápidamente y volvió a Antioquía, donde encontró a Filipo dueño ya de la ciudad: lo atacó y ocupó la ciudad por la fuerza.

3° Lectura. Job 24

Capítulo 24
¿Por qué al Todopoderoso no se le ocultan los tiempos, pero sus fieles no ven esos días? 2 Los malvados remueven los mojones, se apoderan del rebaño y del pastor. 3 Se llevan el asno de los huérfanos, toman en prenda el buey de la viuda; _9 arrancan al huérfano del pecho materno y toman en prenda al niño pequeño del pobre. 4 Desvían al indigente del camino, y los pobres del país tienen que esconderse. 5 Como asnos salvajes en el desierto, salen los pobres, buscando una presa; y aunque ellos trabajan hasta la tarde, no tienen pan para sus hijos. 6 Cosechan en el campo del impío, vendimian la viña del malvado. 7 Pasan la noche desnudos, por falta de ropa, sin un abrigo para taparse del frío. 8 Empapados por el aguacero de las montañas, sin refugio, se acurrucan contra las rocas. 10 Andan desnudos, por falta de ropa, cargan las gavillas, y están hambrientos. 11 Exprimen el aceite entre dos máquinas de moler, pisotean el lagar, y están sedientos. 12 De la ciudad, salen los gemidos de los moribundos, las gargantas de los heridos piden auxilio, ¡pero Dios no escucha sus plegarias! 13 Hay otros que se rebelan contra la luz: no reconocen sus caminos ni se detienen en sus senderos. 14 El asesino se levanta antes del alba para matar al pobre y al indigente. El ladrón merodea por la noche, 16a en la oscuridad, perfora las casa. 15 El adúltero aguarda la penumbra, pensando: «¡Ningún ojo me verá!», y se cubre la cara con un velo. 16b Ellos se encierran durante el día, todos ellos ignoran la luz. 17 Porque, para ellos, la mañana es la hora sombría, están habituados a los temores de la noche. 18 ¿Acaso no es así? ¿Quién me puede desmentir o reducir a la nada mis palabras?

