El hombre, nacido de mujer, tiene una vida breve y cargada de tormentos:
2 como una flor, brota y se marchita; huye sin detenerse, como una sombra.
3 ¡Y sobre alguien así tú abres los ojos, lo enfrentas contigo en un juicio!
4 Pero ¿quién sacará lo puro de lo impuro? Nadie, ciertamente.
5 Ya que sus días están determinados y tú conoces el número de sus meses, ya que le has puesto un límite infranqueable,
6 ¡aparta de él tu mirada y déjalo solo, para que disfrute de su jornada como un asalariado!
7 Para el árbol hay una esperanza: si es cortado, aún puede reverdecer y no dejará de tener retoños.
8 Aunque su raíz haya envejecido en el suelo y su tronco esté muerto en el polvo,
9 apenas siente el agua, produce nuevos brotes y echa ramas, como una planta joven.
10 Pero el hombre, cuando muere, queda inerte; el mortal que expira, ¿dónde está?
_14a si un hombre muere, ¿podrá revivir?
11 El agua del mar se evapora, un río se agota y se seca:
12 así el hombre se acuesta y no se levanta; desaparecerán los cielos, antes que él se despierte, antes que se alce de su sueño.
13 ¡Ah, si tú me ocultaras en el Abismo, si me escondieras hasta que pase tu enojo y me fijaras un plazo para acordarte de mí!
14 –Un hombre, una vez muerto, ¿podrá revivir?–. Entonces yo esperaría, todos los días de mi servicio, hasta que llegue mi relevo:
15 tú llamarías, y yo te respondería, ansiarías ver la obra de tus manos.
16 Porque entonces no contarías mis pasos ni observarías mi pecado;
17 mi delito estaría bajo sello en una bolsa y cubrirías mi culpa con un enduido.
18 Pero la montaña cae y se desmorona, la roca es removida de su sitio;
19 las aguas desgastan las piedras, al polvo de la tierra se lo lleva el aguacero: ¡así tú destruyes la esperanza del mortal!
20 Lo abates para siempre, y él se va, desfiguras su rostro y lo despides.
21 Se honra a sus hijos, pero él no lo sabe; si son envilecidos, él no se da cuenta.
22 ¡Sólo en carne propia siente el sufrimiento, sólo por sí mismo está de duelo!
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