miércoles, 7 de mayo de 2014

3° Lectura. Job 37

Capítulo 37
También por eso tiembla mi corazón y se me salta fuera del pecho. 2 ¡Escuchen el estampido de su voz y el estruendo que sale de su boca! 3 El lanza su rayo bajo los cielos y hasta los confines de la tierra llega su fulgor. 4 Detrás de él, ruge una voz: hace tronar su voz majestuosa y no retiene los relámpagos mientras se deja oír su voz. 5 Dios nos hace contemplar maravillas, realiza grandes cosas, que no llegamos a entender. 6 Cuando dice a la nieve: «Cae sobre la tierra», y a los aguaceros: «Lluevan con fuerza», 7 él suspende la actividad de los hombres, para que todos reconozcan su obra; 8 las fieras se meten en sus guaridas y se refugian en sus madrigueras. 9 De la constelación austral irrumpe la tormenta, y el frío, de los vientos del norte. 10 Al soplo de Dios se forma el hielo y se congela la extensión de las aguas. 11 El carga la nube de humedad, y el nubarrón expande su relámpago, 12 que gira en derredor, conforme a sus planes, para ejecutar cada uno de sus mandatos por toda la superficie de la tierra: 13 sea que cumpla su voluntad para un castigo o para dispensar sus beneficios. 14 Presta atención a esto, Job, detente y considera las maravillas de Dios. 15 ¿Sabes acaso cómo Dios las dirige y cómo su nube hace brillar el rayo? 16 ¿Sabes cómo se balancean las nubes, maravillas de un maestro en sabiduría? 17 Tú, que no soportas el ardor de tu ropa, cuando la tierra está en calma bajo el viento del sur, 18 ¿puedes extender con él la bóveda del cielo, sólida como un espejo de metal fundido? 19 Enséñanos qué debemos decirle: no discutiremos más, a causa de la oscuridad. 20 Si yo hablo, ¿alguien se lo cuenta? ¿Hay que informarlo de lo que dice un hombre? 21 Hasta ahora no se veía la luz: estaba oscurecida por las nubes; pero pasó un viento y las disipó. 22 ¡Un áureo resplandor viene del norte; una terrible tempestad reina en torno de Dios! 23 ¡Es el Todopoderoso, y no lo podemos alcanzar! El es sublime por su fuerza y su equidad, grande por su justicia y no oprime a nadie. 24 Por eso le temen los hombres, y él no tiene en cuenta ni siquiera a los sabios.

