martes, 22 de abril de 2014

4° Lectura. 1° Macabeos 6:1-42

Mientras tanto, el rey Antíoco recorría las provincias de la meseta. Allí se enteró de que en Persia había una ciudad llamada Elimaida, célebre por sus riquezas, su plata y su oro. 2 Ella tenía un templo muy rico, donde se guardaban armaduras de oro, corazas y armas dejadas allí por Alejandro, hijo de Filipo y rey de Macedonia, el primero que reinó sobre los griegos. 3 Antíoco se dirigió a esa ciudad para apoderarse de ella y saquearla, pero no lo consiguió, porque los habitantes de la ciudad, al conocer sus planes, 4 le opusieron resistencia. El tuvo que huir y se retiró de allí muy amargado para volver a Babilonia. 5 Cuando todavía estaba en Persia, le anunciaron que la expedición contra el país de Judá había fracasado. 6 Le comunicaron que Lisias había ido al frente de un poderoso ejército, pero había tenido que retroceder ante los judíos, y que estos habían acrecentado su poder, gracias a las armas y al cuantioso botín tomado a los ejércitos vencidos. 7 Además, habían destruido la Abominación que él había erigido sobre el altar de Jerusalén y habían rodeado el Santuario de altas murallas como antes, haciendo lo mismo con Betsur, que era una de las ciudades del rey. 8 Al oír tales noticias, el rey quedó consternado, presa de una violenta agitación, y cayó en cama enfermo de tristeza, porque las cosas no le habían salido como él deseaba. 9 Así pasó muchos días, sin poder librarse de su melancolía, hasta que sintió que se iba a morir. 10 Entonces hizo venir a todos sus amigos y les dijo: «No puedo conciliar el sueño y me siento desfallecer. 11 Yo me pregunto cómo he llegado al estado de aflicción y de amargura en que ahora me encuentro, yo que era generoso y amado mientras ejercía el poder. 12 Pero ahora caigo en la cuenta de los males que causé en Jerusalén, cuando robé los objetos de plata y oro que había allí y mandé exterminar sin motivo a los habitantes de Judá. 13 Reconozco que por eso me suceden todos estos males y muero de pesadumbre en tierra extranjera». 14 Luego, llamó a Filipo, uno de sus Amigos, y lo puso al frente de todo su reino. 15 Le entregó su diadema, su manto y su anillo, encargándole que dirigiera a su hijo Antíoco y lo educara para que fuera rey. 16 El rey Antíoco murió en aquel lugar, el año ciento cuarenta y nueve. 17 Cuando Lisias se enteró de la muerte del rey, puso en le trono a su hijo Antíoco, que él había educado desde niño, dándole el sobrenombre de Eupátor. 18 La gente de la Ciudadela tenía confinados a los israelitas alrededor del Santuario, y no perdía ocasión de hacerles mal y de apoyar a los paganos. 19 Judas resolvió acabar con ellos y convocó a todo el ejército para sitiarlos. 20 El año ciento cincuenta, se reunieron todos y sitiaron la Ciudadela, construyendo torres de asalto y empalizadas. 21 Pero varios de los sitiados rompieron el cerco y se les unieron algunos renegados de Israel, 22 que acudieron al rey para decirle: «¿Hasta cuándo vas a estar sin hacernos justicia y sin vengar a nuestros hermanos? 23 Nosotros aceptamos de buen grado servir a tu padre, cumplir sus órdenes y obedecer sus decretos. 24 Por eso, nuestros compatriotas han sitiado la Ciudadela y nos tratan como extraños. Más aún, han matado a los nuestros que caían en sus manos y han confiscado nuestros bienes. 25 Y no sólo han levantado su mano contra nosotros, sino que también sobre todos los países limítrofes, 26 Ahora mismo tienen sitiada la Ciudadela de Jerusalén para apoderarse de ella y han fortificado el Santuario y la ciudad de Betsur. 27 Si no te adelantas rápidamente, harán cosas mayores todavía y ya no podrás detenerlos». 28 El rey, al oír esto, se enfureció y convocó a todos sus Amigos, a los capitanes del ejército y a los comandantes de caballería. 29 Además, le llegaron tropas mercenarias de otros reinos y de las islas del mar. 30 El número de sus fuerzas era de cien mil soldados, veinte mil jinetes y treinta y dos elefantes adiestrados para la guerra. 31 Entraron por Idumea y acamparon cerca de Betsur, atacándola durante mucho tiempo con máquinas de guerra. Pero los sitiados, en una salida sorpresiva, se las quemaron y combatieron valerosamente. 32 Entonces Judas levantó el sitio de la Ciudades y acampó en Betzacaría, frente al campamento del rey. 33 A la mañana siguiente, el rey se levantó de madrugada y condujo apresuradamente al ejército por el camino de Betzacaría. Las tropas se dispusieron para el ataque y se tocaron las trompetas. 34 A los elefantes les mostraron mosto de uva y de moras para excitarlos al combate. 35 Los animales estaban repartidos entre los batallones. Al lado de cada elefante se alineaban mil hombres con cota de malla y cascos de bronce, además de quinientos jinetes escogidos. 36 Estos estaban pendientes de los movimientos del animal, de manera que adonde iba él, iban también ellos, sin apartarse de su lado. 37 Cada elefante llevaba encima, sujeta con cinchas, una sólida torre de madera que servía de defensa, y en cada una de ellas iban tres guerreros que combatían desde allí, además del conductor. 38 En cuanto al resto de la caballería, el rey la ubicó a un lado y a otro, sobre los flancos del ejército, con la misión de hostigar al enemigo y cubrir a los batallones. 39 Cuando el sol brilló sobre el oro y el bronce de los escudos, sus reflejos iluminaron las montañas que relucían como antorchas. 40 Una parte del ejército real se había alineado en lo alto de la montaña, y la otra en el valle. Todos avanzaban con paso seguro y en perfecto orden. 41 Los israelitas se estremecían al oír el rumor de aquella multitud, el ruido de su marcha y el estrépito de sus armas, porque era un ejército inmenso y poderoso. 42 Entonces Judas se adelantó con sus tropas para entrar en batalla, y cayeron seiscientos hombres del ejército real.

