lunes, 30 de junio de 2014

3° Lectura. Oseas 4

Capítulo 4
Escuchen la palabra del Señor, israelitas, porque el Señor tiene un pleito con los habitantes del país; ya no hay fidelidad, ni amor, ni conocimiento de Dios en el país. 2 Sólo perjurio y engaño, asesinato y robo, adulterio y extorsión, y los crímenes sangrientos se suceden uno tras otro. 3 Por eso, el país está de duelo y languidecen todos sus habitantes; hasta los animales del campo y los pájaros del cielo, y aún los peces del mar, desaparecerán. 4 ¡No, que nadie acuse ni haga reproches! ¡Mi pleito es contigo, sacerdote! 5 Tú tropezarás en pleno día; también el profeta tropezará en la noche junto contigo, y yo haré perecer a tu madre. 6 Mi pueblo perece por falta de conocimiento. Porque tú has rechazado el conocimiento, yo te rechazaré de mi sacerdocio; porque has olvidado la instrucción de tu Dios, también yo me olvidaré de tus hijos. 7 Todos, sin excepción, pecaron contra mí, cambiaron su Gloria por la Ignominia. 8 Se alimentan con el pecado de mi pueblo y están ávidos de su iniquidad. 9 Pero al sacerdote le sucederá lo mismo que al pueblo: yo le pediré cuenta de su conducta y le retribuiré sus malas acciones. 10 Comerán, pero no se saciarán, se prostituirán, pero no aumentarán, porque han abandonado al Señor, para entregarse a la prostitución. 11 El vino y el mosto hacen perder la razón. 12 Mi pueblo consulta a su pedazo de madera y su vara lo adoctrina, porque un espíritu de prostitución lo extravía y se han prostituido lejos de su Dios. 13 Sacrifican en las cumbres de las montañas y queman incienso sobre las colinas, bajo la encina, el álamo y el terebinto, porque su sombre es agradable. Por eso se prostituyen las hijas de ustedes y sus nueras cometen adulterio. 14 Pero yo no pediré cuenta a sus hijas por su prostitución ni a sus nueras por su adulterio, porque ellos mismos se van aparte con prostitutas y ofrecen sacrificios con las consagradas a la prostitución. ¡Así, un pueblo que no entiende va la ruina! 15 ¡Si tú te prostituyes, Israel, que al menos Judá no se haga culpable! ¡No vayan a Guilgal, no suban a Bet Aven, ni juren por la vida del Señor! 16 Sí, Israel se ha vuelto obstinado como una vaca empacada. ¿Puede ahora el Señor apacentarlos como a corderos en campo abierto? 17 Israel está apegado a los ídolos: ¡déjalo! 18 Cuando terminan de embriagarse se entregan a la prostitución; sus jefes aman la Ignominia. 19 El viento los envolverá con sus alas y se avergonzarán de sus sacrificios

2° Lectura. 2° Samuel 24

Capítulo 24
Saúl perdonado por David
David subió de allí y se estableció en los sitios bien protegidos de Engadí. 2 Cuando Saúl volvió a perseguir a los filisteos, le dieron esta noticia: «David está en el desierto de Engadí». 3 Entonces reunió a tres mil hombres seleccionados entre todo Israel y partió en busca de David y sus hombres, hacia las Peñas de las Cabras salvajes. 4 Al llegar a los corrales de ovejas que están junto al camino, donde había una cueva, Saúl entró a hacer sus necesidades. En el fondo de la cueva, estaban sentados David y sus hombres. 5 Ellos le dijeron: «Este es el día en que el Señor te dice: "Yo pongo a tu enemigo en tus manos; tú lo tratarás como mejor te parezca"». Entonces David se levantó y cortó sigilosamente el borde del manto de Saúl. 6 Pero después le remordió la conciencia, por haber cortado el borde del manto de Saúl, 7 y dijo a sus hombres: «¡Dios me libre de hacer semejante cosa a mi señor, el ungido del Señor! ¡No extenderé mi mano contra él, porque es el ungido del Señor!». 8 Con estas palabras, David retuvo a sus hombres y no dejó que se abalanzaran sobre Saúl. Así Saúl abandonó la cueva y siguió su camino. La recriminación de David a Saúl 9 Después de esto, David se levantó, salió de la cueva y gritó detrás de Saúl: «¡Mi señor, el rey!». Saúl miró hacia atrDavid, iclinándose con el rostro en tierra, se postró 10 y le dijo: «¿Por qué haces caso a los rumores de la gente, cuando dicen que David busca tu ruina? 11 Hoy has visto con tus propios ojos que el Señor te puso en mis manos dentro de la cueva. Aquí se habló de matarte, pero yo tuve compasión de ti y dije: "No extenderé mi mano contra mi señor, porque es el ungido del Señor". 12 ¡Mira, padre mío, sí, mira en mi mano el borde de tu manto! Si yo corté el borde de tu manto y no te maté, tienes que comprender que no hay en mí ni perfidia ni rebeldía, y que no he pecado contra ti. ¡Eres tú el que me acechas para quitarme la vida! 13 Que el Señor juzgue entre tú y yo, y que él me vengue de ti. Pero mi mano no se alzará contra ti. 14 "La maldad engendra maldad", dice el viejo refrán. Pero yo no alzaré mi mano contra ti. 15 ¿Detrás de quién ha salido el rey de Israel? ¿A quién estás persiguiendo? ¡A un perro muerto! ¡A una pulga! 16 ¡Que el Señor sea el árbitro y juzgue entre tú y yo; que él examine y defienda mi causa, y me haga justicia, librándome de tu mano!». 17 Cuando David terminó de dirigir estas palabras a Saúl, este exclamó: «¿No es esa tu voz, hijo mío, David?», y prorrumpió en sollozos. 18 Luego dijo a David: «La justicia está de tu parte, no de la mía. Porque tú me has tratado bien y yo te he tratado mal. 19 Hoy sí que has demostrado tu bondad para conmigo, porque el Señor me puso en tus manos y tú no me mataste. 20 Cuando alguien encuentra a su enemigo, ¿lo deja seguir su camino tranquilamente? ¡Que el Señor te recompense por el bien que me has hecho hoy! 21 Ahora sé muy bien que tú serás rey y que la realeza sobre Israel se mantendrá firme en tus manos. 22 Júrame, entonces, que el Señor, que no extirparás mi descendencia después de mí, ni borrarás el nombre de mi familia». 23 Así se lo juró David a Saúl, y este se fue a su casa, mientras David y sus hombres subían a su refugio.

1° Lectura. Marcos 10:32-52

Mientras iban de camino para subir a Jerusalén, Jesús se adelantaba a sus discípulos; ellos estaban asombrados y los que lo seguían tenían miedo. Entonces reunió nuevamente a los Doce y comenzó a decirles lo que le iba a suceder: 33 «Ahora subimos a Jerusalén; allí el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas. Lo condenarán a muerte y lo entregarán a los paganos: 34 ellos se burlarán de él, lo escupirán, lo azotarán y lo matarán. Y tres días después, resucitará». 35 Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, se acercaron a Jesús y le dijeron: «Maestro, queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir». 36 El les respondió: «¿Qué quieren que haga por ustedes?». 37 Ellos le dijeron: «Concédenos sentarnos uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, cuando estés en tu gloria». 38 Jesús le dijo: «No saben lo que piden. ¿Pueden beber el cáliz que yo beberé y recibir el bautismo que yo recibiré?». 39 «Podemos», le respondieron. Entonces Jesús agregó: «Ustedes beberán el cáliz que yo beberé y recibirán el mismo bautismo que yo. 40 En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes han sido destinados». 41 Los otros diez, que habían oído a Santiago y a Juan, se indignaron contra ellos. 42 Jesús los llamó y les dijo: «Ustedes saben que aquellos a quienes se considera gobernantes, dominan a las naciones como si fueran sus dueños, y los poderosos les hacen sentir su autoridad. 43 Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; 44 y el que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos. 45 Porque el mismo Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud». 46 Después llegaron a Jericó. Cuando Jesús salía de allí, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud, el hijo de Timeo –Bartimeo, un mendigo ciego– estaba sentado junto al camino. 47 Al enterarse de que pasaba Jesús, el Nazareno, se puso a gritar: «¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!». 48 Muchos lo reprendían para que se callara, pero él gritaba más fuerte: «¡Hijo de David, ten piedad de mí!». 49 Jesús se detuvo y dijo: «Llámenlo». Entonces llamaron al ciego y le dijeron: «¡Animo, levántate! El te llama». 50 Y el ciego, arrojando su manto, se puso de pie de un salto y fue hacia él. 51 Jesús le preguntó: «¿Qué quieres que haga por ti?. El le respondió: «Maestro, que yo pueda ver». 52 Jesús le dijo: «Vete, tu fe te ha salvado». En seguida comenzó a ver y lo siguió por el camino.