2° Lectura. Jueces 7-8

Capítulo 7
La reducción del ejército de Gedeón
A la mañana siguiente, Ierubaal –es decir, Gedeón– se levantó de madrugada con la gente que lo acompañaba, y acamparon en En Jarod. Madián habías acampado más al norte, al pie de la colina de Moré, sobre el valle. 2 Entonces el Señor dijo a Gedeón: «La gente que te acompaña es demasiado numerosa para que ponga a Madián en sus manos. No quiero que Israel se gloríe a expensas mías, diciendo: «Es mi mano la que me salvó». 3 Por eso, proclama a oídos del pueblo: «El que tenga miedo o tiemble, que se vuelva». Así Gedeón los puso a prueba, y veintidós mil hombres se volvieron, quedando sólo diez mil. 4 Luego el Señor dijo a Gedeón: «Hay todavía demasiada gente; ordénales que bajen hasta el borde del agua, y allí te los pondré a prueba. Irán contigo solamente los que yo te indique; los otros no te acompañarán». 5 Gedeón hizo que la gente bajara hasta el agua, y el Señor le dijo: «A todos los que beban con la lengua, como lamen los perros, los pondrás a un lado; y a todos los que se arrodillen para beber, los pondrás del otro». 6 Los que lamieron el agua llevándosela a la boca, fueron trescientos; el resto de la tropa, en cambio, se arrodilló para beber. 7 El Señor dijo a Gedeón: «Yo los voy a salvar con estos trescientos hombres y pondré a Madián en tus manos. Que el grueso de la tropa regrese cada uno a su casa». 8 Los trescientos hombres recogieron los cántaros de toda la tropa, y también sus trompetas, mientras Gedeón despedía a los otros israelitas, quedándose sólo con esos trescientos. El campamento de Madián estaba en el valle, debajo del suyo. Presagio de la victoria 9 Aquella noche, el Señor dijo a Gedeón: «Baja ahora mismo contra el campamento de Madián, porque lo he puesto en tus manos. 10 Si tienes miedo de atacar, baja tú primero con tu servidor Purá 11 y escucha lo que dicen. Así tendrás valor y atacarás el campamento». Gedeón bajó acompañado de Purá, su servidor, hasta el extremo del campamento, donde estaban los puestos de guardia. 12 Madián, Amalec y todos los Orientales que habían irrumpido en el valle eran numerosos como langostas, y sus camellos eran incontables, como la arena de la playa. 13 Cuando llegó Gedeón, oyó que un hombre le estaba contando un sueño a su compañero. «Tuve un sueño, le decía; vi que una galleta de cebada venía rodando por el campamento de Madián. Al llegar a una carpa, chocó contra ella y la volteó, de manera que la carpa cayó por tierra». 14 Su compañero le respondió: «Esto no significa otra cosa que la espada de Gedeón, hijo de Joás, el hombre de Israel. Dios ha puesto en sus manos a Madián y todo su campamento». 15 Cuando Gedeón oyó el relato del sueño y su interpretación, se postró para adorar. Luego regresó al campamento de Israel, y dijo: «¡Arriba! El Señor ha puesto en manos de ustedes el campamento de Madián». Derrota y persecución de Madián 16 Gedeón dividió a los trescientos hombres en tres cuerpos, y distribuyó entre ellos trompetas y cántaros vacíos, con antorchas dentro de los cántaros. 17 Después dijo: «Fíjense bien en lo que yo hago, y hagan ustedes lo mismo. Cuando llegue al extremo del campamento, hagan lo mismo que yo. 18 Yo y todos mis compañeros tocaremos las trompetas; entonces también ustedes tocarán las trompetas alrededor del campamento y gritarán: ¡Por el Señor y por Gedeón!». 19 Gedeón y los cien hombres que lo acompañaban llegaron al extremo del campamento al comienzo de la guardia de la medianoche. Cuando se acababa de hacer el relevo de los centinelas, ellos tocaron las trompetas y rompieron los cántaros que llevaban en la mano. 20 Los tres cuerpos de la tropa hicieron lo mismo. Tenían las antorchas en la mano izquierda, y con la derecha tocaban las trompetas. Y todos gritaban: «¡Por el Señor y por Gedeón!». 21 Cada uno permanecía quieto en su respectivo lugar, alrededor del campamento. Entonces se despertó todo el campamento, y se dieron a la fuga lanzando alaridos. 22 Mientras los trescientos hombres tocaban las trompetas, el Señor hizo que en todo el campamento volvieran la espada unos contra otros. La tropa huyó hasta Bet Sitá, hacia Sartán, hasta la orilla de Abel Mejolá, frente a Tabat. 23 Entonces se reunieron los hombres de Israel, procedentes de Neftalí, de Aser y de Todo Manasés, y persiguieron a Madián. 24 Gedeón envió mensajeros por toda la montaña de Efraím, para que dijeran: «Bajen al encuentro de Madián y ocupen antes que ellos los vados hasta Bet Bará y el Jordán». Los hombres de Efraím se reunieron y ocuparon los vados hasta Bet Bará y el Jordán. 25 Así tomaron prisioneros a los dos jefes madianitas, Oreb y Zeeb. Luego de perseguir a Madián, presentaron a Gedeón, que estaba al otro lado del Jordán, las cabezas de Oreb y Zeeb.

