viernes, 4 de abril de 2014

2° Lectura. Deuteronomio 1-2

Capítulo 1
Ubicación geográfica del discurso
Estas son las palabras que Moisés dirigió a todo Israel al otro lado del Jordán, en el desierto, en la Arabá. frente a Suf, entre Parán, Tofel y Labán, Jaserot y Dizahab. 2 –Desde el Horeb hasta Cades Barné, hay once días de camino por las montañas del Seír–. 3 En el cuadragésimo año, el primer día del undécimo mes, Moisés habló a los israelitas, como el Señor se lo habla ordenado. 4 Después de haber derrotado a Sijón, rey de los amorreos que residía en Jesbón, y a Og, rey de Basán, que residía en Astarot y Edrei. 5 Al otro lado del Jordán, en territorio de Moab, Moisés comenzó a exponer esta Ley, diciendo. Mirada histórica retrospectiva: la partida del Horeb 6 El Señor, nuestro Dios, nos habló en el Horeb en estos términos. Ya han estado bastante tiempo en esta montaña. 7 Den vuelta y pónganse en camino, para ir a la montaña de los amorreos y a todas las regiones vecinas: la Montaña, la Sefelá, el Négueb y la costa marítima –es decir la tierra del Canaán– y el Líbano, hasta el Gran Río, el río, el río Eufrates. 8 Yo pongo el país delante de ustedes: vayan a tomar posesión de la tierra que el Señor juró dar a sus padres. a Abraham, a Isaac y a Jacob, y a sus descendientes después de ellos.

 La institución de los jueces 9 En aquel tiempo, yo les dije: «Yo solo no puedo hacerme cargo de todos ustedes». 10 El Señor, su Dios, los ha multiplicado de tal manera, que hoy ustedes son numerosos como las estrellas del cielo. 11 ¡Qué el Señor, el Dios de sus padres, los haga aún mil veces más numerosos y los bendiga, como lo ha prometido! 12 ¿Cómo podré, entonces, cargar yo solo con el peso de todos ustedes y ocuparme también de sus litigios? 13 Designen para cada una de sus tribus a hombres sabios, prudentes y experimentados. y yo los pondré al frente de ustedes». 14 Ustedes me respondieron: «Tu propuesta nos parece buena». 15 Entonces tomé de entre los jefes de las tribus a unos hombres sabios y experimentados y los puse al frente de ustedes como jefes de mil, de cien, de cincuenta y de diez hombres, y como escribas para las tribus. 16 Al mismo tiempo, di esta orden a los jueces: «Escuchen a sus hermanos y hagan justicia, cuando tengan un pleito entre ellos o con un extranjero. 17 No sean parciales en los juicios: escuchen a los humildes lo mismo que a los poderosos. No se dejen intimidar por nadie, porque el juicio pertenece a Dios. Y cuando se les presente un caso demasiado difícil, diríjanse a mí, para que yo lo resuelva». 18 Así les indiqué aquella vez todo lo que ustedes debían hacer.

 La llegada a Cades Barné 19 Después partimos del Horeb, y comenzamos a recorrer el desierto inmenso y temible que ustedes han visto. Ibamos hacia la montaña de los amorreos, como el Señor, nuestro Dios, nos lo había ordenado, y llegamos a Cades Barné. La exploración de Canaán 20 Entonces yo les dije: «Ya han llegado a la montaña de los amorreos, que nos da el Señor. nuestro Dios. 21 El Señor, tu Dios, pone este país delante de ustedes: sube a tomar posesión de él, según te lo ha dicho el Señor, el Dios de tus padres. No temas ni te acobardes». 22 Pero ustedes se acercaron a mí para decirme: «Enviemos delante de nosotros algunos hombres para que exploren la región y nos informen sobre el camino que debemos tomar y sobre las ciudades a las que debemos entrar». 23 La idea me pareció buena, y yo designé a doce de ustedes, uno por cada tribu. 24 Ellos se dirigieron hacia la región montañosa y llegaron al valle de Escol. Después de haber inspeccionado la montaña. 25 Regresaron trayendo en sus manos frutos de esa región, y nos presentaron este informe: «La tierra que nos da el Señor, nuestro Dios, es excelente». El temor y la protesta de los israelitas 26 Pero ustedes se negaron a subir y se rebelaron contra la orden del Señor, su Dios. 27 Se pusieron a murmurar en sus carpas, diciendo: «El Señor nos aborrece; por eso nos hizo salir de Egipto para entregarnos a los amorreos y destruirnos. 28 ¿Adónde iremos? Nuestros hermanos nos dejaron sin aliento, cuando nos dijeron: «Son gente más grande y más alta que nosotros; las ciudades son enormes y están provistas de murallas que se elevan hasta el cielo. Allí vimos también a los anaquitas». La exhortación de Moisés a confiar en el Señor 29 Entonces yo les dije: «No se acobarden ni les tengan miedo. 30 El Señor, su Dios, que va delante de ustedes, combatirá por ustedes, como lo hizo en Egipto ante sus propios ojos. 31 Y también en el desierto. donde tú viste que el Señor, tu Dios, te conducía como un padre conduce a su hijo, a lo largo de todo el camino que recorriste hasta llegar a este lugar». 32 Y a pesar de todo, ustedes no tuvieron confianza en el Señor, su Dios. 33 Que los precedía durante la marcha para buscarles un lugar donde acampar; de noche en el fuego, mostrándose el camino que debían seguir, y de día en la nube. 

