jueves, 3 de abril de 2014

3° Lectura. Job 3

Capítulo 3
L1 Después de esto, Job rompió el silencio y maldijo el día de su nacimiento. 2 Tomó la palabra y exclamó: 3 ¡Desaparezca el día en que nací y la noche que dijo: «Ha sido engendrado un varón»! 4 ¡Que aquel día se convierta en tinieblas! Que Dios se despreocupe de él desde lo alto y no brille sobre él ni un rayo de luz. 5 Que lo reclamen para sí las tinieblas y las sombras, que un nubarrón se cierna sobre él y lo aterrorice un eclipse de sol. 6 ¡Sí, que una densa oscuridad se apodere de él y no se lo añada a los días del año ni se lo incluya en el cómputo de los meses! 7 ¡Que aquella noche sea estéril y no entre en ella ningún grito de alegría! 8 Que la maldigan los que maldicen los días, los expertos en excitar a Leviatán. 9 Que se oscurezcan las estrellas de su aurora; que espere en vano la luz y nos vea los destellos del alba. 10 Porque no me cerró las puertas del seno materno ni ocultó a mis ojos tanta miseria. 11 ¿Por qué no me morí al nacer? ¿Por qué no expiré al salir del vientre materno? 12 ¿Por qué me recibieron dos rodillas y dos pechos me dieron de mamar? 13 Ahora yacería tranquilo estaría dormido y así descansaría, 14 junto con los reyes y consejeros de la tierra que se hicieron construir mausoleos, 15 o con los príncipes que poseían oro y llenaron de plata sus moradas. 16 O no existiría, como un aborto enterrado, como los niños que nunca vieron la luz. 17 Allí, los malvados dejan de agitarse, allí descansan los que están extenuados. 18 También los prisioneros están en paz, no tienen que oír los gritos del carcelero. 19 Pequeños y grandes son allí una misma cosa, y el esclavo está liberado de su dueño. 20 ¿Para qué dar a luz a un desdichado y la vida a los que están llenos de amargura, 21 a los que ansían en vano la muerte y la buscan más que a un tesoro, 22 a los que se alegrarían de llegar a la tumba y se llenarían de júbilo al encontrar un sepulcro, 23 al hombre que se le cierra el camino y al que Dios cerca por todas partes? 24 Los gemidos se han convertido en mi pan y mis lamentos se derramen como agua. 25 Porque me sucedió lo que más temía y me sobrevino algo terrible. 26 ¡No tengo calma, ni tranquilidad, ni sosiego, sólo una constante agitación!

2° Lectura. Números 35-36

Capítulo 35
La herencia de los levitas
L1 El Señor dijo a Moisés en las estepas de Moab, junto al Jordán, a la altura de Jericó: 2 Ordena a los israelitas que cedan a los levitas, de su patrimonio hereditario, ciudades para vivir y campos de pastoreo alrededor de las mismas. 3 Las ciudades les servirán de morada, y los campos de pastoreo serán para su ganado y sus otros animales. 4 Los campos de pastoreo de las ciudades que ustedes cederán a los levitas, se extenderán hasta quinientos metros alrededor de la ciudad, a partir de las murallas. 5 Ustedes medirán fuera de la ciudad, mil metros hacia el este, mil hacia el sur, mil hacia el oeste, y mil hacia el norte, tomando la ciudad como centro: estos serán los campos de pastoreo para las ciudades. 6 Las ciudades que cederán a los levitas serán las seis ciudades de refugio que ustedes deben separar para que los homicidas puedan huir a ellas, añadiendo además, otras cuarenta y dos. 7 Así darán a los levitas un total de cuarenta y ocho ciudades, todas ellas con sus campos de pastoreo. 8 Cuando cedan esas ciudades, tomándolas de lo que es propiedad de los israelitas, exigirán más de los grupos numerosos, y menos de los grupos más pequeños, y menos de los grupos más pequeños. De esta manera, cada uno cederá a los levitas una cantidad de ciudades proporcionada a la herencia que haya recibido. 