3° Lectura. Job 22

Capítulo 22
Elifaz de Temán replicó, diciendo: 2 ¿Puede un hombre ser útil a Dios? Incluso el más capaz, ¿le es útil en algo? 3 ¿Le importa al Todopoderoso que tú seas justo? ¿Obtiene una ganancia si tu conducta es perfecta? 4 ¿Es por tu piedad que te reprueba y entabla un juicio contigo? 5 ¿No es más bien por tu enorme maldad y porque tus faltas no tienen límite? 6 Tú exigías sin motivo prendas a tus hermanos y despojabas de su ropa a los desnudos. 7 No dabas de beber al extenuado y negabas el pan al hambriento. 8 «¡El país pertenece al de brazo fuerte; el privilegiado se instala en él!». 9 Despedías a las viudas con las manos vacías y quebraban los brazos de los huérfanos. 10 Por eso ahora estás rodeado de lazos y te estremece un terror repentino. 11 Se oscureció la luz, y no ves; te sumergen las aguas desbordadas. 12 ¿No está Dios en la cima del cielo? ¡Mira qué alta es la bóveda estrellada! 13 Por eso dijiste: «¿Qué sabe Dios? ¿Puede juzgar a través de los nubarrones? 14 Las nubes lo tapan, no puede ver; él se pasea por los bordes del cielo». 15 ¿Quieres seguir por el camino antiguo que recorrieron los hombres perversos? 16 Ellos fueron arrebatados antes de tiempo, cuando un río inundó sus cimientos. 17 Decían a Dios: «¡Apártate de nosotros! ¿Qué puede hacernos el Todopoderoso?». 18 Y aunque él llenaba sus casas de bienes, el designio de los malvados seguía lejos de él. 19 Los justos lo ven y se alegran, el inocente se burla de ellos: 20 «¿No ha sido aniquilada su fortuna y el fuego devoró hasta sus residuos?». 21 Llega a un acuerdo con Dios, reconcíliate, y así alcanzarás la felicidad. 22 Recibe la instrucción de sus labios y guarda sus palabras en tu corazón. 23 Si vuelves al Todopoderoso con humildad y alejas de tu carpa la injusticia; 24 si arrojas el oro en el polvo y el oro de Ofir entre las piedras del torrente, 25 entonces el Todopoderoso será tu oro, él será un montón de plata para ti. 26 En el Todopoderoso estará tu deleite y levantarás tu rostro hacia Dios. 27 Tú le suplicarás y él te escuchará, y podrás cumplir tus votos. 28 Si te propones algo, te saldrá bien, y sobre tus senderos brillará la luz. 29 Porque él humilla la altivez del soberbio pero salva al que baja los ojos. 30 El libra al hombre inocente, y tú te librarás por la pureza de tus manos.