 La indignación del Señor y el castigo del pueblo 34 Al oír lo que ustedes decían, el Señor se irritó y pronunció este juramento: 35 «Ni uno solo de los hombres de esta generación perversa verá la hermosa tierra que yo juré dar a sus padres. 36 El único que podrá verla es Caleb, el hijo de Iefuné. A él y a sus hijos les daré la tierra que sus pies han pisado, porque él ha sido siempre fiel al Señor». 37 Y por culpa de ustedes, el Señor se indignó también contra mí, y me dijo: «Tampoco tú entrarás. 38 El que entrará es Josué, tu ayudante. Infúndele valor, por él deberá poner a Israel en posesión de la tierra. 39 Y también entrarán los niños –esos que según ustedes iban a ser presa del enemigos– los hijos de ustedes, que aún no saben distinguir lo bueno de lo malo; a ellos les daré la tierra y ellos la poseerán. 40 En cuanto a ustedes, den vuelta y avancen hacia el desierto, en dirección al Mar Rojo». 41 Ustedes me dijeron: «Hemos pecado contra el Señor. Pero ahora estamos dispuestos a subir y a combatir como el Señor, nuestro Dios, nos ha ordenado». Cada uno de ustedes de equipó con sus armas, creyendo que era fácil subir a la montaña. 42 Pero el Señor me dijo: «Ordénales que no suban a combatir, porque yo no estoy más en medio de ellos. Si lo hacen, serán derrotados por sus enemigos». 43 Yo les transmití la advertencia, pero ustedes no me escucharon y, rebelándose contra la palabra del Señor, tuvieron la osadía de escalar la montaña. 44 Entonces los amorreos que habitan en esa montaña les salieron al encuentro, los persiguieron como abejas, y los derrotaron en la región de Seír hasta llegar a Jormá. 45 Cuando ustedes regresaron, se pusieron a llorar delante del Señor, pero él no los escuchó ni les hizo caso. 46 Y así tuvieron que permanecer en Cades durante tanto tiempo.


Capítulo 2
El paso por Edóm y Moab

Después dimos vuelta y nos pusimos en camino hacia el desierto, en dirección al Mar Rojo, como me lo había dicho el Señor. Durante muchos días estuvimos dando vueltas alrededor del macizo de Seír. 2 Hasta que por fin el Señor me dijo: 3 «Basta ya de dar vueltas alrededor de esta montaña. Ahora diríjanse hacia el norte. 4 Comunica esta orden al pueblo: Ustedes van a pasar por la región de Seír, donde viven sus hermanos, los descendientes de Esaú, los cuales desconfían de ustedes. Pero atiendan bien: 5 No los provoquen, porque yo no les daré nada de su territorio, no siquiera el espacio que ocupa la huella de una pisada, ya que el macizo de Seír se lo he dado en posesión a Esaú. 6 Cómprenles con dinero el alimento que necesitan para comer, y páguenles también el agua que deban. 7 Porque el Señor, tu Dios, te ha bendecido en todas tus empresas, y te ha protegido mientras caminabas por este gran desierto. Ya hace cuarenta años que el Señor, tu Dios, está contigo y nunca te faltó nada». 8 Por la ruta de la Arabá, que viene de Elat y de Esión Guéber, bordeamos la región de Seír, donde viven nuestros hermanos, los descendientes de Esaú. Luego dimos vuelta y tomamos el camino del desierto de Moab. 9 Entonces el Señor me dijo: «Tampoco ataques a Moab ni lo provoques a la guerra, porque no te daré ninguna fracción de su territorio, ya que la posesión de Ar se la he dado a los descendientes de Lot». 10 –Antiguamente habían estado allí los emíes, un pueblo fuerte, numeroso y de elevada estatura como los anaquitas. 11 Tanto ellos como los anaquitas eran tenidos por gigantes, pero los moabitas los llaman emíes. 12 En Seír, en cambio, primero estuvieron los hurritas; pero los descendientes de Esaú los desposeyeron y los exterminaron, instalándose en lugar de ellos, como lo hizo Israel con la tierra que el Señor le dio en posesión–. 13 «Y ahora, ordenó el Señor, reanuden la marcha y crucen el torrente Zéred». 

