viernes, 9 de mayo de 2014

3° Lectura. Job 39

Capítulo 39
¿Sabes tú cómo dan a luz las cabras monteses? ¿Observas el parto de las ciervas? 2 ¿Cuentas los meses de su gravidez y conoces el tiempo de su alumbramiento? 3 Ellas se agachan, echan sus crías y depositan sus camadas. 4 Sus crías se hacen robustas y crecen, se van al campo y no vuelven más. 5 ¿Quién dejó en libertad el asno salvaje y soltó las ataduras del onagro? 6 Yo le di la estepa como casa y como morada, la tierra salitrosa. 7 El se ríe del tumulto de la ciudad, no oye vociferar al arriero. 8 Explora las montañas en busca de pasto, va detrás de cada brizna verde. 9 ¿Aceptará servirte el toro salvaje y pasará la noche junto a tu establo? 10 ¿Lo mantendrás sobre el surco con una rienda y trillará los valles detrás de ti? 11 ¿Contarías con él porque tiene mucha fuerza o podrías encomendarle tus trabajos? 12 ¿Confías acaso que él volverá para reunir los granos en tu era? 13 El avestruz bate sus alas alegremente, pero no tiene el plumaje de la cigüeña. 14 Cuando abandona sus huevos en la tierra y deja que se calienten sobre el polvo, 15 olvida que un pie los puede pisar y que una fiera puede aplastarlos. 16 Es cruel con sus crías, como si no fueran suyas, y no teme que sea vana su labor, 17 porque Dios le negó la sabiduría y no le concedió la inteligencia. 18 Pero apenas se levanta y toma impulso, se ríe de caballo y de su jinete. 19 ¿Le das tú la fuerza al caballo y revistes su cuello de crines? 20 ¿Lo haces saltar como una langosta? ¡Es terrible su relincho altanero! 21 El piafa de contento en la llanura, se lanza con brío al encuentro de las armas: 22 se ríe del miedo y no se asusta de nada, no retrocede delante de la espada. 23 Por encima de él resuena la aljaba, la lanza fulgurante y la jabalina. 24 Rugiendo de impaciencia, devora la distancia, no se contiene cuando suena la trompeta. 25 Relincha a cada toque de trompeta, desde lejos olfatea la batalla, las voces de mando y los gritos de guerra. 26 ¿Es por tu inteligencia que se cubre de plumas el halcón y despliega sus alas hacia el sur? 27 ¿Por una orden tuya levanta vuelo el águila y pone su nido en las alturas? 28 La roca es su morada de día y de noche, la peña escarpada es su fortaleza 29 Desde allí está al acecho de su presa y sus ojos miran a lo lejos. 30 Sus pichones se hartan de sangre; donde hay cadáveres, allí está ella.

2° Lectura. Jueces 10- 11:1-33

Capítulo 10
Los Jueces menores: Tolá
Después de Abimélec, surgió Tolá, hijo de Puá, hijo de Dodó, para salvar a Israel. Era de Isacar, pero vivía en Samir, en la montaña de Efraím. 2 El juzgó a Israel durante veintitrés años. Cuando murió, fue sepultado en Samir. Iaír 3 Después de él, surgió Iaír, de Galaad. /El Juzgó a Israel durante veintidós años. 4 Tenía treinta hijos, que iban montados en treinta asnos y tenían treinta ciudades. Estas últimas se llaman todavía hoy los Poblados de Iaír, y se encuentran en el territorio de Galaad. 5 Cuando murió Iaír, lo sepultaron en Camón. La guerra de los amonitas 6 Los israelitas volvieron a hacer lo que es malo a los ojos del Señor, sirviendo a los Baales y a las Astartés, a los dioses de Aram, de Sidón y de Moab, y a los dioses de los amonitas y de los filisteos. Así abandonaron al Señor y dejaron de servirlo 7 Entonces la ira del Señor se encendió contra Israel, y él los entregó en manos de los filisteos y de los amonitas. 8 A partir de ese momento, los amonitas oprimieron duramente a los israelitas que vivían al toro lado del Jordán, en el país de los amorreos de Galaad. La opresión duró dieciocho años. 9 Además, los amonitas cruzaron el Jordán para atacar también a Judá, a Benjamín y a la casa de Efraím. Israel se encontró así en un grave aprieto. El arrepentimiento de los Israelitas 10 Entonces los israelitas clamaron al Señor, diciendo: «Hemos pecado contra ti, nuestro Dios, porque te hemos abandonado para servir a los Baales». 11 Y el Señor dijo a los israelitas: «Cuando los oprimieron los egipcios, los amorreos, los amonitas, los filisteos, 12 los sidonios, los amalecitas y los madianitas, ustedes clamaron hacia mí, y yo los salvé de su poder. 13 A pesar de eso, ustedes me abandonaron y sirvieron a otros dioses. Por eso, no volverá a salvarlos. 14 Vayan a invocar a los dioses que ustedes se han elegido: que ellos los salven en el momento del peligro». 15 Los israelitas respondieron al Señor: «Hemos pecado. Trátanos como quieras, pero por favor, sálvanos en este día». 16 Ellos hicieron desaparecer a los dioses extraños y sirvieron al Señor. Y el Señor no pudo soportar por más tiempo el sufrimiento de Israel. Preparativos de Israel para combatir contra los amonitas 17 Los amonitas se concentraron y fueron a acampar en Galaad. También se reunieron los israelitas y pusieron su campamento en Mispá. 18 Entonces el pueblo y los jefes de Galaad se dijeron unos a otros: «¿Quién es el hombre que dirigirá el combate contra los amonitas? El quedará al frente de todos los habitantes de Galaad».