2° Lectura. Josué 7-8

Capítulo 7
El pecado de Acán
Pero los israelitas cometieron una infidelidad con las cosas que debían ser consagradas al exterminio. En efecto, Acán –hijo de Carmí, hijo de Zabdí, hijo de Zéraj, de la tribu de Judá– se reservó algunas de esas cosas, y la ira del Señor se encendió contra los israelitas. La derrota de los israelitas en Ai 2 Desde Jericó, Josué envió unos hombres a Ai, que está cerca de Bet Aven, al este de Betel, con esta consigna: «Suban a explorar la región». Los hombres subieron hasta Ai, la exploraron, 3 y cuando estuvieron de regreso, dijeron a Josué: «no es necesario que se movilice toda la gente. Dos o tres mil hombres bastan para derrotar a Ai. No fatigues a todos haciéndolos ir hasta allá, porque ellos son unos pocos». 4 Entonces subieron contra Ai unos tres mil hombres del pueblo, pero tuvieron que huir ante los hombres de Ai, 5 que mataron a unos treinta y seis israelitas, los persiguieron desde la puerta de la ciudad hasta Sebarím y los derrotaron en la bajada. Ante esto, el pueblo quedó deprimido y sintió desfallecer. La queja de Josué 6 Josué desgarró sus vestiduras y se postró hasta la tarde delante del Arca del Señor, con el rostro en tierra. Los ancianos de Israel hicieron lo mismo, y todos esparcieron polvo sobre sus cabezas. 7 Mientras tanto, Josué decía: «¡Señor! ¿Para qué hiciste pasar el Jordán a este pueblo? ¿Sólo para ponernos en manos de los amorreos y hacernos desaparecer? ¡Ojalá nos hubiéramos decidido a quedarnos al otro lado del Jordán! 8 ¡Señor! ¿Qué más puedo decir, ahora que Israel ha tenido que volver las espaldas a sus enemigos? 9 Apenas se enteren los cananeos y todos los habitantes del país, estrecharán un círculo contra nosotros y borrarán nuestro nombre de la tierra. Y entonces, ¿Qué harás tú por tu Nombre glorioso?». La respuesta del Señor 10 El Señor respondió a Josué: «¡Levántate! ¿Por qué estás ahí postrado sobre tu rostro? 11 Israel ha pecado: ellos han transgredido mi alianza, la que yo les impuse. Se han quedado con algo que debía ser consagrado al exterminio: se han atrevido a robarlo, a esconderlo y a reservarlo para su uso personal. 12 Por eso los israelitas no podrán hacer frente a sus enemigos, sino que tendrán que volver las espaldas ante sus adversarios, por haberse convertido ellos mismos en algo que debe ser consagrado al exterminio. Yo no estaré más con ustedes si no eliminan lo que debió ser consagrado al exterminio. 13 Ahora levántate y purifica al pueblo. Tú dirás: «Purifíquense para mañana, porque así habla el Señor, el Dios de Israel: En medio de ti, Israel, hay algo que debió ser consagrado al exterminio, y tú no podrás hacer frente a tus enemigos hasta que lo hayas extirpado». 14 Mañana por la mañana ustedes comparecerán por tribus; la tribu que el Señor señale por medio de la suerte comparecerá por clanes; el clan que el Señor señale comparecerá por familias; y la familia que el Señor señale, comparecerá hombre por hombre. 15 El que sea sorprendido en posesión de los objetos condenados al exterminio, será quemado con todos sus bienes porque ha quebrantado la alianza del Señor y ha cometido una infamia en Israel». El descubrimiento y el castigo del culpable 16 A la mañana siguiente, bien temprano, Josué hizo que Israel se fuera acercando tribu por tribu, y la suerte cayó sobre Judá. 17 Luego mandó que se acercaran los clanes de Judá, y la suerte cayó sobre el clan de Zéraj. En seguida ordenó que se acercaran las familias del clan de Zéraj, y la suerte cayó sobre Zabdí, hombre por hombre, la suerte cayó sobre 18 Y Cuando hizo acercar a la familia de Zabdí, hombre por hombre, la suerte cayó sobre Acán, hijo de Carmí, hijo de Zabdí, hijo de Zéraj, de la tribu de Judá. 19 Josué dijo a Acán: «Hijo mío, da gloria al Señor, el Dios de Israel, y tribútale homenaje. Dime lo que has hecho, sin ocultarme nada». 20 Acán respondió a Josué: «Es verdad, he pecado contra el Señor, el Dios de Israel. Esto es lo que hice: 21 Yo vi entre el botín un hermoso manto de Senaar, doscientos siclos de plata y un lingote de oro que pesa cincuenta siclos; me gustaron y los guardé. Ahora están escondidos en la tierra, en medio de mi carpa, y la plata está debajo. 22 Josué envío a dos emisarios, que fueron corriendo a la carpa, y encontraron el manto que estaba escondido en ella, y la plata debajo de él. 23 En seguida retiraron las cosas de la carpa, se las presentaron a Josué y a todos los israelitas, y las extendieron delante del Señor. 24 Entonces Josué tomó a Acán, hijo de Zéraj, con la plata, el manto y el lingote de oro, a sus hijos y sus hijas, sus vacas, sus ovejas y sus asnos, su carpa y todo lo que poseía, y los condujo hasta el valle de Acor, acompañado de todo Israel. 25 Allí le dijo Josué: «¿Por qué nos has traído la desgracia? Que el Señor te haga desgraciado en este día». Y todo Israel lo mató a pedradas; también apedrearon a los suyos y los quemaron. 26 Encima de él pusieron un gran montón de piedras, que ha quedado hasta el presente. Así el Señor aplacó su indignación. Por eso aquel lugar se llama valle de Acor, hasta el día de hoy.