 La llegada a la Transjordania Entonces pasamos el torrente Zéred. 14 Desde que salimos de Cades Barné hasta que cruzamos el torrente Zéred, transcurrieron treinta y ocho años: el tiempo suficiente para que muriera toda aquella generación de guerreros, como el Señor se lo había jurado. 15 Porque el Señor puso su mano sobre ellos, hasta hacerlos desaparecer por completo del campamento. 16 Cuando ya no quedó en medio del pueblo ninguno de aquellos guerreros –porque todos habían muerto–. 17 El Señor me habló en estos términos: 18 «Ahora vas a pasar por Ar, que está en las fronteras de Moab. 19 Y luego te vas a enfrentar con los amonitas. No los ataques ni los provoques, porque yo no te daré en posesión ninguna fracción de su territorio, ya que se lo he dado en posesión a los descendientes de Lot». 20 –También este era considerado un país de gigantes. En efecto, allí habitaron antiguamente los gigantes que los amonitas llaman zamzumíes. 21 Eran un pueblo fuerte, numeroso y de elevada estatura como los anaquitas; pero el Señor los destruyó por medio de los amonitas, que los desposeyeron y se establecieron en lugar de ellos. 22 Lo mismo había hecho con los descendientes de Esaú, que habitan en Seír, cuando por medio de ellos destruyó a los hurritas; de esta manera, aquellos desposeyeron a los hurritas y se establecieron en su lugar hasta el día de hoy. 23 En cuanto a los avitas, que habitaban en los poblados hasta Gaza, fueron exterminados por los caftoritas, provenientes de Caftor, los cuales se establecieron en lugar de ellos–. 24 Luego el Señor añadió: «Reanuden la marcha y crucen el torrente Arnón. Yo te entrego a Sijón, rey de Jesbón, el amorreo, con todo su país. Prepárate para iniciar la conquista y provócalo a la guerra. 25 A partir de este momento, haré que el pánico y el terror se apoderen de todos los pueblos que están bajo el cielo: el que oiga hablar de ti, temblará y se estremecerá de espanto». 

 La conquista del reino de Sijón 26 Desde el desierto de Quedemot envié mensajeros a Sijón, rey de Jesbón, con la siguiente propuesta de paz: 27 «Déjame pasar por tu país. Iré por el camino, sin desviarme ni a la derecha ni a la izquierda. 28 Véndeme las provisiones necesarias para comer, y darme también a cambio de dinero, agua para beber. Te pido solamente que me dejes pasar. 29 Como ya me han dejado los descendientes de Esaú, que viven en Seír, y los moabitas de Ar. Así podré cruzar el Jordán y llegar a la tierra que nos da el Señor, nuestro Dios». 30 Pero Sijón, rey de Jesbón, se negó a dejarnos pasar por su territorio, porque el Señor, tu Dios, había ofuscado su espíritu y endurecido su corazón, a fin de ponerlo en tus manos, como lo está todavía hoy. 31 Entonces el Señor me dijo: «He decidido entregarte a Sijón con todo su país. Empieza la conquista apoderándose de su territorio». 32 Sijón nos salió al paso con todas sus tropas, dispuesto a librarnos batalla en Iasá. 33 Pero el Señor lo puso en nuestras manos y lo derrotamos, a él con sus hijos y todas sus tropas. 34 Nos apoderamos de todas sus ciudades y las consagramos al exterminio, sacrificando a hombres, mujeres y niños, sin dejar ningún sobreviviente. 35 Nos reservamos como botín solamente el ganado y los despojos de las ciudades conquistadas. 36 Desde Aroer, en la ribera del Arnón –incluyendo la ciudad que está en el valle– hasta Galaad, no hubo para nosotros ninguna ciudad inexpugnable: el Señor. nuestro Dios, nos entregó todo. 37 Pero no te acercaste al país de los amonitas: toda la ribera del torrente laboc, las ciudades de la montaña y todos los lugares que el Señor, nuestro Dios, te había prohibido.

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