domingo, 29 de junio de 2014

4° Lectura. 2° Macabeos 9

Capítulo 9
Por ese tiempo, Antíoco tuvo que retirarse precipitadamente de las regiones de Persia. 2 En efecto, después de haber entrado en la ciudad llamada Persépolis, intentó saquear el templo y apoderarse de la ciudad. Pero el pueblo se amotinó y se defendió con las armas. Antíoco, derrotado por la gente del país, tuvo que emprender una vergonzosa retirada. 3 Cuando estaba en Ecbátana, recibió la noticia de lo que le había sucedido a Nicanor y a las tropas de Timoteo. 4 Enfurecido a causa de esto, pensaba desquitarse con los judíos de la afrenta que le habían inferido los que le obligaron a emprender la retirada. Entonces ordenó al auriga que condujera el carro sin parar hasta el fin del trayecto. Pero, en realidad, ya era inminente el juicio del Cielo porque él había dicho lleno de arrogancia: «Al llegar allí, haré de Jerusalén un cementerio de judíos». 5 El Señor, que todo lo ve, el Dios de Israel, lo castigó con un mal incurable e invisible. Apenas pronunciadas estas palabras, sintió un intenso dolor intestinal con agudos retorcijones internos. 6 Todo esto era muy justo, porque él había atormentado las entrañas de los demás con tantos y tan refinados suplicios. 7 A pesar de esto, no cedía en lo más mínimo su arrogancia; por el contrario, siempre lleno de soberbia, y exhalando contra los judíos el fuego de su furor, mandaba acelerar la marcha. Pero mientras avanzaba velozmente, se cayó del carro y todos los miembros de su cuerpo quedaron lesionados por la violencia de la caída. 8 Aquel que poco antes, llevado de una jactancia sobrehumana, creía dictar órdenes a las olas del mar y pensaba pesar en la balanza las cimas de los montes, era llevado en camilla, después de haber caído en tierra. Así ponía de manifiesto a los ojos de todos el poder de Dios. 9 Su estado era tal que del cuerpo del impío brotaban los gusanos; estando vivo aún, la carne se le caía a pedazos, en medio de dolores y sufrimientos, y el ejército apenas podía soportar el hedor que emanaba de él. 10 A causa de ese olor insoportable, nadie podía llevar ahora al que poco antes se creía capaz de tocar los astros del cielo. 11 Sólo entonces, en aquel estado de postración, comenzó a ceder en su desmedida soberbia y a entrar en razón, por los dolores que se hacían cada vez más intensos a causa del castigo divino. 12 Como ni él mismo podía soportar su propio hedor, exclamó: «Es justo someterse a Dios y no creerse igual a él, siendo un simple mortal». 13 Aquel malvado rogaba al Soberano, de quien ya no alcanzaría misericordia, prometiendo 14 que declararía libre a la Ciudad santa, a la que antes de había dirigido rápidamente para arrasarla y convertirla en un cementerio; 15 que equipararía con los atenienses a todos aquellos judíos que había considerado dignos, no de una sepultura, sino de ser arrojados, junto con sus hijos, como pasto de las fieras y de las aves de rapiña; 16 que adornaría con los más hermosos presente el Templo santo que antes había saqueado; que devolvería con creces los objetos sagrados y que proveería con sus propios ingresos los fondos necesarios para los sacrificios, 17 y finalmente, que se haría judío y recorrería todos los lugares habitados, proclamando el poder de Dios. 18 Como sus dolores no se calmaban de ninguna forma, porque el justo juicio de Dios se había abatido sobre él, y desesperando de su salud, escribió a los judíos, en tono de súplica, la carta que se transcribe a continuación: 19 «Antíoco, rey y general, saluda a los judíos, ciudadanos respetables, deseándoles felicidad, salud y prosperidad. 20 Si ustedes y sus hijos se encuentran bien y sus asuntos marchan conforme a sus deseos, damos inmensas gracias por eso. 21 En cuanto a mí, que estoy postrado sin fuerzas en mi lecho, conservo un afectuoso recuerdo de ustedes y de sus buenos sentimientos. Cuando regresaba de las regiones de Persia, contraje una penosa enfermedad, y he creído conveniente preocuparme por la seguridad de todos. 22 No es que desespere de mi salud: al contrario, tengo mucha confianza de que podré recuperarme de mi enfermedad. 23 Sin embargo he tenido en cuenta que cuando mi padre emprendió una campaña a las regiones de la meseta, designó a su futuro sucesor. 24 Así, si sucedía algo imprevisto o llegaba una noticia desagradable, los habitantes de las provincias no se perturbarían, sabiendo de antemano a quién quedaba confiado el gobierno. 25 He tenido en cuenta, además, que los soberanos de los países vecinos a mi reino están al acecho, esperando cualquier ocasión favorable. Por eso, he decidido designar rey a mi hijo Antíoco, a quien muchas veces, durante mis campañas a las provincias de la meseta, ya he presentado y recomendado a la mayor parte de ustedes. 26 También a él le he escrito la carta que aquí se adjunta. Y ahora les pido encarecidamente que recuerden mis beneficios públicos y privados, y perseveren en sus buenos sentimientos hacia mí y hacia mi hijo. 27 Porque estoy persuadido de que él seguirá con moderación y humanidad el programa que yo me he trazado, y así se entenderá bien con ustedes». 28 Así murió aquel criminal y blasfemo. Padeciendo los peores sufrimientos, como los había hecho padecer a otros, terminó su vida en un país extranjero, en medio de las montañas y en el más lamentable infortunio. 29 Filipo, su compañero de infancia, conducía el cadáver, pero no fiándose del hijo de Antíoco, se dirigió a Egipto, donde reinaba Tolomeo Filométor.

3° Lectura. Oseas 3

Capítulo 3


El Señor me dijo: «Ve una vez más, y ama a una mujer amada por otro y adúltera, como ama el Señor a los israelitas, mientras ellos se vuelven a otros dioses y aman las tortas de uvas». 2 Yo la compré por quince siclos de plata, y por una carga y media de cebada. 3 Entonces le dije: «Durante mucho tiempo, estarás conmigo; no te prostituirás ni te entregarás a otro hombre. Y yo haré lo mismo contigo». 4 Porque durante mucho tiempo, los israelitas estarán sin rey y sin jefe, sin sacrificio y sin piedra conmemorativa, sin efod y sin ídolos familiares. 5 Después los israelitas volverán y buscarán al Señor, su Dios, y a David, su rey; y acudirán con temor al Señor y a sus bienes, en los días futuros.