Capítulo 8
La campaña contra Ai
El Señor dijo a Josué: «¡No temas ni te acobardes! Reúne a todos los combatientes y prepárate para subir contra Ai. Yo te entrego al rey de Ai, a su pueblo, su ciudad y su territorio. 2 Trátalos como trataste a Jericó y a su rey. Sin embargo, ustedes podrán retener como botín los despojos y el ganado. Además, tiende una emboscada detrás de la ciudad. 3 Josué se preparó con todos los combatientes, para subir contra Ai. Eligió treinta mil guerreros valerosos y los hizo salir de noche, 4 dándoles esta orden: «¡Presten atención! Ustedes estarán emboscados detrás de la ciudad. No se alejen demasiado de ella y manténgase alerta. 5 Yo y toda la gente que irá conmigo nos acercaremos a la ciudad y cuando ellos salgan contra nosotros, como lo hicieron la primera vez, nosotros huiremos. 6 Ellos nos seguirán, porque pensarán que huimos como la vez anterior, y así los apartaremos de la ciudad: Nosotros huiremos delante de ellos. 7 Entonces ustedes saldrán del lugar donde estaban emboscados y ocuparán la ciudad. El Señor, nuestro Dios, la pondrá en sus manos. 8 Y apenas la tomen, la incendiarán. Ustedes actuarán conforme a la palabra del Señor, y tengan en cuenta que les he dado una orden». 9 Josué los envió, y ellos fueron a apostarse en el lugar de la emboscada, entre Betel y Ai, al oeste de Ai. Josué, por su parte, pasó aquella noche en medio de la tropa. 10 A la madrugada del día siguiente, revistó a la tropa y subió contra Ai, al frente del pueblo, junto con los ancianos de Israel. 11 Todos los combatientes que subieron con él avanzaron hasta llegar frente a la ciudad, y acamparon al norte de Ai. Solamente el valle separaba a Josué de Ai. 12 El escogió unos cinco mil hombres para tender una emboscada entre Betel y Ai, al oeste de Ai. 13 Así el pueblo estableció todo su campamento al norte de la ciudad, mientras la retaguardia permanecía al oeste. Aquella noche Josué se dirigió al medio del valle. La batalla de Ai 14 El ver esto, el rey de Ai se apresuró a salir con toda su gente para combatir contra Israel en la bajada, frente a la Arabá, sin saber que le habían tendido una emboscada detrás de la ciudad. 15 Josué y todo Israel fingieron caer derrotados delante de ellos y huyeron por el camino del desierto. 16 Entonces se convocó a toda la gente que estaba en la ciudad para que saliera a perseguirlos, y todos persiguieron a Josué, alejándose de la ciudad. 17 No hubo un solo hombre en Ai o en Betel que no saliera en persecución de Israel. Y cuando lo hicieron, dejaron abiertas las puertas de la ciudad. 18 Entonces el Señor dijo a Josué: «Apunta hacia Ai con la jabalina que tienes en la mano, porque yo te entrego la ciudad». Josué apuntó contra la ciudad con la jabalina que tenía en la mano; 19 y tan pronto como extendió su brazo, los hombres que estaban emboscados salieron rápidamente de su escondite, entraron a la carrera en la ciudad, la tomaron y la incendiaron sin perder un instante. La victoria de los israelitas 20 Cuando los hombres de Ai volvieron la vista hacia atrás y vieron la humareda que subía de la ciudad hacia el cielo, ya no pudieron escapar ni por un lado ni por el otro, porque la gente que huía hacia el desierto se volvió contra sus perseguidores. 21 En efecto, al ver que los hombres emboscados habían tomado la ciudad y que el humo subía de ella, Josué y todo Israel volvieron atrás y acometieron contra los hombres de Ai. 22 Los que habían tendido la emboscada también salieron de la ciudad para atacarlos, de manera que la gente de Ai quedó atrapada en medio de los israelitas, que avanzaban unos por un lado y otros por el otro. Así los derrotaron sin dejar ningún sobreviviente o fugitivo. 23 Al rey de Ai, en cambio, lo capturaron vivo y lo condujeron ante Josué. 24 Cuando Israel terminó de matar a los habitantes de Ai en campo abierto, en el desierto donde los habían perseguido, y cuando cayó hasta el último de ellos bajo los golpes de las espadas, todo Israel se volvió contra Ai y la pasó al filo de la espada. 25 Los que murieron aquel día, entre hombres y mujeres, fueron doce mil, o sea, todos los habitantes de Ai. 26 Y Josué no retiró la mano con que sostenía la jabalina hasta que consagró al exterminio a todos los habitantes de Ai. 27 Israel retuvo como botín solamente el ganado y los despojos de la ciudad, según la orden que el Señor había dado a Josué. 28 Este, por su parte, puso fuego sobre Ai y la redujo para siempre a un montón de ruinas, a una devastación, que permanece hasta el día de hoy. 29 Al rey de Ai lo hizo colgar de un árbol hasta la tarde. Al ponerse el sol, Josué mandó que descolgaran el cadáver. Lo arrojaron carca de la puerta de la ciudad y levantaron sobre él un gran montón de piedras, que está todavía hoy. El sacrificio y la lectura de la Ley sobre el monte Ebal 30 Entonces Josué erigió un altar al Señor, el Dios de Israel, en el monte Ebal, 31 como Moisés, el servidor del Señor, lo había ordenado a los israelitas y como está escrito en el libro de la Ley de Moisés. Era un altar de piedras intactas, que ho habían sido tocadas por el hierro. Sobre él ofrecieron holocaustos al Señor e inmolaron sacrificios de comunión. 32 Josué escribió allí mismo, sobre las piedras, una copia de la Ley que Moisés había escrito en presencia de los israelitas. 33 Todo Israel, sus ancianos, sus escribas y sus jueces –tanto los forasteros como los nativos– estaban de pie a ambos lados del Arca, frente a los sacerdotes que llevaban el Arca de la Alianza del Señor, una mitad hacia el monte Garizim y la otra mitad hacia el monte Ebal, según la orden que había dado Moisés, el servidor del Señor, de bendecir primero al pueblo de Israel. 34 Después de eso, Josué leyó cada una de las palabras de la Ley –la bendición y la maldición– exactamente como está escrito en el libro de la Ley. 35 Josué no dejó de leer ni una sola de las palabras que había ordenado Moisés, y lo hizo en presencia de toda la asamblea de Israel, incluidas las mujeres, los niños y los extranjeros que estaban con ellos.