 Las ciudades de refugio 9 Luego el Señor dijo a Moisés: 10 Habla en estos términos a los israelitas: Cuando crucen el Jordán para entrar en la tierra de Canaán, 11 encontrarán ciudades que les servirán como ciudades de refugio, donde puedan huir los homicidas que hay matado a alguien involuntariamente. 12 Esas ciudades servirán de refugio contra el vengador del homicidio, y así el homicida no morirá sin haber comparecido delante de la comunidad para ser juzgado. 13 Ustedes tendrán que señalar seis ciudades de refugio: 14 tres el otro lado del Jordán y tres en el territorio de Canaán. 15 Esas seis ciudades podrán servir de refugio no sólo a los israelitas, sino también a los extranjeros residentes o que estén de paso entre ustedes, de manera que todo el que haya matado a otro involuntariamente, pueda refugiarse en ellas. 16 Pero el que mata a otro golpeándolo con un objeto de hierro, es un asesino, y el asesino será castigado con la muerte. 17 Si lo mata de una pedrada capaz de causar la muerte, es un asesino, y el asesino será castigado con la muerte. 18 Si lo mata golpeándolo con un palo capaz de causar la muerte, es un asesino, y el asesino será castigado con la muerte. 19 El vengador del homicidio en persona debe matar al asesino apenas lo encuentre. 20 Si el homicida mató a la víctima por odio, o si le arrojó intencionalmente un objeto capaz de causar la muerte, 21 o si por enemistad lo hirió a golpes de puño hasta matarlo, el agresor será castigado con la muerte: es un asesino, y el vengador del homicidio lo matará apenas lo encuentre. 22 Pero si lo hirió fortuitamente, sin que mediara enemistad, o si le arrojó un objeto sin intención de alcanzarlo, 23 o si dejó caer sobre él, inadvertidamente, una piedra capaz de matarlo y de esa manera le causó la muerte, sin tener odio contra él y sin desearle ningún mal, 24 la comunidad juzgará, conforme a estas reglas, entre el homicida y el vengador del homicidio, 25 y librará a aquel de las manos de este. Luego la comunidad lo hará volver a la ciudad de refugio, adonde había huido, y él permanecerá allí hasta la muerte del Sumo Sacerdote que ha sido ungido con el óleo santo. 26 Si el homicida sale de la ciudad de refugio adonde había huido, 27 y el vengador del homicidio lo encuentra fuera de los límites de su ciudad de refugio, lo podrá matar sin temor a ninguna represalia, 28 porque el homicida debe permanecer en su ciudad de refugio hasta la muerte del Sumo Sacerdote, y solamente después podrá volver al lugar donde está su propiedad. 29 Estas disposiciones serán una norma jurídica para ustedes y para sus descendientes, en cualquier lugar donde se encuentren. 30 Si alguien mata a una persona, el homicida será condenado a muerte por la declaración de testigos, pero el testimonio de uno solo no basta para condenar a muerte a alguien. 31 No aceptarán ningún rescate por la vida de un asesino, porque debe morir, 32 Tampoco lo aceptarán de aquel que huyó a sus ciudad de refugio, permitiéndole que habite nuevamente en su propia tierra antes de la muerte del Sumo Sacerdote. 33 No profanen la tierra donde viven, porque la sangre profana la tierra, y no hay para la tierra otra expiación por la sangre derramada, que la sangre de aquel que la derramó. 34 No hagas impuro el país donde vives y en el cual yo habito. Porque yo, el Señor, habito entre los israelitas.