2° Lectura. 2° Samuel 23

Capítulo 23
Las últimas palabras de David
Estas son las últimas palabras de David: Oráculo de David, hijo de Jesé, oráculo del hombre elevado a lo alto, el ungido del Dios de Jacob y el cantor de los himnos de Israel. 2 El espíritu del Señor habla por mí y su palabra está en mi lengua; 3 ha hablado el Dios de Jacob, la Roca de Israel me ha dicho: El que gobierna a los hombres con justicia, el que gobierna con temor de Dios 4 es como la luz matinal al salir el sol, en una mañana sin nubes: con ese resplandor, después de la lluvia, brota la hierba de la tierra. 5 Sí, mi casa está firme junto a Dios, porque él estableció por mí una alianza eterna, bien estipulada y garantida. ¿Acaso él no hace germinar lo que me da la victoria y lo que cumple mis deseos? 6 En cuanto a los malvados, son todos como espinas que se tiran y no se las recoge con la mano: 7 el que las toca se arma de un hierro o del asta de una lanza. y allí mismo son consumidas por el fuego. Los Guerreros de David 1 Cro 11.10-41 8 Estos son los nombres de los Guerreros de David: Isbaal, el jacmonita, jefe de los Tres. El empuñó su lanza contra ochocientos hombres y los mató de una sola vez. 9 Después de él, Eleazar, hijo de Dodó, el ajojita, uno de los Tres Valientes. Este estaba con David en Pas Damím, donde los filisteos se habían concentrado para el combate. Los hombres de Israel emprendieron la retirada, 10 pero él resistió e hirió a los filisteos, hasta que se le acalambró la mano y se le quedó pegada a la espada. Aquel día, el Señor alcanzó una gran victoria, y el pueblo se reagrupó detrás de Eleazar, pero sólo para recoger los despojos. 11 Después de él, Samá, hijo de Agué, el jararita. Los filisteos se habían concentrado en Lejí. Allí había una parcela de campo toda sembrada de lentejas, y el ejército huyó delante de los filisteos. 12 Pero él se apostó en medio del campo, lo defendió y derrotó a los filisteos. Así el Señor alcanzó una gran victoria. 13 Tres de los Treinta bajaron juntos, durante el tiempo de la cosecha, y se unieron a David en la cueva de Adulam, mientras un destacamento de los filisteos acampaba en el valle de Refaím. 14 David se encontraba entonces en el refugio, y una guarnición filistea estaba en Belén. 15 David manifestó este deseo: «¡Quién me diera de beber agua del pozo que está junto a la Puerta de Belén!». 16 Los Tres Valientes irrumpieron en el campamento filisteo, sacaron agua del pozo que está junto a la Puerta de Belén, la trajeron y se la presentaron a David. Pero él no quiso beberla y la derramó como libación al Señor, 17 diciendo: «¡Líbreme el Señor de hacer tal cosa! ¡Es la sangre de estos hombres, que han ido allí exponiendo su vida!». Y no quiso beberla. Esto es lo que hicieron los Tres Valientes. 18 Abisai, hermano de Joab, hijo de Seruiá, era jefe de los Treinta. El empuñó su lanza contra trescientos hombres y los mató, ganándose un renombre entre los Treinta. 19 Era el más famoso de ellos, y fue su jefe, pero no llegó a igualar a los Tres. 20 Benaías, hijo de Iehoiadá, era un hombre valiente, rico en hazañas, oriundo de Cabsel. El mató a los dos héroes de Moab, y fue él quien bajó a la cisterna un día de nieve para matar al león. 21 También mató a un egipcio muy corpulento, que tenía en la mano una lanza. El enfrentó al egipcio con un garrote, le arrancó la lanza de la mano y lo mató con su propia lanza. 22 Esto es lo que hizo Benaías, hijo de Iehoiadá, y se ganó un renombre entre los Treinta Guerreros. 23 Fue el más famoso de los Treinta, pero no llegó a igualar a los Tres. David lo incorporó a su guardia personal. 24 Asael, hermano de Joab, era uno de los Treinta, y además, Eljanán, hijo de Dodó, de Belén; 25 Samá, de Jarod; Elicá, de Jarod; 26 Jéles, de Bet Pélet; Irá, hijo de Iqués, de Técoa; 27 Abiezer, de Anatot; Sibecai, de Jusá, 28 Salmón, de Ajoj; Majrai, de Netofá; 29 Jeleb, hijo de Baaná, de Netofá; Itai, hijo de Ribai, de Guibeá de los benjaminitas; 30 Benaías, de Pireatón; Hidai, de los torrentes de Gaas; 31 Abí Albón, de Bet Haarabá; Azmávet, de Bajurím; 32 Eliajbá, de Saalbón; Iasen, de Gizón; Jonatán, 33 hijo de Samá, de Harar; Ajiam, hijo de Sarar, de Harar; 34 Elifélet, hijo de Ajasbai, de Bet Maacá; Eliam, hijo de Ajitófel, de Guiló; 35 Jesrai, de Carmel; Paarai, de Arab; 36 Igal, hijo de Natán, de Sobá; Baní, de Gad; 37 Sélec, el amonita; Najrai, de Beerot, escudero de Joab, hijo de Seruiá; 38 Irá, de Iatir; Gareb, de Iatir; 39 Urías, el hitita. Eran treinta y siete en total.

1° Lectura. Marcos 10: 1-31

Capítulo 10
Después que partió de allí, Jesús fue a la región de Judea y al otro lado del Jordán. Se reunió nuevamente la multitud alrededor de él y, como de costumbre, les estuvo enseñando una vez más. 2 Se acercaron algunos fariseos y, para ponerlo a prueba, le plantearon esta cuestión: «¿Es lícito al hombre divorciarse de su mujer?». 3 El les respondió: «¿Qué es lo que Moisés les ha ordenado?». 4 Ellos dijeron: «Moisés permitió redactar una declaración de divorcio y separarse de ella». 5 Entonces Jesús les respondió: «Si Moisés les dio esta prescripción fue debido a la dureza del corazón de ustedes. 6 Pero desde el principio de la creación, Dios los hizo varón y mujer. 7 Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre. 8 y los dos no serán sino una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne. 9 Que el hombre no separe lo que Dios ha unido». 10 Cuando regresaron a la casa, los discípulos le volvieron a preguntar sobre esto. 11 El les dijo: «El que se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra aquella; 12 y si una mujer se divorcia de su marido y se casa con otro, también comete adulterio». 13 Le trajeron entonces a unos niños para que los tocara, pero los discípulos los reprendieron. 14 Al ver esto, Jesús se enojó y les dijo: «Dejen que los niños se acerquen a mí y no se lo impidan, porque el Reino de Dios pertenece a los que son como ellos. 15 Les aseguro que el que no recibe el Reino de Dios como un niño, no entrará en él». 16 Después los abrazó y los bendijo, imponiéndoles las manos 17 Cuando se puso en camino, un hombre corrió hacia él y, arrodillándose, le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?». 18 Jesús le dijo: «¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno. 19 Tú conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre». 20 El hombre le respondió: «Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud». 21 Jesús lo miró con amor y le dijo: «Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme». 22 El, al oír estas palabras, se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes. 23 Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: «¡Qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios!». 24 Los discípulos se sorprendieron por estas palabras, pero Jesús continuó diciendo: «Hijos míos, ¡Qué difícil es entrar en el Reino de Dios!. 25 Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios». 26 Los discípulos se asombraron aún más y se preguntaban unos a otros: «Entonces, ¿quién podrá salvarse?». 27 Jesús, fijando en ellos su mirada, les dijo: «Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para él todo es posible». 28 Pedro le dijo: «Tú sabes que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido». 29 Jesús respondió: «Les aseguro que el que haya dejado casa, hermanos y hermanas, madre y padre, hijos o campos por mí y por la Buena Noticia, 30 desde ahora, en este mundo, recibirá el ciento por uno en casas, hermanos y hermanas, madres, hijos, campos, en medio de las persecuciones; y en el mundo futuro recibirá la Vida eterna. 31 Muchos de los primeros serán los últimos y los últimos serán los primeros».

lunes, 23 de junio de 2014

4° Lectura. 2° Macabeos 7:18-41

Después de este trajeron al sexto, el cual, estando a punto de morir, dijo: «No te hagas vanas ilusiones, porque nosotros padecemos esto por nuestra propia culpa; por haber pecado contra nuestro Dios, nos han sucedido cosas tan sorprendentes. 19 Pero tú, que te has atrevido a luchar contra Dios, no pienses que vas a quedar impune». 20 Incomparablemente admirable y digna del más glorioso recuerdo fue aquella madre que, viendo morir a sus siete hijos en un solo día, soportó todo valerosamente, gracias a la esperanza que tenía puesta en el Señor. 21 Llena de nobles sentimientos, exhortaba a cada uno de ellos, hablándoles en su lengua materna. Y animando con un ardor varonil sus reflexiones de mujer, les decía: 22 «Yo no sé cómo ustedes aparecieron en mis entrañas; no fui yo la que les dio el espíritu y la vida ni la que ordenó armoniosamente los miembros de su cuerpo. 23 Pero sé que el Creador del universo, el que plasmó al hombre en su nacimiento y determinó el origen de todas las cosas, les devolverá misericordiosamente el espíritu y la vida, ya que ustedes se olvidan ahora de sí mismos por amor de sus leyes». 24 Antíoco pensó que se estaba burlando de él y sospechó que esas palabras eran un insulto. Como aún vivía el más joven, no sólo trataba de convencerlo con palabras, sino que le prometía con juramentos que lo haría rico y feliz, si abandonaba las tradiciones de sus antepasados. Le aseguraba asimismo que lo haría su Amigo y le confiaría altos cargos. 25 Pero como el joven no le hacía ningún caso, el rey hizo llamar a la madre y le pidió que aconsejara a su hijo, a fin de salvarle la vida. 26 Después de mucho insistir, ella accedió a persuadir a su hijo. 27 Entonces, acercándose a él y burlándose del cruel tirano, le dijo en su lengua materna: «Hijo mío, ten compasión de mí, que te llevé nueve meses en mis entrañas, te amamanté durante tres años y te crié y eduqué, dándote el alimento, hasta la edad que ahora tienes. 28 Yo te suplico, hijo mío, que mires al cielo y a la tierra, y al ver todo lo que hay en ellos, reconozcas que Dios lo hizo todo de la nada, y que también el género humano fue hecho de la misma manera. 29 No temas a este verdugo: muéstrate más bien digno de tus hermanos y acepta la muerte, para que yo vuelva a encontrarte con ellos en el tiempo de la misericordia». 30 Apenas ella terminó de hablar, el joven dijo: «¿Qué esperan? Yo no obedezco el decreto del rey, sino las prescripciones de la Ley que fue dada a nuestros padres por medio de Moisés. 31 Y tú, que eres el causante de todas las desgracias de los hebreos, no escaparás de las manos de Dios. 32 Es verdad que nosotros padecemos a causa de nuestros propios pecados; 33 pero si el Señor viviente se ha irritado por un tiempo para castigarnos y corregirnos, él volverá a reconciliarse con sus servidores. 34 Tú, en cambio, el más impío e infame de todos los hombres, no te engrías vanamente ni alientes falsas esperanzas, levantando tu mano contra los hijos del Cielo, 35 porque todavía no has escapado al juicio del Dios todopoderoso que ve todas las cosas. 36 Nuestros hermanos, después de haber soportado un breve tormento, gozan ahora de la vida inagotable, en virtud de la Alianza de Dios. Pero tú, por el justo juicio de Dios, soportarás la pena merecida por tu soberbia. 37 Yo, como mis hermanos, entrego mi cuerpo y mi alma por las leyes de nuestros padres, invocando a Dios para que pronto se muestro propicio con nuestra nación y para que te haga confesar, a fuerza de aflicciones y golpes, que él es el único Dios. 38 ¡Ojalá que se detenga en mí y en mis hermanos la ira del Todopoderoso, justamente desencadenada sobre todo nuestro pueblo! 39 El rey, fuera de sí y exasperado por la burla, se ensañó con es más cruelmente que con los demás. 40 Así murió el último de los jóvenes, de una manera irreprochable y con entera confianza en el Señor. 41 Finalmente murió la madre, después de todos sus hijos. 42 Pero basta con esto para informar acerca de los banquetes rituales y de la magnitud de los suplicios.