Capítulo 11
Jefté

Jefté, el galaadita, era un guerrero valeroso. Galaad, su padre, lo había tenido con una prostituta. 2 Pero como Galaad también tuvo hijos con su esposa, estos, cuando se hicieron grandes, echaron a Jefté, diciéndole: «Tú no participarás de la herencia en la casa de nuestro padres, porque eres hijo de otra mujer». 3 Entonces Jefté huyó lejos de sus hermanos, y se estableció en la región de Tob. Allí se le juntaron unos cuantos aventureros, que lo acompañaban en sus correrías. 4 Al cabo de un tiempo, los amonitas hicieron la guerra a Israel. 5 Y cuando iban a atacarlo, los ancianos de Galaad fueron a la región de Tob a buscar a Jefté. 6 «Ven, le dijeron; tú serás nuestro comandante en la lucha contra los amonitas». 7 Jefté les respondió: «¿No son ustedes los que me odiaron hasta el punto de echarme de la casa de mi padre? ¿Por qué acuden a mí ahora que están en un aprieto?». 8 Los ancianos de Galaad dijeron a Jefté: «Sí, de acuerdo. Pero ahora recurrimos a ti para que vengas con nosotros a combatir contra los amonitas. Tú serás nuestro jefe y el de todos los habitantes de Galaad». 9 Jefté les respondió: «Si me hacen volver para luchar contra los amonitas y el Señor me los entrega, yo seré el jefe de ustedes». 10 «El Señor nos está escuchando, le respondieron los ancianos de Galaad. ¡Ay de nosotros si no hacemos lo que tú has dicho!». 11 Jefté partió entonces con los ancianos de Galaad, y el pueblo lo proclamó su jefe y comandante. En Mispá, delante del Señor, Jefté reiteró todas las condiciones que había puesto. Tentativas de Jefté con los amonitas 12 Después, Jefté envió mensajeros al rey de los amonitas, para decirle: «¿Qué tenemos que ver tú y yo, para que vengas a atacarme en mi propio país?». 13 El rey de los amonitas respondió a los mensajeros de Jefté: «Lo que pasa es que Israel, cuando subía de Egipto, se apoderó de mi territorio desde el Arnón hasta el Iaboc y el Jordán. Ahora, devuélvemelo por las buenas». 14 Jefté volvió a enviar mensajeros al rey de los amonitas, 15 para decirle: «Así habla Jefté: Israel no se apoderó del país de Moab ni del país de los amonitas. 16 Cuando subía de Egipto, caminó por el desierto hasta el Mar Rojo y después llegó a Cades. 17 Entonces envió mensajeros para que dijeran al rey de Edom: «Por favor, déjame pasar por tu país». Pero el rey de Edom no les hizo caso. También envió mensajeros al rey de Moab; pero tampoco este quiso acceder, y entonces Israel se quedó en Cades. 18 Luego tomó por el desierto, bordeando el territorio de Edom y de Moab, y así llegó hasta la parte oriental del país de Moab. Acampó al otro lado del Arnón, sin violar la frontera de Moab, porque el Arnón está en el límite de Moab. 19 Luego envió mensajeros a Sijón, el rey de los amorreos que reinaba en Jesbón, y le dijo: «Por favor, déjame pasar por tu país hasta llegar a mi destino». 20 Pero Sijón, que desconfiaba de Israel, no lo dejó pasar por su territorio, sino que reunió a toda su gente, acampó en Iahsá y atacó a Israel. 21 El Señor, el Dios de Israel, entregó en manos de los israelitas a Sijón con todas sus tropas. Israel los derrotó y ocupó todo el país de los amorreos que habitaban en esa región. 22 Así ocuparon todo el territorio de los amorreos, desde el Arnón hasta el Iaboc y desde el desierto hasta el Jordán. 23 Y ahora que el Señor, el Dios de Israel, ha desposeído a los amorreos delante de su pueblo Israel,, ¿lo vas a desposeer tú a él? 24 ¿No tienes acaso lo que te dio en posesión tu dios Quemós? Así también nosotros tenemos todo lo que nos ha dado en posesión el Señor, nuestro Dios. 25 ¿Vas a ser tú más que Balac, hijo de Sipor, rey de Moab? ¿Se atrevió él a entrar en litigio con Israel o le hizo la guerra? 26 Cuando Israel se estableció en Jesbón y sus poblados, en Aroer y sus poblados, y en todas las ciudades que están a orillas del Arnón, hace ya trescientos años, ¿por qué ustedes no las recuperaron? 27 Yo no te ofendí: eres tú el que procede mal conmigo si me atacas. Que el Señor, el Juez, juzgue hoy quién tiene razón, si los israelitas o los amonitas». 28 Pero el rey de los amonitas no tuvo en cuenta lo que Jefté le había mandado decir. El voto y la victoria de Jefté 29 El espíritu del Señor descendió sobre Jefté, y este recorrió Galaad y Manasés, pasó por Mispá de Galaad y desde allí avanzó hasta el país de los amonitas. 30 Entonces hizo al Señor el siguiente voto: «Si entregas a los amonitas en mis manos, 31 el primero que salga de la puerta de mi casa a recibirme, cuando yo vuelva victorioso, pertenecerá al Señor y lo ofreceré en holocausto». 32 Luego atacó a los amonitas, y el Señor los entregó en sus manos. 33 Jefté los derrotó, desde Aroer hasta cerca de Minit –eran en total veinte ciudades– y hasta Abel Queramím. Les infligió una gran derrota, y así los amonitas quedaron sometidos a los israelitas.

