Después llamó a dos centuriones y les dijo: «Preparen doscientos soldados, setenta jinetes y doscientos lanceros, para que salgan en dirección a Cesarea a las nueve de la noche.
24 Preparen también caballos para Pablo, y llévenlo sano y salvo hasta el gobernador Félix».
25 Y escribió una carta que decía:
26 «Claudio Lisias saluda al excelentísimo gobernador Félix.
27 Aquí te envío a un hombre que fue detenido por los judíos, y cuando ya lo iban a matar, enterándome de que era ciudadano romano, intervine con mis soldados y pude rescatarlo.
28 Queriendo saber exactamente de qué lo acusaban, lo hice comparecer delante del Tribunal judío,
29 pero comprobé que se lo acusaba por cuestiones relativas a la Ley de los judíos, y que no había ningún cargo por el que mereciera la muerte o la prisión.
30 Informado de que se tramaba una conspiración contra este hombre, he querido enviarlo allí en seguida, ordenando también a sus acusadores que te expongan los cargos que tengan contra él. Adiós».
31 De acuerdo con la orden recibida, los soldados tomaron a Pablo y lo condujeron de noche a Antipátride.
32 Al día siguiente, dejaron que los jinetes partieran con él, y ellos se volvieron a la fortaleza.
33 Llegados a Cesarea, los jinetes entregaron la carta al gobernador y le presentaron a Pablo.
34 El gobernador leyó la carta y preguntó de qué provincia era. Al saber que era de Cilicia,
35 dijo: «Te oiré cuando lleguen tus acusadores». Y lo hizo poner bajo custodia en el pretorio de Herodes.
Cinco días después, el Sumo Sacerdote Ananías bajó con algunos ancianos y un abogado llamado Tértulo, para presentar delante del gobernador la acusación que tenían contra Pablo.
2 Hicieron comparecer a Pablo, y Tértulo presentó la acusación en estos términos: «Excelentísimo Félix: La profunda paz de que gozamos gracias a ti y las reformas que nuestra nación debe a tu gobierno,
3 constituyen para nosotros, siempre y en todas partes, un motivo de inmensa gratitud.
4 Como no queremos importunarte demasiado, te ruego que nos escuches un momento con tu habitual cordialidad.
5 Hemos comprobado que este hombre es una verdadera peste: él suscita disturbios entre todos los judíos del mundo y es uno de los dirigentes de la secta de los nazarenos.
6 Ha intentado incluso profanar el Templo, y por eso, nosotros lo detuvimos. Queríamos juzgarlo de acuerdo con nuestra Ley,
7 pero intervino el tribuno Lisias, que lo arrancó violentamente de nuestras manos
8 y ordenó a sus acusadores que comparecieran delante de ti. Si lo interrogas, tú mismo reconocerás que nuestros cargos contra él son bien fundados».
9 Los judíos ratificaron esto, asegurando que era verdad.
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