3° Lectura. Daniel 10

Capítulo 10
El año tercero de Ciro, rey de Persia, una palabra fue revelada a Daniel, que había recibido el nombre de Beltsasar. Esta palabra es verdadera y se refiere a un gran combate. El prestó atención a la palabra y le fue dada la inteligencia en el transcurso de la visión. 2 En aquellos días, yo, Daniel, estuve de duelo tres semanas enteras: 3 no comí ningún manjar exquisito; ni la carne ni el vino entraron en mi boca, ni me hice ninguna unción, hasta que se cumplieron tres semanas enteras. 4 Y el día veinticuatro del primer mes, yo estaba a orillas del Gran Río, es decir, el Tigris. 5 Alcé mis ojos y vi a un hombre vestido de lino y ceñido con un cinturón de oro fino de Ufaz. 6 Su cuerpo brillaba como el crisólito, su rostro tenía el aspecto del relámpago, sus ojos eran como antorchas de fuego, sus brazos y sus piernas como el fulgor del bronce bruñido, y el sonido de sus palabras como el estruendo de una multitud. 7 Sólo yo, Daniel, veía la aparición; los hombres que estaban conmigo no la vieron, sino que los invadió un gran temor y huyeron a esconderse. 8 Así quedé yo solo contemplando esta gran aparición, y me sentí desfallecer; mi semblante se demudó hasta desfigurarse, y no pude sobreponerme. 9 Yo oí el sonido de sus palabras y, al oírlo, caí en trance con el rostro en tierra. 10 De pronto, una mano me tocó y me hizo poner, temblando, sobre mis rodillas y sobre las palmas de mis manos. 11 Luego me dijo: «Daniel, hombre predilecto, fíjate en las palabras que voy a decirte, y ponte de pie en el lugar donde estás, porque ahora yo he sido enviado a ti». Y mientras medecía estas palabras, yo me puse de pie, temblando. 12 El me dijo: «No temas, Daniel, porque desde el primer día en que te empeñaste en comprender y en humillarte delante de tu Dios, fueron oídas tus palabras, y yo he venido a causa de ellas. 13 El Príncipe del reino de Persia me opuso resistencia durante veintiún días, pero Miguel, uno de los primeros Príncipes, ha venido en mi ayuda. Yo lo dejé allí, junto al Príncipe de los reyes de Persia, 14 y vine para hacerte comprender lo que sucederá a tu pueblo en los días venideros, porque también esta es una visión para aquellos días». 15 Mientras él me dirigía estas palabras, volví mi rostro hacia el suelo y me quedé mudo. 16 De pronto, una figura como la de un hijo de hombre tocó mis labios. Yo abrí mi boca y me puse a hablar, y dije al que estaba de pie frente a mí: «Mi Señor, ante esta aparición, yo me estremecí de dolor y no pude sobreponerme. 17 ¿Y cómo podría este servidor hablar con mi Señor, aquí presente, si ahora me faltan las fuerzas y ya me he quedado sin aliento?». 18 Aquel que parecía un hombre me volvió a tocar y me fortaleció. 19 Luego me dijo: «No temas, hombre predilecto. ¡La paz esté contigo! ¡Sé fuerte y valeroso!». Mientras él me hablaba, recobré las fuerzas y le dije: Que hable mi Señor, ya que me has fortalecido». 20 El respondió: «¿Sabes por qué he venido hasta ti? Ahora vuelvo a combatir contra el Príncipe de Persia, y una vez que haya concluido, vendrá el Príncipe de Javán. 21 Pero yo te voy a indicar lo que está consignado en el Libro de la Verdad. No hay nadie para fortalecerme contra ellos, fuera de Miguel, el Príncipe de ustedes.

2° Lectura. 2° Samuel 16

Capítulo 16
La adhesión de Sibá a David
David acababa de pasar la cumbre, cuando le salió al encuentro Sibá, el servidor de Meribaal, con un par de asnos ensillados y cargados con doscientos panes, cien racimos de pasas de uva, cien frutas frescas y un odre de vino. 2 El rey dijo a Sibá: «¿Qué vas a hacer con eso?». Sibá respondió: «Los asnos servirán de cabalgadura a la familia del rey; el pan y la fruta son para que coman los jóvenes, y el vino, para que beban los que desfallezcan en el desierto». 3 El rey le preguntó: «¿Dónde está el hijo de tu señor?». Sibá respondió al rey: «Se ha quedado en Jerusalén, diciendo: «Hoy la casa de Israel me devolverá el reino de mi padre». 4 El rey dijo a Sibá: «Desde ahora te pertenecen todos los bienes de Meribaal». Sibá respondió: «¡A tus pies! ¡Quiera mi señor, el rey, dispensarme siempre su favor!». David maldecido por Simei 5 Cuando el rey llegaba a Bajurím salió de allí un hombre del mismo clan que la casa de Saúl, llamado Simei, hijo de Guerá. Mientras salía, iba lanzando maldiciones, 6 y arrojaba piedras contra David y contra sus servidores, a pesar de que todo el pueblo y todos los guerreros marchaban a la derecha y a la izquierda del rey. 7 Y al maldecirlo, decía: «¡Fuera, fuera, hombre sanguinario y canalla! 8 El Señor hace recaer sobre ti toda la sangre de la casa de Saúl, a quien tú has usurpado el reino. ¡El Señor ha puesto la realeza en manos de tu hijo Absalón, mientras que tú has caído en desgracia, porque eres un sanguinario!». 9 Abisai, hijo de Seruiá, dijo al rey: «¿Cómo ese perro muerto va a maldecir a mi señor, el rey? ¡Deja que me cruce y le cortaré la cabeza!». 10 Pero el rey replicó: «¿Qué tengo que ver yo con ustedes, hijos de Seruiá? Si él maldice, es porque el Señor le ha dicho: «¡Maldice a David!». ¿Quién podrá entonces reprochárselo?». 11 Luego David dijo a Abisai y a todos sus servidores: «Si un hijo mío, nacido de mis entrañas, quiere quitarme la vida, ¡cuánto más este benjaminita! Déjenlo que maldiga, si así se lo ha dicho el Señor. 12 Quizá el Señor mire con humillación y me devuelve la felicidad, a cambio de esta maldición que hoy recibo de él». 13 David siguió con sus hombres por el camino, mientras Simei iba por la ladera de la montaña, al costo de él; y a medida que avanzaba, profería maldiciones, arrojaba piedras y levantaba polvo. 14 David y su gente llegaron rendidos, y allí retomaron aliento. Absalón en Jerusalén 15 Mientras tanto, Absalón había entrado en Jerusalén con todos los hombres de Israel, y Ajitófel lo acompañaba. 16 Cuando Jusai, el arquita, el amigo de David, llegó a donde estaba Absalón, le dijo: «¡Viva el rey! ¡Viva el rey!». 17 Pero Absalón replicó a Jusai: «¿Esa es tu lealtad hacia tu amigo? ¿Por qué no te has ido con él?». 18 Entonces Jusai dijo a Absalón» «¡No, de ninguna manera! Yo estoy con aquel a quien ha elegido el Señor, y también esta gente y todos los hombres de Israel. ¡Con él me quedaré! 19 Después de todo, ¿a quién voy a servir? ¿No es acaso a su hijo? Como estuve al servicio de tu padre, así te servirá a ti». 20 Luego Absalón dijo a Ajitófel: «¡Deliberen a ver qué nos conviene hacer!». 21 Ajitófel dijo a Absalón: «Unete a las concubinas que dejó tu padre al cuidado de su casa. Así todo Israel sabrá que has roto con tu padre, y tus partidarios se sentirán fortalecidos». 22 Entonces le instalaron a Absalón una carpa en la azotea, y él se unió a las concubinas de su padre, a la vista de todo Israel. 23 En aquella época, se buscaba el consejo de Ajitófel como un oráculo divino: tal era la estima que tenían por sus consejos tanto David como Absalón.