2° Lectura. Josué 3-4

Capítulo 3
Las instrucciones de Josué a los israelitas
A la madrugada del día siguiente, Josué y todos los israelitas partieron de Sitím. Cuando llegaron al Jordán, se dispusieron a pasar la noche allí antes de cruzar. 2 Al cabo de tres días, los escribas recorrieron el campamento 3 dando esta orden al pueblo: «Cuando vean el Arca de la Alianza del Señor, su Dios, y a los sacerdotes levitas que la transportan, muévanse del lugar donde están y síganla. 4 Pero dejen entre ustedes y el Arca una distancia de mil metros aproximadamente, y no se acerquen a ella. Así sabrán por dónde tienen que ir, porque ustedes nunca pasaron por este camino». 5 Josué dijo al pueblo: «Purifíquense, porque mañana el Señor va a obrar maravillas en medio de ustedes». 6 Después dijo a los sacerdotes: «Levanten el Arca de la Alianza y pónganse al frente del pueblo». Ellos la levantaron y avanzaron al frente del pueblo. 7 Entonces el Señor dijo a Josué: «Hoy empezaré a engrandecerme a los ojos de todo Israel, para que sepan que yo estoy contigo como estuve con Moisés. 8 Ahora ordena a los sacerdotes que llevan el Arca de la Alianza: «Cuando lleguen al borde del Jordán, deténganse junto al río». 9 Josué dijo a los israelitas: «Acérquense y escuchen las palabras del Señor, su Dios». 10 Y añadió: «En esto conocerán que el Dios viviente está entre ustedes, y que él expulsará delante de ustedes a los cananeos, los hititas, los jivitas, los perizitas, los guirgazitas, los amorreos y los jebuseos: 11 el Arca de la Alianza del Señor de toda la tierra va a cruzar el Jordán delante de ustedes. 12 Ahora elijan a doce hombres entre las tribus de Israel, uno por cada tribu. 13 Y apenas los sacerdotes que llevan el Arca del Señor de toda la tierra apoyen sus pies sobre las aguas del Jordán, estas se abrirán, y las aguas que vienen de arriba se detendrán como contenidas por un dique». El paso del Jordán 14 Cuando el pueblo levantó sus carpas para cruzar el Jordán, los sacerdotes que llevaban el Arca de la Alianza iban al frente de él. 15 Apenas llegaron al Jordán y sus pies tocaron el borde de las aguas –el Jordán se desborda por sus dos orillas durante todo el tiempo de la cosecha– 16 las aguas detuvieron su curso: las que venían de arriba se amontonaron a una gran distancia, cerca de Adam, la ciudad que está junto a Sartán; y las que bajaban hacia el mar de la Arabá –el mar de la Sal – quedaron completamente cortadas. Así el pueblo cruzó a la altura de Jericó. 17 Los sacerdotes que llevaban el Arca de la Alianza del Señor permanecían inmóviles en medio del Jordán, sobre el suelo seco, mientras todo Israel iba pasando por el cauce seco, hasta que todo el pueblo terminó de cruzar el Jordán.


Capítulo 4
Las doce piedras conmemorativas
Cuando todo el pueblo terminó de pasar el Jordán, el Señor dijo a Josué: 2 «Elijan a doce hombres del pueblo, uno por cada tribu, 3 y ordénenles lo siguiente: «Retiren de aquí doce piedras, tómenlas de en medio del Jordán, del mismo lugar donde estaban apoyados los pies de los sacerdotes; llévenlas con ustedes y deposítenlas en el lugar donde hoy van a pasar la noche». 4 Entonces Josué llamó a los doce hombres que había hecho designar entre los israelitas, un hombre por cada tribu, 5 y les dijo: «Vayan hasta el medio del Jordán, ante el Arca del Señor, su Dios, y cargue cada uno sobre sus espaldas una piedra, conforme al número de las tribus de Israel, 6 para que esto quede como un signo en medio de ustedes. Porque el día de mañana sus hijos les preguntarán: «¿Qué significan para ustedes estas piedras?». 7 Y ustedes les responderán: «Las aguas del Jordán se abrieron ante el Arca de la Alianza del Señor, cuando ella atravesó el Jordán, se abrieron las aguas del río. Y estas piedras son un memorial eterno para los israelitas». 8 Los israelitas cumplieron la orden de Josué: retiraron doce piedras de en medio del Jordán, según el número de las tribus de Israel, como el Señor se lo había ordenado a Josué; las trasladaron hasta el lugar donde iban a pasar la noche, y las depositaron allí. 9 Después Josué hizo erigir doce piedras en medio del Jordán, en el lugar donde se habían apoyado los pies de los sacerdotes que llevaban el Arca de la Alianza, y allí quedaron hasta el día de hoy. Fin del paso del Jordán 10 Los sacerdotes que llevaban el Arca permanecieron de pie en medio del Jordán, hasta que se cumplió todo lo que Josué comunicó al pueblo por orden del Señor, conforme a las instrucciones que Moisés había dado a Josué. El pueblo se apresuró a pasar, 11 y cuando terminó de hacerlo, también pasó el Arca del Señor, con los sacerdotes al frente del pueblo. 12 Delante de los israelitas cruzaron los rubenitas, los gaditas y la mitad de la tribu de Manasés, equipados con sus armas, como lo había dispuesto Moisés. 13 Eran cerca de cuarenta mil guerreros adiestrados, que avanzaban delante del Señor, preparados para combatir en la llanura de Jericó. 14 Aquel día, el señor engrandeció a Josué a los ojos de todo Israel, y desde entonces lo respetaron como habían respetado a Moisés durante toda su vida. 15 Luego el Señor dijo a Josué: 16 «Ordena a los sacerdotes que llevan el Arca del Testimonio que salgan del Jordán». 17 Entonces Josué ordenó a los sacerdotes que llevaban el Arca: «Salgan del Jordán». 18 Y cuando estos salieron, apenas sus pies tocaron el suelo firme, las aguas del Jordán volvieron a su cauce y prosiguieron su curso como antes, por encima de sus bordes. La llegada a Guilgal 19 El pueblo salió del Jordán el día diez del primer mes, y estableció su campamento en Guilgal, en el extremo oriental de Jericó. 20 Josué hizo erigir en Guilgal las doce piedras que habían sacado del Jordán, 21 y dijo a los israelitas: «Cuando los hijos de ustedes, el día de mañana, pregunten a sus padres qué significan estas piedras, 22 ustedes les darán la siguiente explicación: «Israel pasó por el cauce seco del Jordán, 23 porque el Señor, su Dios, secó las aguas del Jordán delante de ustedes, hasta que pasaron, como había secado las aguas del Mar Rojo delante de nosotros, hasta que terminamos de pasar. 24 Lo hizo así, para que todos los pueblos de la tierra reconozcan qué poderosa es la mano del Señor, y ustedes teman siempre al Señor, su Dios».