1° Lectura. Hechos 10:1-33

Capítulo 10
Había en Cesarea un hombre llamado Cornelio, centurión de la cohorte itálica. 2 Era un hombre piadoso y temeroso de Dios, lo mismo que toda su familia; hacía abundantes limosnas al pueblo y oraba a Dios sin cesar. 3 Este hombre tuvo una visión: un día, cerca de las tres de la tarde, vio claramente al Angel de Dios que entraba en su casa y le decía: «Cornelio». 4 Este lo miró lleno de temor, y le preguntó: «¿Qué quieres de mí, Señor?». El Angel le dijo: «Tus oraciones y tus limosnas han llegado hasta Dios y él se ha acordado de ti. 5 Envía ahora algunos hombres a Jope en busca de Simón, llamado Pedro, 6 que se hospeda en la casa de un tal Simón, un curtidor que vive a la orilla del mar». 7 En cuanto el Angel se alejó, Cornelio llamó a dos de sus servidores y a un soldado piadoso de los que estaban a sus órdenes. 8 Después de haberles contado lo sucedido, los envió a Jope. 9 Al día siguiente, mientras estos se acercaban a la ciudad, Pedro, alrededor del mediodía, subió a la terraza para orar. 10 Como sintió hambre, pidió de comer. Mientras le preparaban la comida, cayó en éxtasis y tuvo una visión: 11 vio que el cielo se abría y que bajaba a la tierra algo parecido a un gran mantel, sostenido de sus cuatro puntas. 12 Dentro de él había toda clase de cuadrúpedos, reptiles y aves del cielo. 13 Y oyó una voz que le decía: «Vamos, Pedro, mata y come». 14 Pero Pedro respondió: «De ninguna manera, señor, yo nunca he comido nada manchado ni impuro». 15 La voz le habló de nuevo, diciendo: «No consideres manchado lo que Dios purificó». 16 Esto se repitió tres veces, y luego, todo fue llevado otra vez al cielo. 17 Mientras Pedro, desconcertado, se preguntaba qué podía significar la visión que acababa de tener, llegaron los hombres enviados por Cornelio. Estos averiguaron dónde vivía Simón y se presentaron ante la puerta de la casa. 18 Golpearon y preguntaron si se hospedaba allí Simón, llamado Pedro. 19 Como Pedro seguía reflexionando sobre el significado de la visión, el Espíritu Santo le dijo: «Allí hay tres hombres que te buscan. 20 Baja y no dudes en irte con ellos, porque soy yo quien los he enviado». 21 Pedro bajó y se acercó a ellos, diciendo: «Yo soy el que ustedes buscan. ¿Para qué vinieron?». 22 Ellos respondieron: «El centurión Cornelio, hombre justo y temeroso de Dios, que goza de la estima de todos los judíos, recibió de un ángel de Dios la orden de conducirse a su casa para escuchar tus palabras». 23 Entonces Pedro los hizo pasar y les ofreció hospedaje. Al día siguiente, se puso en camino con ellos, acompañado por unos hermanos de la ciudad de Jope. 24 Al otro día, llegaron a Cesarea. Cornelio los esperaba, y había reunido a su familia y a sus amigos íntimos. 25 Cuando Pedro entró, Cornelio fue a su encuentro y se postró a sus pies. 26 Pero Pedro lo hizo levantar, diciéndole: «Levántate, porque yo no soy más que un hombre». 27 Y mientras seguía conversando con él, entró y se encontró con un grupo numeroso de personas, que estaban reunidas allí. 28 Dirigiéndose a ellas, les dijo: «Ustedes saben que está prohibido a un judío tratar con un extranjero o visitarlo. Pero Dios acaba de mostrarme que no hay que considerar manchado o impuro a ningún hombre. 29 Por eso, cuando ustedes me llamaron, vine sin dudar. Y ahora quisiera saber para qué me llamaron». 30 Cornelio le respondió: «Hace tres días me encontraba orando en mi casa, alrededor de las tres de la tarde, cuando se me apareció un hombre con vestiduras resplandecientes, 31 y me dijo: «Cornelio, tu oración ha sido escuchada y Dios se ha acordado de tus limosnas. 32 Manda a buscar a Simón, llamado Pedro, que está en Jope, a la orilla del mar, en la casa de Simón el curtidor». 33 En seguida te mandé a buscar y has hecho bien en venir. Ahora estamos reunidos delante de Dios, para escuchar lo que el Señor te ha mandado decirnos».