1° Lectura. Marcos 6:30-56

Los Apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. 31 El les dijo: «Vengan ustedes solos a un lugar desierto, para descansar un poco». Porque era tanta la gente que iba y venía, que no tenían tiempo ni para comer. 32 Entonces se fueron solos en la barca a un lugar desierto. 33 Al verlos partir, muchos los reconocieron, y de todas las ciudades acudieron por tierra a aquel lugar y llegaron antes que ellos. 34 Al desembarcar, Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor, y estuvo enseñándoles largo rato. 35 Como se había hecho tarde, sus discípulos se acercaron y le dijeron: «Este es un lugar desierto, y ya es muy tarde. 36 Despide a la gente, para que vaya a las poblaciones cercanas a comprar algo para comer». 37 El respondió: «Denles de comer ustedes mismos». Ellos le dijeron: «Habría que comprar pan por valor de doscientos denarios para dar de comer a todos». 38 Jesús preguntó: «¿Cuántos panes tienen ustedes? Vayan a ver». Después de averiguarlo, dijeron: «Cinco panes y dos pescados». 39 El les ordenó que hicieran sentar a todos en grupos, sobre la hierba verde, 40 y la gente se sentó en grupos de cien y de cincuenta. 41 Entonces él tomó los cinco panes y los dos pescados, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y los fue entregando a sus discípulos para que los distribuyeran. También repartió los dos pescados entre la gente. 42 Todos comieron hasta saciarse, 43 y se recogieron doce canastas llenas de sobras de pan y de restos de pescado. 44 Los que comieron eran cinco mil hombres. 45 En seguida, Jesús obligó a sus discípulos a que subieran a la barca y lo precedieran en la otra orilla, hacia Betsaida, mientras él despedía a la multitud. 46 Una vez que los despidió, se retiró a la montaña para orar. 47 Al caer la tarde, la barca estaba en medio del mar y él permanecía solo en tierra. 48 Al ver que remaban muy penosamente, porque tenían viento en contra, cerca de la madrugada fue hacia ellos caminando sobre el mar, e hizo como si pasara de largo. 49 Ellos, al verlo caminar sobre el mar, pensaron que era un fantasma y se pusieron a gritar, 50 porque todos lo habían visto y estaban sobresaltados. Pero él les habló enseguida y les dijo: «Tranquilícense, soy yo; no teman». 51 Luego subió a la barca con ellos y el viento se calmó. Así llegaron al colmo de su estupor, 52 porque no habían comprendido el milagro de los panes y su mente estaba enceguecida. 53 Después de atravesar el lago, llegaron a Genesaret y atracaron allí. 54 Apenas desembarcaron, la gente reconoció en seguida a Jesús, 55 y comenzaron a recorrer toda la región para llevar en camilla a los enfermos, hasta el lugar donde sabían que él estaba. 56 En todas partes donde entraba, pueblos, ciudades y poblados, ponían a los enfermos en las plazas y le rogaban que los dejara tocar tan sólo los flecos de su manto, y los que lo tocaban quedaban curados.

domingo, 22 de junio de 2014

3° Lectura. Daniel 9

Capítulo 9
El primer año de Darío, hijo de Asuero, de la raza de los medos, que fue constituido rey sobre el reino de los caldeos, 2 el primer año de su reinado, yo, Daniel, investigaba en los Libros el número de años que, según la palabra del Señor al profeta Jeremías, debían cumplirse sobre las ruinas de Jerusalén: eran setenta años. 3 Yo volví mi rostro hacia el Señor Dios para obtener una respuesta, con oraciones y súplicas. 4 Oré al Señor, mi Dios, y le hice esta confesión: «¡Ah, Señor, Dios, el Grande, el Temible, el que mantiene la alianza y la fidelidad con aquellos que lo aman y observan sus mandamientos! 5 Nosotros hemos pecado, hemos faltado, hemos hecho el mal, nos hemos rebelado y nos hemos apartado de tus mandamientos y tus preceptos. 6 No hemos escuchado a tus servidores los profetas, que hablaron en tu Nombre a nuestros reyes, a nuestros jefes, a nuestros padres y a todo el pueblo del país. 7 ¡A ti, Señor, la justicia! A nosotros, en cambio, la vergüenza reflejada en el rostro, como les sucede en este día a los hombres de Judá, a los habitantes de Jerusalén y a todo Israel, a los que están cerca y a los que están lejos, en todos los países adonde tú los expulsaste, a causa de la infidelidad que cometieron contra ti. 8 ¡A nosotros, Señor, la vergüenza reflejada en el rostro, y también a nuestros reyes, a nuestros jefes y a nuestros padres, porque hemos pecado contra ti! 9 ¡Al Señor, nuestro Dios, la misericordia y el perdón, porque nos hemos rebelado contra él! 10 Nosotros no hemos escuchado la voz del Señor, nuestro Dios, para seguir sus leyes, que él puso delante de nosotros por medio de sus servidores los profetas. 11 Todo Israel ha transgredido tu Ley y se ha apartado para no escuchar tu voz. Entonces se descargaron sobre nosotros la imprecación y el juramento que están escritos en la Ley de Moisés, servidor de Dios, porque nosotros pecamos contra el Señor. 12 Y él cumplió la palabra que había pronunciado contra nosotros y contra los jueces que nos juzgaban, haciendo recaer sobre nosotros una gran desgracia, porque nunca ha sucedido bajo el cielo lo que sucedió en Jerusalén. 13 Toda esa desgracia nos sobrevino según lo que está escrito en la Ley de Moisés. Pero nosotros no hemos aplacado la ira del Señor, nuestro Dios, convirtiéndonos de nuestra iniquidad y reconociendo tu fidelidad. 14 El Señor estuvo atento a estas calamidades y las descargó sobre nosotros, porque el Señor, nuestro Dios, es justo en todas las obras que hizo; pero nosotros no hemos escuchado su voz. 15 Y ahora, Señor, Dios nuestro, que hiciste salir a tu pueblo del país de Egipto con mano poderosa, y así te ganaste un renombre que perdura hasta el día de hoy, nosotros hemos pecado y hemos hecho el mal. 16 Señor, por todas tus obras de justicia, que tu ira y tu furor se aparten de tu Ciudad, de Jerusalén, tu santa Montaña. Porque a causa de nuestros pecados y de las iniquidades de nuestros padres, Jerusalén y tu pueblo son el escarnio de todos los que nos rodean. 17 Y ahora, Dios nuestro, escucha la oración y las súplicas de tu servidor, y a causa de ti mismo, Señor, que brille tu rostro sobre tu Santuario desolado. 18 Inclina tu oído, Dios mío, y escucha; abre tus ojos y mira nuestras ruinas y la ciudad que es llamada con tu Nombre, porque no presentamos nuestras súplicas delante de ti a causa de nuestros actos de justicia, sino a causa de tu gran misericordia. 19 ¡Señor, escucha! ¡Señor, perdona! ¡Señor, presta atención y obra! ¡No tardes más, a causa de ti, Dios mío, porque tu Ciudad y tu pueblo son llamados con tu Nombre!». 20 Yo hablaba todavía, orando y confesando mi pecado y el pecado de mi pueblo Israel, y presentando mi súplica delante del Señor, mi Dios, en favor de la Montaña santa de mi Dios; 21 yo hablaba todavía en oración, cuando Gabriel, ese hombre al que había visto al comienzo en la visión, se acercó a mí en rápido vuelo, a la hora de la oblación de la tarde. 22 El me instruyó y me habló, diciendo: «Daniel, yo he salido para abrirte la inteligencia. 23 Cuando tú comenzabas tus súplicas, salió una palabra, y yo he venido a anunciártela, porque tú eres objeto de predilección. Discierne la palabra y entiende la visión. 24 Setenta semanas han sido fijadas sobre tu pueblo y tu Ciudad santa, para poner fin a la transgresión, para sellar el pecado, para expiar la iniquidad, para instaurar la justicia eterna, para sellar la visión y al profeta, y para ungir el Santo de los santos. 25 Tienes que saber y comprender esto:Desde que salió la orden de reconstruir a Jerusalén, hasta que aparezca un Jefe ungido, pasarán siete semanas;luego, durante sesenta y dos semanas, ella será reconstruida con la plaza y el foso, pero en tiempos de angustia. 26 Y después de las sesenta y dos semanas, será suprimido un ungido inocente; en la Ciudad y en el Lugar santo, hará estragos el pueblo de un jefe invasor; pero su fin sobrevendrá en un cataclismo, y hasta el fin habrá guerra y las devastaciones decretadas. 27 El impondrá una alianza a muchos durante una semana; y durante la mitad de la semana hará cesar el sacrificio y la oblación. Y sobre un ala del Templo estará la Abominación de la desolación, hasta que el exterminio decretado se derrame sobre el devastador».