1° Lectura. Hechos 19:1-20

Capítulo 19
Mientras Apolo permanecía en Corinto, Pablo atravesando la región interior, llegó a Efeso. Allí encontró a algunos discípulos 2 y les preguntó: «Cuando ustedes abrazaron la fe, ¿recibieron el Espíritu Santo?». Ellos le dijeron: «Ni siquiera hemos oído decir que hay un Espíritu Santo». 3 «Entonces, ¿qué bautismo recibieron?», les preguntó Pablo. «El de Juan», respondieron. 4 Pablo les dijo: «Juan bautizaba con el bautismo de penitencia, diciendo al pueblo que creyera en el que vendría después de él, es decir, en Jesús». 5 Al oír estas palabras, ellos se hicieron bautizar en el nombre del Señor Jesús. 6 Pablo les impuso las manos, y descendió sobre ellos el Espíritu Santo. Entonces comenzaron a hablar en distintas lenguas y a profetizar. 7 Eran en total unos doce hombres. 8 Pablo fue luego a la sinagoga y durante tres meses predicó abiertamente, hablando sobre el Reino de Dios y tratando de persuadir a los oyentes. 9 Pero como algunos se obstinaban y se negaban a creer, denigrando el Camino del Señor delante de la asamblea, Pablo rompió con ellos. Luego tomó aparte a sus discípulos y dialogaba diariamente en la escuela de Tirano. 10 Así lo hizo durante dos años, de modo que todos los habitantes de la provincia de Asia, judíos y paganos, tuvieron ocasión de escuchar la Palabra del Señor. 11 Por intermedio de Pablo, Dios realizaba milagros poco comunes, 12 hasta tal punto que el aplicarse sobre los enfermos pañuelos o lienzos que habían tocado el cuerpo de Pablo, aquellos se curaban y quedaban libres de los malos espíritus. 13 Algunos exorcistas ambulantes judíos, hicieron la prueba de pronunciar el nombre del Señor Jesús sobre los poseídos por los malos espíritus, diciendo: «Yo los conjuro por ese Jesús que anuncia Pablo». 14 Un cierto Sevas, Sumo Sacerdote judío, tenía siete hijos que practicaban estos exorcismos. 15 El espíritu malo les respondió: «Yo conozco a Jesús y sé quién es Pablo, pero ustedes, ¿quiénes son?». 16 Y el hombre poseído por el espíritu malo, abalanzándose sobre los exorcistas, los dominó a todos y los maltrató de tal manera que debieron escaparse de esa casa desnudos y cubiertos de heridas. 17 Todos los habitantes de Efeso, tanto judíos como paganos, se enteraron de este hecho y, llenos de temor, glorificaban el nombre del Señor Jesús. 18 Muchos de los que habían abrazado la fe vinieron a confesar abiertamente sus prácticas, 19 y un buen número de los que se habían dedicado a la magia traían sus libros y los quemaban delante de todos. Se estimó que el valor de estos libros alcanzaba a unas cincuenta mil monedas de plata. 20 Así, por el poder del Señor, la Palabra se difundía y se afianzaba.