1° Lectura. Hechos 9:1-25

Capítulo 9
Saulo, que todavía respiraba amenazas de muerte contra los discípulos del Señor, se presentó al Sumo Sacerdote 2 y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, a fin de traer encadenados a Jerusalén a los seguidores del Camino del Señor que encontrara, hombres o mujeres. 3 Y mientras iba caminando, al acercarse a Damasco, una luz que venía del cielo lo envolvió de improviso con su resplandor. 4 Y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?». 5 El preguntó: «¿Quién eres tú Señor?». «Yo soy Jesús, a quien tú persigues, le respondió la voz. 6 Ahora levántate, y entra en la ciudad: allí te dirán qué debes hacer». 7 Los que lo acompañaban quedaron sin palabra, porque oían la voz, pero no veían a nadie. 8 Saulo se levantó del suelo y, aunque tenía los ojos abiertos, no veía nada. Lo tomaron de la mano y lo llevaron a Damasco. 9 Allí estuvo tres días sin ver, y sin comer ni beber. 10 Vivía entonces en Damasco un discípulo llamado Ananías, a quien el Señor dijo en una visión: «¡Ananías!». El respondió: «Aquí estoy, Señor». 11 El Señor le dijo: «Ve a la calle llamada Recta, y busca en casa de Judas a un tal Saulo de Tarso. 12 El está orando y ha visto en una visión a un hombre llamado Ananías, que entraba y le imponía las manos para devolverle la vista». 13 Ananías respondió: «Señor, oí decir a muchos que este hombre hizo un gran daño a tus santos en Jerusalén. 14 Y ahora está aquí con plenos poderes de los jefes de los sacerdotes para llevar presos a todos los que invocan tu Nombre». 15 El Señor le respondió: «Ve a buscarlo, porque es un instrumento elegido por mí para llevar mi Nombre a todas las naciones, a los reyes y al pueblo de Israel. 16 Yo le haré ver cuánto tendrá que padecer por mi Nombre». 17 Ananías fue a la casa, le impuso las manos y le dijo: «Saulo, hermano mío, el Señor Jesús –el mismo que se te apareció en el camino– me envió a ti para que recobres la vista y quedes lleno del Espíritu Santo». 18 En ese momento, cayeron de sus ojos una especie de escamas y recobró la vista. Se levantó y fue bautizado. 19 Después comió algo y recobró sus fuerzas. Saulo permaneció algunos días con los discípulos que vivían en Damasco, 20 y luego comenzó a predicar en las sinagogas que Jesús es el Hijo de Dios. 21 Todos los que oían quedaban sorprendidos y decían: «¿No es este aquel mismo que perseguía en Jerusalén a los que invocan este Nombre, y que vino aquí para llevarlos presos ante los jefes de los sacerdotes?». 22 Pero Saulo, cada vez con más vigor, confundía a los judíos que vivían en Damasco, demostrándoles que Jesús es realmente el Mesías. 23 Al cabo de un tiempo, los judíos se pusieron de acuerdo para quitarle la vida, 24 pero Saulo se enteró de lo que tramaban contra él. Y como los judíos vigilaban noche y día las puertas de la ciudad, para matarlo, 25 sus discípulos lo tomaron durante la noche, y lo descolgaron por el muro, metido en un canasto.