2° Lectura. 2° Samuel 15

Capítulo 15
Las intrigas de Absalón
Después de esto, Absalón se consiguió un carro de guerra, caballos y cincuenta hombres que corrían delante de él. 2 Se levantaba temprano, se paraba junto al camino de la Puerta, y a todo el que iba a presentar un pleito al rey, en demanda de justicia, Absalón lo llamaba y le preguntaba: «¿De qué ciudad eres tú?». Y cuando el hombre respondía: «Tu servidor es de tal tribu de Israel», 3 él le decía: «Mira, tus razones son buenas y justas, pero no habrá quien te escuche en el tribunal del rey». 4 Luego añadía: «¡Ah, si me constituyeran juez en el país! ¡Acudirían a mí todos los que tienen un pleito o un juicio, y yo les haría justicia!». 5 Y cuando alguien se acercaba para postrarse ante él, le tendía la mano, lo abrazaba y lo besaba. 6 Así procedía Absalón con todo Israel, cuando acudían al rey en demanda de justicia, y de esta manera se conquistaba el afecto de los israelitas. La revuelta de Absalón 7 Al cabo de cuatro años, Absalón dijo al rey: «Por favor, déjame ir a Hebrón para cumplir el voto que hice al Señor. 8 Porque mientras estaba en Guesur de Aram, tu servidor pronunció este voto: «Si el Señor me hace volver a Jerusalén, iré a rendirle culto en Hebrón». 9 El rey le respondió: «Vete en paz». Y él partió en seguida para Hebrón. 10 Mientras tanto, Absalón había enviado emisarios por todas las tribus de Israel, con esta consigna: «Apenas oigan el toque de la trompeta, ustedes dirán: «¡Absalón es rey en Hebrón!». 11 Junto con Absalón partieron de Jerusalén doscientos hombres, invitados por él, que iban con toda inocencia, sin sospechar nada del asunto. 12 Además, Absalón hizo venir de Guiló, su ciudad, a Ajitófel, el guilonita, consejero de David, y este lo acompañó mientras ofrecía los sacrificios. La conjuración fue tomando fuerza, y los secuaces de Absalón eran cada vez más numerosos. La huida de David 13 Cuando David recibió esta noticia: «Todos los hombres de Israel están de parte de Absalón», 14 dijo a todos sus servidores que estaban con él en Jerusalén: «¡Rápido huyamos! Si Absalón se nos pone delante, no tendremos escapatoria. ¡Apúrense a partir, no sea que él nos sorprenda, que precipite la desgracia sobre nosotros y pase la ciudad al filo de la espada!». 15 Sus servidores le respondieron: «¡A las órdenes del rey, para todo lo que él decida!». 16 Entonces el rey salió a pie con toda su familia, pero dejó a diez de sus concubinas para cuidar la casa. 17 Detrás del rey salió todo el pueblo, y se detuvieron junto a la última casa. 18 Todos sus servidores marchaban a su lado, mientras que los quereteos, los peleteos y los de Gat –los seiscientos hombres que lo habían seguido desde Gat– desfilaban delante de él. 19 El rey dijo a Itai, el de Gat: «¿Por qué vienes tú con nosotros? Vuelve y quédate con el otro rey, ya que eres extranjero y, además de eso, un exiliado de tu patria. 20 Llegaste apenas ayer, ¿Y hoy te haré ir de aquí para allá con nosotros, mientras yo mismo marcho a la ventura? No, regresa y llévate contigo a tus hermanos. ¡Que el Señor sea bondadoso y fiel contigo!». 21 Pero Itai respondió al rey: «¡Por la vida del Señor y por tu propia vida, allí donde esté mi señor, el rey, allí estará tu servidor, en la muerte y en la vida!». 22 Entonces David dijo a Itai: «Está bien, sigue adelante». Así pasó Itai, el de Gat, con todos los hombres y los niños que estaban con él. 23 Todo el mundo lloraba a gritos, mientras el pueblo iba avanzando. El rey permanecía de pie en el torrente Cedrón, y todo el pueblo desfilaba ante él en dirección al desierto. El Arca de la Alianza llevada de vuelta a Jerusalén 24 Allí estaba también Sadoc, con todos los levitas que transportaban el Arca de Dios. Ellos depositaron el Arca de Dios junto a Abiatar, hasta que todo el pueblo terminó de salir de la ciudad. 25 Pero el rey dijo a Sadoc: «Lleva de nuevo el Arca de Dios a la ciudad. Si el Señor me mira favorablemente, me hará volver a ver el Arca y su morada. 26 Y si dice: «No me complazco en ti», aquí me tiene: ¡que haga conmigo lo que más le agrade!». 27 Y el rey siguió diciendo al sacerdote Sadoc: «Mira, tú y Abiatar vuelvan en paz a la ciudad, y lleven con ustedes a sus dos hijos, a tu hijo Ajimáas y a Jonatán, el hijo de Abiatar. 28 Yo me voy a demorar en los pasos del desierto, hasta que reciba noticias de ustedes». 29 Entonces Sadoc y Abiatar llevaron de vuelta el Arca de Dios a Jerusalén, y permanecieron allí. Jusai, espía de David 30 David subía la cuesta de los Olivos; iba llorando, con la cabeza cubierta y los pies descalzos. Todo el pueblo que lo acompañaba también llevaba la cabeza cubierta, y lloraba mientras subía. 31 Entonces informaron a David: «Ajitófel está con Absalón entre los conjurados». Y él exclamó: «¡Entorpece, Señor, los consejos de Ajitófel!». 32 Cuando David llegaba a la cumbre, allí donde se adora a Dios, le salió al encuentro Jusai, el arquita, amigo de David, con la túnica hecha jirones y la cabeza cubierta de polvo. 33 David le dijo: «Si sigues adelante conmigo, serás para mí una carga. 34 En cambio, si vuelves a la ciudad y le dices a Absalón: «Rey, yo seré tu servidor; antes servía a tu padre pero ahora te serviré a ti», entonces podrás desbaratar en beneficio mío los planes de Ajitófel. 35 Allí estarán contigo los sacerdotes Sadoc y Abiatar. Todo lo que oigas en la casa del rey se lo comunicarás a ellos. 36 Allí están con ellos sus dos hijos, Ajimáas, el de Sadoc, y Jonatán, el de Abiatar: por medio de ellos me comunicarán todo lo que oigan». 37 Jusai, el amigo de David, llegó a la ciudad al mismo tiempo que Absalón entraba en Jerusalén.

1° Lectura. Marcos 6:1-29

Capítulo 6
Jesús salió de allí y se dirigió a su pueblo, seguido de sus discípulos. 2 Cuando llegó el sábado, comenzó a enseñar en la sinagoga, y la multitud que lo escuchaba estaba asombrada y decía: «¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada y esos grandes milagros que se realizan por sus manos? 3 ¿No es acaso el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanos no viven aquí entre nosotros?». Y Jesús era para ellos un motivo de escándalo. 4 Por eso les dijo: «Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y en su casa». 5 Y no pudo hacer allí ningún milagro, fuera de curar a unos pocos enfermos, imponiéndoles las manos. 6 Y él se asombraba de su falta de fe. Jesús recorría las poblaciones de los alrededores, enseñando a la gente. 7 Entonces llamó a los Doce y los envió de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus impuros. 8 Y les ordenó que no llevaran para el camino más que un bastón; ni pan, ni alforja, ni dinero; 9 que fueran calzados con sandalias y que no tuvieran dos túnicas. 10 Les dijo: «Permanezcan en la casa donde les den alojamiento hasta el momento de partir. 11 Si no los reciben en un lugar y la gente no los escucha, al salir de allí, sacudan hasta el polvo de sus pies, en testimonio contra ellos». 12 Entonces fueron a predicar, exhortando a la conversión; 13 expulsaron a muchos demonios y curaron a numerosos enfermos, ungiéndolos con óleo. 14 El rey Herodes oyó hablar de Jesús, porque su fama se había extendido por todas partes. Algunos decían: «Juan el Bautista ha resucitado, y por eso se manifiestan en él poderes milagrosos:. 15 Otros afirmaban: «Es Elías». Y otros: «Es un profeta como los antiguos». 16 Pero Herodes, al oír todo esto, decía: «Este hombre es Juan, a quien yo mandé decapitar y que ha resucitado». 17 Herodes, en efecto, había hecho arrestar y encarcelar a Juan a causa de Herodías, la mujer de su hermano Felipe, con la que se había casado. 18 Porque Juan decía a Herodes: «No te es lícito tener a la mujer de tu hermano». 19 Herodías odiaba a Juan e intentaba matarlo, pero no podía, 20 porque Herodes lo respetaba, sabiendo que era un hombre justo y santo, y lo protegía. 21 Un día se presentó la ocasión favorable. Herodes festejaba su cumpleaños, ofreciendo un banquete a sus dignatarios, a sus oficiales y a los notables de Galilea. 22 La hija de Herodías salió a bailar, y agradó tanto a Herodes y a sus convidados, que el rey dijo a la joven: «Pídeme lo que quieras y te lo daré». 23 Y le aseguró bajo juramento: «Te daré cualquier cosa que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino». 24 Ella fue a preguntar a su madre: «¿Qué debo pedirle?». «La cabeza de Juan el Bautista», respondió esta. 25 La joven volvió rápidamente adonde estaba el rey y le hizo este pedido: «Quiero que me traigas ahora mismo, sobre una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista». 26 El rey se entristeció mucho, pero a causa de su juramento, y por los convidados, no quiso contrariarla. 27 En seguida mandó a un guardia que trajera la cabeza de Juan. 28 El guardia fue a la cárcel y le cortó la cabeza. Después la trajo sobre una bandeja, la entregó a la joven y esta se la dio a su madre. 29 Cuando los discípulos de Juan lo supieron, fueron a recoger el cadáver y lo sepultaron.