Capítulo 36
La herencia de la mujer casada
L1 Los jefes de familia del clan de los descendientes de Galaad –hijo de Maquir, hijo de Manasés, uno de los clanes de los descendientes de José– se presentaron delante de Moisés y de los principales jefes de familia de Israel 2 y les dijeron: El Señor mandó a Moisés que repartiera el país entre los israelitas mediante un sorteo, y Moisés también recibió del Señor la orden de entregar a sus hijas la herencia de nuestro hermano Selofjad. 3 Ahora bien, si ellas se casan con un miembro de otra tribu de Israel, su parte será sustraída de la herencia de la tribu a la que van a pertenecer. De esa manera, disminuirá la herencia que nos ha tocado en suerte. 4 Y cuando los israelitas celebren el año del jubileo, la herencia de ellas se sumará a la de la otra tribu y será sustraída del patrimonio de nuestra tribu. 5 Entonces Moisés, por orden del Señor, dio estas instrucciones a los israelitas: La tribu de los descendientes de José tiene razón. 6 Esto es lo que el Señor ha ordenado respecto de las hijas de Selofjad: Ellas pueden casarse con quien les parezca mejor, con tal que lo hagan dentro de un clan perteneciente a la tribu de su padre. 7 La parte hereditaria de los israelitas no pasará de una tribu a otra, sino que cada israelita deberá retener la herencia de su tribu paterna. 8 Por lo tanto, toda joven que posea una herencia en alguna tribu de los israelitas, se casará dentro de un clan de su tribu paterna, de manera que los israelitas conserven cada uno la herencia de sus padres. 9 Así, ninguna herencia pasará de una tribu a otra, sino que cada una de las tribus de los israelitas retendrá su parte. 10 Las hijas de Selofjad procedieron como el Señor se lo había ordenado a Moisés. 11 Majlá, Tirsá, Joglá, Milcá y Noá, hijas de Selofjad, se casaron con hijos de sus tíos paternos. 12 Y como lo hicieron dentro de los clanes de los descendientes de Manasés, la herencia de ellas quedó en la tribu del clan de su padre. 

 Conclusión 13 Estos son los mandamientos y las leyes que el Señor dio a los israelitas por medio de Moisés, en las estepas de Moab, junto al Jordán, a la altura de Jericó.

1° Lectura. Mateo 26:1-25

Capítulo 26
Cuando Jesús terminó de decir todas estas palabras, dijo a sus discípulos: 2 «Ya saben que dentro de dos días se celebrará la Pascua, y el Hijo del hombre será entregado para ser crucificado». 3 Entonces los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo se reunieron en el palacio del Sumo Sacerdote, llamado Caifás, 4 y se pusieron de acuerdo para detener a Jesús con astucia y darle muerte. 5 Pero decían: «No lo hagamos durante la fiesta, para que no se produzca un tumulto en el pueblo». 6 Cuando Jesús se encontraba en Betania, en casa de Simón el leproso, 7 se acercó una mujer con un frasco de alabastro, que contenía un perfume valioso, y lo derramó sobre su cabeza, mientras él estaba comiendo. 8 Al ver esto, sus discípulos, indignados, dijeron: «¿Para qué este derroche? 9 Se hubiera podido vender el perfume a buen precio para repartir el dinero entre los pobres». 10 Jesús se dio cuenta y les dijo: «¿Por qué molestan a esta mujer? Ha hecho una buena obra conmigo. 11 A los pobres los tendrán siempre con ustedes, pero a mí no me tendrán siempre. 12 Al derramar este perfume sobre mi cuerpo, ella preparó mi sepultura. 13 Les aseguro que allí donde se proclame esta Buena Noticia, en todo el mundo, se contará también en su memoria lo que ella hizo». 14 Entonces uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a ver a los sumos sacerdotes 15 y les dijo: «¿Cuánto me darán si se lo entrego?». Y resolvieron darle treinta monedas de plata. 16 Desde ese momento, Judas buscaba una ocasión favorable para entregarlo. 17 El primer día de los Acimos, los discípulos fueron a preguntar a Jesús: «¿Dónde quieres que te preparemos la comida pascual?». 

 18 El respondió: «Vayan a la ciudad, a la casa de tal persona, y díganle: «El Maestro dice: Se acerca mi hora, voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos». 19 Ellos hicieron como Jesús les había ordenado y prepararon la Pascua. 20 Al atardecer, estaba a la mesa con los Doce 21 y, mientras comían, Jesús les dijo: «Les aseguro que uno de ustedes me entregará». 22 Profundamente apenados, ellos empezaron a preguntarle uno por uno: «¿Seré yo, Señor?». 23 El respondió: «El que acaba de servirse de la misma fuente que yo, ese me va a entregar. 24 El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre será entregado: más le valdría no haber nacido!». 25 Judas, el que lo iba a entregar, le preguntó: «¿Seré yo, Maestro?». «Tú lo has dicho», le respondió Jesús.