Capítulo 8
Reproche de Efraím a Gedeón

La gente de Efraím dijo a Gedeón: «¿Qué nos has hecho? ¿Por qué no nos llamaste cuando fuiste a combatir contra Madián?». Y se lo reprocharon violentamente. 2 Pero él les respondió: «¿Qué hice yo comparado con lo que hicieron ustedes? Un solo racimo de Efraím vale más que toda la vendimia de Abiézer. 3 Dios puso en manos de ustedes a los jefes de Madián, Oreb y Zeeb. Comparado con esto, ¿qué he logrado hacer yo?». Después que les dijo estas palabras, se calmó su animosidad contra él. Persecución y derrota de Zébaj y Salmuná 4 Gedeón llegó hasta el Jordán y lo cruzó. El y los trescientos hombres que lo acompañaban estaban cansados y hambrientos. 5 Entonces dijo a la gente de Sucot: «Por favor, traigan un poco de pan para la tropa que me acompaña, porque están agotados de cansancio, y yo estoy persiguiendo a Zébaj y a Salmuná, reyes de Madián». 6 Pero los jefes de Sucot le respondieron: «¿Acaso tienes prisioneros a Zébaj y a Salmuná para que le demos pan a tu ejército?». 7 «Está bien, respondió Gedeón; cuando el Señor ponga en mis manos a Zébaj y a Salmuná, desgarraré la carne de ustedes con espinas y cardos del desierto». 8 De allí subió a Penuel y les hizo el mismo pedido. Pero la gente de Penuel le respondió lo mismo que la gente de Sucot. 9 Entonces Gedeón dijo a los de Penuel: «Cuando vuelva victorioso, derribaré esta torre». 10 Zébaj y Salmuná estaban en Carcor con su ejército. Eran unos quince mil hombres, es decir, todos los sobrevivientes del campamento de los Orientales. Los que habían caído eran ciento veinte mil armados de espada. 11 Gedeón subió por el camino de los nómadas, al este de Nóbaj y de Iogbohá, y derrotó al ejército, cuando ya se creían seguros. 12 Zébaj y Salmuná, reyes de Madián, trataron de huir, pero Gedeón los persiguió, los capturó a los dos y sembró el pánico en todo el ejército. La venganza de Gedeón 13 Después del combate, Gedeón, hijo de Joás, regresó por la pendiente de Jares. 14 Entonces detuvo a un joven de Sucot, lo interrogó, y él le dio por escrito los nombres de los jefes y los ancianos de Sucot. Eran setenta y siete hombres. 15 Luego se presentó ante los hombres de Sucot y les dijo: «Aquí están Zébaj y Salmuná, los hombres por los que ustedes se burlaron de mí, diciendo: «¿Acaso ya tienes en tu poder a Zébaj y Salmuná para que les demos pan a tus tropas hambrientas?». 16 Después tomó a los ancianos de la ciudad, recogió espinas y cardos del desierto e hirió con ellos a los hombres de Sucot. 17 También derribó la torre de Penuel y mató a los hombres de la ciudad. 18 Gedeón dijo a Zébaj y a Salmuná: «¿Cómo eran los hombres que ustedes mataron en Tabor?». «Se parecían a ti, respondieron ellos; todos tenían aspecto de príncipes». 19 Gedeón les respondió: «Ellos eran mis hermanos, hijos de mi madres, ¡Juro por la vida del Señor, que si ustedes les hubieran perdonado la vida, ahora no los mataría!». 20 Entonces dijo a Iéter, su hijo mayor: «Mátalos aquí mismo». Pero el muchacho tuvo miedo de sacar la espada, porque todavía era muy joven. 21 Zébaj y Salmuná dijeron: «Mátanos tú, porque un hombre se mide por su valor». Gedeón se levantó, mató a Zébaj y a Salmuná, y se guardó los adornos que sus camellos llevaban en el cuello. Propuesta de los israelitas a Gedeón 22 Los hombres de Israel dijeron a Gedeón: «Gobiérnanos tú, y que después de ti nos gobiernen tu hijo y tu nieto, porque nos salvaste del poder de Madián». 23 Pero Gedeón les respondió: «Ni yo los gobernaré ni tampoco mi hijo; sólo el Señor los gobernará». 24 Luego añadió: «Les voy a pedir una cosa: que cada uno me dé un anillo de lo que le ha tocado como botín». Porque los vencidos eran ismaelitas, y por eso tenían anillos de oro. 25 «Te los daremos con mucho gusto», respondieron ellos. Entonces él extendió su manto, y cada israelitas depositó en él un anillo de su botín. 26 El peso de los anillos que recogió fue de mil setecientos siclos de oro, sin contar los prendedores, los aros y los vestidos de púrpura que llevaban los reyes de Madián, y sin contar tampoco los collares de los camellos. 27 Con todo eso, Gedeón hizo un efod, y lo instaló en su ciudad, en Ofrá. Todo Israel fue a prostituirse allí, delante del efod, que se convirtió en una trampa para Gedeón y su familia. Muerte de Gedeón 28 Madián quedó humillado delante de los israelitas, y no volvió a levantar cabeza. El país estuvo tranquilo durante cuarenta años, mientras vivió Gedeón. 29 Ierubaal, hijo de Joás, se fue y permaneció en su casa. 30 Gedeón tuvo setenta hijos propios, porque tenía muchas mujeres. 31 La concubina que tenía en Siquem también le dio un hijo, a quien puso el nombre de Abimélec. 32 Gedeón, hijo de Joás, murió después de una feliz vejez, y fue enterrado en la tumba de su padres Joás, en Ofrá de Abiézer. Nuevas infidelidades de Israel 33 Después de la muerte de Gedeón, los israelitas volvieron a prostituirse ante los Baales y tomaron como dios a Baal Berit. 34 Así se olvidaron del Señor, su Dios, que los había librado de todos los enemigos de alrededor. 35 Y no agradecieron a la casa de Ierubaal Gedeón todo el bien que él había a Israel.