lunes, 16 de junio de 2014

3° Lectura. Daniel 3

Capítulo 3
El rey Nabucodonosor hizo una estatua de oro, de treinta metros de alto y tres de ancho, y la erigió en la llanura de Dura, en la provincia de Babilonia. 2 Luego mandó reunir a los sátrapas, prefectos, gobernadores, consejeros, tesoreros, juristas, magistrados y a todos los jefes de provincia, para que asistieran a la dedicación de la estatua que había erigido el rey Nabucodonosor. 3 Entonces se reunieron los sátrapas, prefectos, gobernadores, consejeros, tesoreros, juristas, magistrados y todos los jefes de provincia, para la dedicación de la estatua que había erigido el rey Nabucodonosor. Y se pusieron de pie ante la estatua erigida por el rey. 4 El heraldo proclamó con fuerza: «A todos ustedes, pueblos, naciones y lenguas, se les ordena lo siguiente: 5 Apenas escuchen el sonido de la trompeta, el pífano, la cítara, la sambuca, el laúd, la cornamusa y de todo clase de instrumentos, ustedes deberán postrarse y adorar la estatua de oro que ha erigido el rey Nabucodonosor. 6 El que no se postre para adorarla será arrojado inmediatamente dentro de un horno de fuego ardiente». 7 Por tal motivo, apenas todos los pueblos oyeron el sonido de la trompeta, el pífano, la cítara, la sambuca, el laúd, la cornamusa y de toda clase de instrumentos, todos los pueblos, naciones y lenguas se postraron para adorar la estatua de oro que había erigido el rey Nabucodonosor. 8 En ese mismo momento, se acercaron unos caldeos y acusaron a los judíos. 9 Tomando la palabra, dijeron al rey Nabucodonosor: «¡Viva el rey eternamente! 10 Tú, rey, has ordenado que todo el que oiga el sonido de la trompeta, el pífano, la cítara, la sambuca, el laúd, la cornamusa y de toda clase de instrumentos, tiene que postrarse y adorar la estatua de oro; 11 y que todo el que no se postre para adorarla, debe ser arrojado dentro de un horno de fuego ardiente. 12 Pero hay unos judíos, Sadrac, Mesac y Abed Negó, a quienes tú has encomendado la administración de la provincia de Babilonia: esos hombres no te han hecho caso, rey; ellos no sirven a tus dioses ni adoran la estatua de oro que tú has erigido». 13 Entonces Nabucodonosor, lleno de indignación y de furor, mandó traer a Sadrac, Mesac y Abed Negó. Cuando esos hombres fueron traídos ante la presencia del rey, 14 Nabucodonosor tomó la palabra y les dijo: «¿Es verdad Sadrac, Mesac y Abed Negó, que ustedes no sirven a mis dioses y no adoran la estatua de oro que yo erigí? 15 ¿Están dispuestos ahora, apenas oigan el sonido de la trompeta, el pífano, la cítara, la sambuca, el laúd, la cornamusa y de toda clase de instrumentos, a postrarse y adorar la estatua que yo hice? Porque si ustedes no la adoran, serán arrojados inmediatamente dentro de un horno de fuego ardiente. ¿Y qué Dios podrá salvarlos de mi mano?». 16 Sadrac, Mesac y Abed Negó respondieron al rey Nabucodonosor, diciendo: «No tenemos necesidad de darte una respuesta acerca de este asunto. 17 Nuestro Dios, a quien servimos, puede salvarnos del horno de fuego ardiente y nos librará de tus manos. 18 Y aunque no lo haga, ten por sabido, rey, que nosotros no serviremos a tus dioses ni adoraremos la estatua de oro que tú has erigido». 19 Nabucodonosor se llenó de furor y la expresión de su rostro se alteró frente a Sadrac, Mesac y Abed Negó. El rey tomó la palabra y ordenó activar el horno siete veces más de lo habitual. 20 Luego ordenó a los hombres más fuertes de su ejército que ataran a Sadrac, Mesac y Abed Negó, para arrojarlos en el horno de fuego ardiente. 21 Entonces estos tres, con sus mantos, sus calzados, sus gorros y toda su ropa, fueron atados y arrojados dentro del horno ardiente. 22 Como la orden del rey era perentoria y el horno estaba muy encendido, la llamarada mató a los hombres que habían llevado a Sadrac, Mesac y Abed Negó. 23 En cuanto a estos tres, Sadrac, Mesac y Abed Negó, cayeron atados dentro del horno de fuego ardiente. 24 El rey Nabucodonosor quedó estupefacto y se levantó rápidamente. Y tomando la palabra, dijo a sus cortesanos: «¿No eran tres los hombres que fueron atados y arrojados dentro del fuego?». Ellos le respondieron, diciendo: «Así es, rey». 25 El replicó: «Sin embargo, yo veo cuatro hombres que caminan libremente por el fuego sin sufrir ningún daño, y el aspecto del cuarto se asemeja a un hijo de los dioses». 26 Entonces Nabucodonosor se acercó a la puerta del horno de fuego ardiente y, tomando la palabra, dijo: «Sadrac, Mesac y Abed Negó, servidores del Dios altísimo, salgan y vengan». Y Sadrac, Mesac y Abed Negó salieron de en medio del fuego. 27 Una vez reunidos los prefectos, los gobernadores y los cortesanos del rey, comprobaron que el fuego no había tenido poder sobre el cuerpo de aquellos hombres, que sus cabellos no se habían quemado, que sus mantos estaban intactos y que ni siquiera el olor del fuego se había adherido a ellos. 28 Nabucodonosor tomó la palabra y dijo: «Bendito sea el Dios de Sadrac, Mesac y Abed Negó, porque ha enviado a su Angel y ha salvado a sus servidores, que confiaron en él y, quebrantando la orden del rey, entregaron su cuerpo antes que servir y adorar a cualquier otro dios que no fuera su Dios. 29 Por eso, yo doy este decreto: «Todo pueblo, nación o lengua que hable irreverentemente contra el Dios de Sadrac, Mesac y Abed Negó, será cortado en pedazos y su casa quedará reducida a un basural, porque no hay otro dios que pueda librar de esa manera». 30 Entonces Nabucodonosor hizo prosperar a Sadrac, Mesac y Abed Negó en la provincia de Babilonia. 31 «El rey Nabucodonosor, a todos los pueblos, naciones y lenguas que habitan sobre toda la tierra: ¡Tengan ustedes paz en abundancia! 32 Me ha parecido bien publicar los signos y prodigios que ha realizado en mi favor el Dios Altísimo: 33 ¡Qué grandes son sus signos! ¡Qué poderosos sus prodigios! ¡Su reino es un reino eterno y su dominio dura de generación en generación!