1° Lectura. Hechos 17:16-34

Mientras los esperaba en Atenas, Pablo sentía que la indignación se apoderaba de él, al contemplar la ciudad llena de ídolos. 17 Discutía en la sinagoga con los judíos y con los que adoraban a Dios, y también lo hacía diariamente en la plaza pública con los que pasaban por allí. 18 Incluso, algunos filósofos epicúreos y estoicos dialogaban con él. Algunos comentaban: «¿Qué estará diciendo este charlatán?», y otros: «Parece ser un predicador de divinidades extranjeras», porque Pablo anunciaba a Jesús y la resurrección. 19 Entonces lo llevaron con ellos al Areópago y le dijeron: «¿Podríamos saber en qué consiste la nueva doctrina que tú enseñas? 20 Las cosas que nos predicas nos parecen extrañas y quisiéramos saber qué significan». 21 Porque todos los atenienses y los extranjeros que residían allí, no tenían otro pasatiempo que el de transmitir o escuchar la última novedad. 22 Pablo, de pie, en medio del Aréopago, dijo: Atenienses, veo que ustedes son, desde todo punto de vista, los más religiosos de todos los hombres. 23 En efecto, mientras me paseaba mirando los monumentos sagrados que ustedes tienen, encontré entre otras cosas un altar con esta inscripción: «Al dios desconocido». Ahora, yo vengo a anunciarles eso que ustedes adoran sin conocer. 24 El Dios que ha hecho el mundo y todo lo que hay en él no habita en templos hechos por manos de hombre, porque es el Señor del cielo y de la tierra. 25 Tampoco puede ser servido por manos humanas como si tuviera necesidad de algo, ya que él da a todos la vida, el aliento y todas las cosas. 26 El hizo salir de un solo principio a todo el género humano para que habite sobre toda la tierra, y señaló de antemano a cada pueblo sus épocas y sus fronteras, 27 para que ellos busquen a Dios, aunque sea a tientas, y puedan encontrarlo. Porque en realidad, él no está lejos de cada uno de nosotros. 28 En efecto, en él vivimos, nos movemos y existimos, como muy bien lo dijeron algunos poetas de ustedes: «Nosotros somos también de su raza». 29 Y si nosotros somos de la raza de Dios, no debemos creer que la divinidad es semejante al oro, la plata o la piedra, trabajados por el arte y el genio del hombre. 30 Pero ha llegado el momento en que Dios, pasando por alto el tiempo de la ignorancia, manda a todos los hombres, en todas partes, que se arrepientan. 31 Porque él ha establecido un día para juzgar al universo con justicia, por medio de un Hombre que él ha destinado y acreditado delante de todos, haciéndolo resucitar de entre los muertos». 32 Al oír las palabras «resurrección de los muertos», unos se burlaban y otros decían: «Otro día te oiremos hablar sobre esto». 33 Así fue cómo Pablo se alejó de ellos. 34 Sin embargo, algunos lo siguieron y abrazaron la fe. Entre ellos, estaban Dionisio el Areopagita, una mujer llamada Dámaris y algunos otros.