2° Lectura. 2° Samuel 6

Capítulo 6
El traslado del Arca de la Alianza a Jerusalén
L1 David reunió nuevamente a lo más selecto de Israel –treinta mil hombres– 2 y con todo el pueblo que lo acompañaba se dirigió hacia Baalá de Judá, para subir de allí el Arca de Dios, la cual es llamada con el Nombre, el nombre del Señor de los ejércitos, que tiene su trono sobre los querubines. 3 Luego cargaron el Arca de Dios en un carro nuevo y se la llevaron de la casa de Abinadab, que está sobre la colina. Uzá y Ajió, los hijos de Abinadab, conducían el carro. 4 Uzá iba al lado del Arca, y Ajió avanzaba delante de ella. 5 Mientras tanto, David y toda la casa de Israel hacían grandes festejos en honor del Señor, cantando al son de cítaras, arpas, tamboriles, címbalos y platillos. 6 Cuando llegaron a la era de Nacón, Uzá extendió su mano hacia el Arca de Dios y la sostuvo, porque los bueyes habían resbalado. 7 Entonces la ira del Señor se encendió contra Uzá, y Dios lo hirió allí mismo por ese error. Así el murió junto al Arca de Dios. 8 David se conmovió, porque el Señor había acometido contra Uzá, y aquel lugar se llamó Peres Uzá –que significa "Brecha de Uzá"– hasta el día de hoy. 9 Aquel día, David tuvo miedo del Señor y dijo: «¿Cómo va a entrar en mi casa el Arca del Señor?». 10 Y no quiso trasladar el Arca del Señor a su casa, a la Ciudad de David, sino que mandó que la llevaran a la casa de Obededom de Gat. 11 El Arca del Señor permaneció tres meses en la casa de Obededom de Gat, y el Señor bendijo a Obededom y a toda su familia. 12 Cuando informaron a David: «El Señor ha bendecido a la familia de Obededom y todos sus bienes a causa del Arca de Dios», David partió e hizo subir el Arca de Dios desde la casa de Obededom a la Ciudad de David, con gran alegría. 13 Los que transportaban el Arca del Señor avanzaron seis pasos, y él sacrificó un buey un ternero cebado. 14 David, que sólo llevaba ceñido un efod de lino, iba danzando con todas sus fuerzas delante del Señor. 15 Así, David y toda la casa de Israel subieron el Arca del Señor en medio de aclamaciones y al sonido de trompetas. 16 Mientras el Arca del Señor entraba en la Ciudad de David, Mical, la hija de Saúl, se asomó por la ventana. Y al ver al rey David que saltaba y danzaba delante del Señor, lo despreció en su corazón. 17 Luego introdujeron el Arca del Señor y la instalaron en su sitio, en medio de la carpa que David había levantado para ella, y David ofreció holocaustos y sacrificios de comunión delante del Señor. 18 Cuando David terminó de ofrecer el holocausto y los sacrificios de comunión, bendijo al pueblo en nombre del Señor de los ejércitos. 19 Después repartió a todo el pueblo, a toda la multitud de Israel, hombres y mujeres, una hogaza de pan, un pastel de dátiles y uno de pasas de uva por persona. Luego todo el pueblo se fue, cada uno a su casa. 20 Cuando David se volvía para bendecir a su casa, le salió al encuentro Mical, la hija de Saúl, y le dijo: «¡Hoy sí que se ha lucido el rey de Israel, mostrándose desnudo a la vista de las esclavas de sus servidores, como se desnudaría un inútil cualquiera!». 21 Pero David replicó a Mical: «Lo hice delante del Señor, que me eligió en lugar de tu padre y de toda su casa, para constituirme jefe del pueblo del Señor, de Israel. He bailado ante el Señor, 22 y me humillaré todavía más, envileciéndome así a tus ojos. En cambio, esas esclavas de que hablas, ellas sí me considerarán digno de honra». 23 Y Mical, hija de Saúl, no tuvo hijos hasta el día de su muerte.

1° Lectura. Marcos 3:1-19

Capítulo 3
Jesús entró nuevamente en una sinagoga, y había allí un hombre que tenía una mano paralizada. 2 Los fariseos observaban atentamente a Jesús para ver si lo curaba en sábado, con el fin de acusarlo. 3 Jesús dijo al hombre de la mano paralizada: «Ven y colócate aquí delante». 4 Y les dijo: «¿Está permitido en sábado hacer el bien o el mal, salvar una vida o perderla?». Pero ellos callaron. 5 Entonces, dirigiendo sobre ellos una mirada llena de indignación y apenado por la dureza de sus corazones, dijo al hombre: «Extiende tu mano». El la extendió y su mano quedó curada. 6 Los fariseos salieron y se confabularon con los herodianos para buscar la forma de acabar con él. 7 Jesús se retiró con sus discípulos a la orilla del mar, y lo siguió mucha gente de Galilea. 8 Al enterarse de lo que hacía, también fue a su encuentro una gran multitud de Judea, de Jerusalén, de Idumea, de la Transjordania y de la región de Tiro y Sidón. 9 Entonces mandó a sus discípulos que le prepararan una barca, para que la muchedumbre no lo apretujara. 10 Porque, como curaba a muchos, todos los que padecían algún mal se arrojaban sobre él para tocarlo. 11 Y los espíritus impuros, apenas lo veían, se tiraban a sus pies, gritando: «¡Tú eres el Hijo de Dios!». 12 Pero Jesús les ordenaba terminantemente que no lo pusieran de manifiesto. 13 Después subió a la montaña y llamó a su lado a los que quiso. Ellos fueron hacia él, 14 y Jesús instituyó a doce para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar 15 con el poder de expulsar a los demonios. 16 Así instituyó a los Doce: Simón, al que puso el sobrenombre de Pedro; 17 Santiago, hijo de Zebedeo, y Juan, hermano de Santiago, a los que dio el nombre de Boanerges, es decir, hijos del trueno; 18 luego, Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago, hijo de Alfeo, Tadeo, Simón, el Cananeo, 19 y Judas Iscariote, el mismo que lo entregó.

domingo, 15 de junio de 2014

4° Lectura. 2° Macabeos 5:11-27

Cuando el rey se enteró de lo ocurrido, llegó a la conclusión de que Judea tramaba su independencia. Entonces, volvió de Egipto, enfurecido como una fiera, tomó la ciudad por las armas, 12 y mandó a los soldados que hirieran sin compasión a todos los que cayeran en sus manos y degollaran a los que intentaran refugiarse en las casas. 13 Fue una verdadera matanza de jóvenes y ancianos, una masacre de muchachos, mujeres y niños, una carnicería de muchachas y niños de pecho. 14 En sólo tres días hubo ochenta mil víctimas: cuarenta mil fueron muertos y otros tantos vendidos como esclavos. 15 No contento con esto, Antíoco tuvo la osadía de entrar en el Templo más santo de toda la tierra, llevando como guía a Menelao, el traidor de las leyes y de la patria. 16 Con sus manos impuras tomó los objetos sagrados, y arrebató con manos sacrílegas los presentes hechos por otros reyes para realzar la gloria y el honor de ese Lugar. 17 El se engreía porque no tenía en cuenta que el Señor se había irritado por poco tiempo a causa de los pecados cometidos por los habitantes de la ciudad, y por eso había apartado su mirada del Lugar. 18 Si ellos no se hubieran dejado dominar por tantos pecados, también Antíoco habría sido golpeado y hecho desistir de su atrevimiento apenas ingresó en el Santuario, como lo había sido Heliodoro cuando fue enviado por el rey Seleuco para inspeccionar el Tesoro. 19 Pero el Señor no eligió al pueblo a causa del pueblo. 20 Por eso, el mismo Lugar, después de haber participado de las desgracias del pueblo, también participó de su restauración y, habiendo sido abandonado en el tiempo de la ira del Todopoderoso, fue de nuevo restaurado con toda su gloria, cuando el gran Soberano se reconcilió con él. 21 Antíoco, después de haber sacado del Templo mil ochocientos talentos, partió en seguida para Antioquía, creyendo presuntuosamente que era capaz de navegar por la tierra y caminar por el mar: tal era la arrogancia de su corazón. 22 Pero antes, dejó prefectos para que hicieran daño al pueblo. En Jerusalén, dejó a Filipo, de origen frigio, un hombre de costumbres más bárbaras que el que lo había designado; 23 en el monte Garizim, dejó a Andrónico, y además de estos, a Menelao, que superaba a todos los otros en maldad, por el odio que tenía a sus compatriotas judíos. 24 Antíoco envió a Apolonio, jefe de los mercenarios de Misia, con un ejército de veintidós mil soldados, dándole la orden de degollar a todos los hombres adultos y de vender a las mujeres y a los niños. 25 Una vez que Apolonio llegó a Jerusalén, fingiendo que venía en sonde paz, esperó hasta el santo día del sábado. Y mientras los judíos observaban el descanso, mandó a sus tropas que hicieran un desfile militar. 26 Entonces hizo pasar al filo de la espada a todos los que habían salido a ver el espectáculo. Luego de una batida por la ciudad con los soldados armados y mató a una gran muchedumbre. 27 Mientras tanto, Judas, llamado el Macabeo, formó un grupo de unos diez hombres y se retiró al desierto. Allí vivía entre las montañas con sus compañeros, como las fieras salvajes, sin comer nada más que hierbas, para no incurrir en ninguna impureza.